THE OBJECTIVE
Marta Martín Llaguno

Política y ridículo

«El ridículo político se ha convertido en una estrategia comunicacional del ‘Gobierno progresista’, una espiral del esperpento que degrada la democracia»

Opinión
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Política y ridículo

Erich Gordon

Hoy hace una semana que los españoles presenciábamos ojipláticos un episodio grotesco: un señor, en medio de una aglomeración, apartaba una catenaria para intentar colarse disimuladamente en la tribuna de autoridades del 2 de mayo.

El sketch (inspirador de ingeniosísimos memes), desternillante, sería buenísimo… si lo hubiera protagonizado Rowan Atkinson y no el ministro de la Presidencia, convertido ya en nuestro Mr. Bean patrio.

El estrambote del Bolaños es de Oscar (o de Goya)… pero no resulta único. Me explico. A modo de taxonomía, y sin ánimo de exhaustividad, recopilo algunos recientes esperpentos dignos de concurso.

En esta legislatura hemos presenciado ridículos políticos…

a/ Estratégicos, como las mociones de Mortadelo y Filemón en Murcia y Madrid;

b/ Tácticos, como la cumbre interruptus Biden-Sánchez modo Benny Hill, o como los intentos del matrimonio de la Moncloa de emular a nuestros reyes en el besamanos;

c/ Históricos, como el Jaume Asens, presidente del grupo confederal UP en el Congreso, confundiendo a José Antonio con su padre, Miguel Primo de Rivera;

d/ Retóricos, con campañas plagiadas y tuneadas (con piernas ortopédicas de modelos) como las del Ministerio de Igualdad;

y, últimamente, sobre todo

d/ Programáticos,

-con Más Madrid prometiendo un «Tinder casto»;

-con Podemos ofreciendo playas en cada barrio de la capital, empresas cuidadoras para que las señoras «vayamos a la peluquería» o Mercadonas municipales ; y

con Sánchez comprando Interraíles para que su votante diana se «motive» con unas buenas vacaciones en verano a costa de nuestros impuestos.

Vale, es verdad: el ridículo no es nuevo (no voy a obviar lo del «perrito» que olía a leche ni lo del vecino que vota al alcalde y el alcalde que vota al vecino), ni patrio (ahí está la tirolina de Boris Johnson o la lejía para la covid de Trump).

«En esta legislatura, ridículo y política se han interconectado indisolublemente»

Pero el tema es que el «Gobierno del progreso» lo ha hecho recurrente: en esta legislatura, ridículo y política se han interconectado indisolublemente.

La RAE define el ridículo como aquello que «por rareza o extravagancia mueve a risa», que es «de poca estimación» o «de poco aprecio y consideración». Estar, poner o quedar «en ridículo» es quedar «expuesto a burla o menosprecio de las gentes», de manera que el ridículo sería, a priori, un arma para denigrar y humillar.

Cabe pensar que un político -un personaje sobreexpuesto y sometido constantemente al escrutinio de medios y redes- debería ser más cauto de lo normal y realizar esfuerzos para evitar ponerse en evidencia.

Sin embargo, el ridículo político se ha convertido en una estrategia comunicacional del «Gobierno progresista».

Es curiosamente Marcia Tiburi quien explica que el ridículo triunfa en atmósferas públicas en la que ciertos personajes «se presentan como caricaturas, sin ninguna vergüenza de serlo», en el contexto de una industria de la comunicación «manchada por la mentira y las noticias falsas». Y constituye un «nuevo capital político que se produce y se consume cuando la política se degrada a publicidad, a mercancía», reducida «a una imagen sin valor ético y moral».

Tarradellas afirmó que «en política se puede hacer de todo menos el ridículo». Sánchez y sus socios, sin embargo, han normalizado que en política no se puede hacer nada sin el ridículo. Últimamente hemos entrado en una espiral en la que el esperpento no se evita, sino que se provoca, y cada vez que esto sucede se está degradando la democracia. Si alguno levantara la cabeza…

Nos merecemos como país que en las urnas no haya benevolencia con las payasadas, que no haya paz para los ridículos. Ojalá.

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