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Félix de Azúa

Madrid

«En los actos del Dos de Mayo hubo una escena digna de los tiempos de Godoy cuando un empleado de Sánchez quiso colarse en la tribuna presidencial»

Opinión
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Madrid

Ilustración de Erich Gordon.

El martes fue el día de la Comunidad de Madrid que, como es bien sabido, se celebra en conmemoración del levantamiento popular contra los invasores franceses y su jefe, el emperador Napoleón. Hay algo más elegante en este espectáculo que en los diseñados para atmósferas medievales. Al pie de la tribuna, donde figuraban Díaz Ayuso y sus invitados, había cuatro coraceros y cinco alabarderos (creo) en traje de gala y todos ellos formaban una brillante imagen dieciochesca. En el conjunto de la comunidad se celebra el día del alzamiento con disfraces del siglo de las luces, un siglo que nos dio la espalda hasta casi finales del XX.

A mí me coincidió con la lectura del último libro de Antonio Elorza, Un juego de tronos castizo (Alianza), en el que da cuenta de uno de los episodios más atroces de la historia de España. El adjetivo es incluso moderado, porque los protagonistas son Carlos IV, una nulidad como marido y como rey; su mujer, la siniestra María Luisa de Parma; y el indescriptible Manuel Godoy sobre quien esperamos todos una biografía neutral. Así pues, el mando del gobierno estaba en manos de una mujer estrafalaria, despótica, ignorante y engreída hasta extremos de enfermedad mental. Su esclavitud sexual con Manuel Godoy convirtió al trío en uno de los fenómenos más tristes y aciagos de la historia de España.

Es cierto, hemos tenido gobernantes muy desequilibrados y crueles en esta tierra. Pienso ahora en el desdichado Carlos II, de quien sigo creyendo que el mejor retrato lo escribió el duque de Maura en una biografía sensacional que imagino perpetuamente descatalogada. Hay algo en el poder supremo de este país que atrae a los enfermos mentales. No sólo durante las viejas monarquías, que los dieron en abundancia, sino también en los periodos intermedios, como el de los dictadores (más sensato, dentro de lo que cabe, Primo de Rivera que Franco) o en el de los republicanos, con Largo Caballero a la cabeza.

Los desmanes, los abusos, las corrupciones, las vilezas del trío coronado, lo cuenta Elorza sobre todo citando en abundancia las cartas cruzadas entre María Luisa y Godoy, lo que deja poco margen para la invención. Eran tal para cual: la primera, obsesionada con su belleza, aunque era peor que fea, sin dientes, mantecosa y estúpida. El segundo, acumulando tal cantidad de oro, pinturas y joyas que sólo se puede comparar con los latrocinios de algunos jefes del partido de Hitler.

«El Dos de Mayo fue uno de los escasos momentos en que el pueblo español se levantó contra la humillación»

Vanidad, frivolidad, vilezas del poder, codicia, corrupción, uso del Estado como un juego de mesa familiar, esa ha sido la combinación casi permanente de los gobiernos de España. El milagro es que todavía exista este país. El mismo Napoleón estaba escandalizado y horrorizado a medida que iba conociendo al rey, a la reina y, sobre todo, al infame valido. En algunos momentos la monstruosidad deja paso a escenas tan grotescas que desafían la credibilidad, como cuando María Luisa entrega España, el país entero, la península vaya, a Napoleón, a cambio de que no dañe a su favorito, el ya notablemente gordo Manuel.

Todo este infierno, que la población española soportará con hambre, enfermedades, religión e ignorancia, seguirá, cuando desaparezca la trinidad chiflada, en la persona del peor de los reyes, Fernando VII, el felón, hijo de María Luisa, pero odiado por su madre hasta extremos de película de terror. Lo raro es que ese monstruo no comiera niños crudos.

Por eso me gustan las celebraciones del Dos de Mayo y el modo en que la Comunidad madrileña lo celebra. Fue uno de los escasos momentos en que el pueblo español, es decir, la plebe, las masas, la chusma, se levantó dispuesta a perder la vida contra la humillación a que la sometían los poderosos. Esos hechos tuvieron un cronista que parece designado por la Providencia, el infinito pintor Goya, no podía haber mejor testigo.

En los actos del martes hubo incluso una breve escena digna de los tiempos de Godoy cuando un empleado de Sánchez quiso colarse en la tribuna presidencial y una decidida jefa de protocolo se lo hubo de impedir. Momento dieciochesco que pedía a gritos un Goya.

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