Una apuesta por Pedro Sánchez
«Nos encontramos en un régimen donde el presidente controla los tres poderes, un sistema que ha ido deslizándose desde el presidencialismo al caudillismo»
Las elecciones comunitarias y municipales de este fin de mes pueden traducirse en un relativo avance de las posiciones opositoras al Gobierno, pero salvo que supongan un desastre para sus aliados en la izquierda de la izquierda, no van a alterar los datos para la partida final de las parlamentarias. Y de cara a las mismas, el presidente tiene serias posibilidades de conservar el poder, tanto por méritos propios como por errores ajenos, contando además a favor con una coyuntura económica que siendo mala para la población, está siendo digerida con relativa facilidad desde la opinión pública. Pensemos por comparación con Francia.
El marco exterior le es extremadamente propicio, a pesar de desastres en el plano del coste económico y de la caída en la indignidad que nos han supuesto jugadas inexplicables, del tipo de la sumisión a Mohamed VI a costa del Sáhara. Pero igual que ha salido vencedor de la batalla del covid porque el virus se ha retirado, tras un cúmulo de vacilaciones al confrontarlo, las expectativas catastrofistas en torno a la economía no se han materializado. Estamos mal, pero no en la ruina y conviene admitir que el equipo de gestión económica de Pedro Sánchez dista de estar compuesto por un conjunto de incapaces. Y está además Bruselas.
Los controles de las ayudas sobre países como Italia están siendo rigurosos, aquí no. La confianza de la UE en la gestión de los fondos comunitarios por España se mantiene en términos generales, a pesar de la opacidad que la preside. El último ejemplo de condescendencia, casi reverencial, se ha dado con el tema de las pensiones: estupenda la reforma de Escrivá desde el punto de vista de una justicia social abstracta, su coste económico hubiera debido preocupar a los vigilantes de la UE. Pues no. A Macron, el intento de ajustar las pensiones a la demografía y al crecimiento económico, casi le cuesta una revolución (y aun la cosa no ha terminado). Pedro Sánchez, en cambio, tira de progresismo y todo va hacia lo mejor en el mejor de los mundos (a corto plazo, por lo menos). Los sindicatos, satisfechos, le garantizan una paz social a prueba de tasas de inflación y de pérdida de poder adquisitivo de los trabajadores.
«De cara al propio mantenimiento en el poder, el presidente genera una tensión social que siniestramente evoca la guerra civil»
Lo esencial para derrotar a Pedro Sánchez es que la derecha no se ponga el traje que él mismo le ha diseñado, de enemigos natos del progreso social personificado por él y que últimamente encarnan asimismo por ERC y Bildu. La reforma laboral fue una buena ocasión perdida y la maniobra de salvación del sí es sí otra, tanto para exhibir una posición abierta respecto del tema de la emancipación de la mujer, si es que la tiene, como para puntualizar de manera pedagógica qué separa feminismo y pamismo. Y también para vender bien su voto. Sánchez escenificó con éxito una maniobra, a mi juicio obscena, de aprovechamiento del apoyo PP, minimizándolo hasta el extremo de degradar la práctica parlamentaria con su ausencia, y la del Gobierno, en un voto que los populares le aseguraban. Estaba claro que lo iba a hacer así. No debieron permitírselo.
Con Pedro Sánchez esta oposición, o cualquier otra, no importa aquí cual sea su naturaleza, debe darse cuenta de quién tiene enfrente, y esto no le importa a un partido político, conservador o no, sino a la salvaguardia de un sistema que ha ido deslizándose desde el presidencialismo al caudillismo y que ahora se acerca a un sultanismo del tipo Erdogan (si es que el turco vence en su último obstáculo del día 14).
Nos encontramos, no en la senda de Alá como sugeriría en símil, sino en un régimen político donde el presidente controla los tres poderes, dirige, vigila y censura rigurosamente el funcionamiento de cada uno de ellos; destruye la isegoría, esto es, el acceso de los ciudadanos a la expresión y a la información libres, y lo hace por una minuciosa y exhaustiva manipulación de todos los elementos de la comunicación social a su alcance; forja una ideología dominante, en el sentido de Marx como instrumento de un poder social, que fractura la sociedad desde un maniqueísmo gracias al cual puede legitimar de antemano todas sus decisiones. Y de cara al propio mantenimiento en el poder, genera una tensión social que siniestramente evoca el gran trauma de la España del siglo XX, la guerra civil (mientras ETA pasa al olvido).
Se trata de una maquinaria perfectamente engrasada, donde cada consigna, cada ataque al otro, cada imagen, ocupa un lugar predeterminado. Trump puede tomar ejemplo de Sánchez si percibe la utilidad de conjugar la agresividad permanente y el disimulo. La cohesión interna viene apuntalada por la convergencia de los intereses heterogéneos que representa: tanto Podemos, como IU, ERC o Bildu se reconocen en un denominador común, un populismo a cuyo frente tienen -mientras les interese- un líder carismático.
«Frente al escaparate que Sánchez exhibe un día tras otro, los conservadores no tienen imaginación política»
Para que todo funcione: solo hay que encontrar los eslóganes atractivos -decenas de miles de viviendas, protección de los okupas vulnerables, ese magnífico «defiende Doñana» que les han regalado en Andalucía. Frente al escaparate que Sánchez exhibe un día tras otro, los conservadores no tienen imaginación política; pagarán por ello.
En cuanto a las alianzas necesarias, en la izquierda y entre los independentistas, a la vista de las experiencias inmediatas es seguro que Pedro Sánchez sabrá saltar los obstáculos que todavía se alzan en su carrera. Pareció hace dos semanas muy difícil conjuntar a Yolanda Díaz y a Podemos, pero Sánchez es un buen domador y a un latigazo suyo se acabaron los gritos. La demostración fue ejemplar y así la maleabilidad de la primera cedió paso a la adecuación. ¿Qué proyecto de país puede forjar nadie con Iglesias, Belarra y Monedero? Ninguno, pero a la vista del CIS será muy útil a corto plazo para el objetivo central de Sanchez. Ambos además son «progresistas» y para eso está el monstruo bicéfalo de PP y Vox, legitimando cualquier amalgama.
Con los independentistas Sánchez tiene aun menos problemas. Todo resuelto con dejarles que excluyan al idioma español de la educación, tanto en Cataluña como ahora en Euskadi, y permitir que aun diciendo rechazar el PSOE un referéndum de autodeterminación, Pere Aragonés empiece ya a montarlo. Claro que en ese camino podemos dejar en la cuneta al Estado, pero tampoco importa demasiado, porque sin lugar a dudas, para Pedro Sánchez, el Estado soy yo.