Protocolos de Madrid
«Bolaños parecía un personaje de Mafalda haciendo el pillete en clase durante la fiesta de la Comunidad de Madrid. ¿Tenemos ministros para esto?»
El frac es impecable y hay escenarios –ya quedan pocos– que lo reclaman, pero también es verdad que la etiqueta subraya a veces la falta de elegancia natural del sujeto que la asume. Lo que provoca que la rehúya para no recordar la fábula de la mona y la seda y esto es un sentimiento general. Si no es a todo el mundo a quien sienta bien el traje, menos son aquellos a los que el frac va que ni pintado. Pero un acto con frac reglamentario es un acto donde lo reglamentario es el frac. Y repito lo del escenario: en la visita de un grupo de excursionistas vestidos con lo que llaman ropa técnica por los salones del Palacio Real hay un cierto contrasentido: o sobra palacio o sobra ropa técnica y no me refiero a que los excursionistas vayan correteando como faunos y bacantes por los pasillos. Aunque los tiempos del eclecticismo nos hayan acostumbrado a todo y no vayamos a montar un Congreso de Viena por un quítame allá ese frac.
Pero había una solución estupenda y parece que no se le ocurrió a nadie: el liqui-liqui. Cuando el escritor colombiano Gabriel García Márquez obtuvo el Nobel de Literatura, fue a recogerlo de las manos del rey de Suecia, en el Palacio Real de Estocolmo, vestido con un impoluto liqui-liqui. No quiso ponerse el frac –que era, también, lo reglamentario– e hizo que el mundo conociera una prenda popular venezolana, adoptada por los colombianos y hecha para los días de gala. Se ve que la combinación de frac y pinturas y volutas doradas provoca una especie de urticaria intelectual en algunos amantes del verde-oliva. A todo el mundo le pareció muy bien lo del liqui-liqui y no hubo ni un conato de polémica por el desprecio –o soslayo– del protocolo del Nobel por parte de García Márquez. Aunque fuera, también, un desprecio relativo hacia todos los premiados que se vistieron de frac aquella noche. Pero, ay, el escritor es un artista y con los artistas ya se sabe: la sociedad occidental, una vez han conseguido el éxito, se lo consiente y perdona y aplaude casi todo.
«No sabemos a cuántos colombianos disgustó que Petro se negara a llevar el frac en la cena ofrecida por los Reyes de España»
Otra cosa es un político, que representa a la sociedad de su nación –sobre todo si es su presidente– y aquí no sabemos a cuántos colombianos gustó y a cuántos disgustó que Petro se negara a llevar el frac en la cena ofrecida por los Reyes de España. Pero de haberse puesto el presidente colombiano el liqui-liqui, además de evitar ese frac, no sé si por colonialista o por todo lo expuesto hasta ahora, hubiera homenajeado sin saberlo a una de las cosas mejores de Colombia: su literatura y en ella la lengua común, nuestra mejor herencia. Como quien ondea una bandera. Nos habríamos acordado de García Márquez y del gran Álvaro Mutis y de nuestros amigos Héctor Abad Faciolince y Juan Gabriel Vásquez, cosa que no hemos hecho en estos días de la mezquina polémica. Una oportunidad perdida –quizá sea mucho pedir para un ideólogo de la guerrilla– y nada ganado más allá de la anécdota poco sustanciosa que se olvidará pronto.
Como se olvidará el rifirrafe provocado por Félix Bolaños –que parecía un personaje de Mafalda haciendo el pillete en clase– durante la fiesta de la Comunidad de Madrid. Otra oportunidad protocolaria perdida frente a tan grande empeño y tan grande hazaña del ministro de Presidencia en funciones de asalta-tarimas. ¿Tenemos ministros para esto? ¿Para que canten En tu fiesta me colé montados en un Saltador Gorila y con un Chupa-Chups en la comisura de los labios?
Yo creo que ahí se perdió una oportunidad como la del liqui-liqui. La cosa hubiera consistido en dejarle sitio a Bolaños, hacerle pasar el primero y una vez en el estrado, dejarlo solo y principal. Una voz en off habría dicho: «Ladies and gentlemen, con ustedes, el ministro de la Presidencia del Gobierno; Madrid va a disfrutar ahora de una de las mayores ocasiones que vieron los siglos». Y el público, avisado, vitoreándolo: ¡Félix, Félix, Félix…! Incluso un subrepticio agente provocador, pagado por la Comunidad de Madrid, podría haber gritado: ¡Abajo Ayuso! ¡Arriba Bolaños! Y como en Tintín y los Pícaros habría sido la señal para que subiera al escenario la Banda de los Alegres Turlurones con sus matasuegras, entonando el Din, Don, Dan, Din Don, Dan… ¡Qué gran momento!
Y una vez pasado tan tremendo paroxismo, agotado Bolaños por el entusiasmo, que hubiera comenzado el acto de la Fiesta del 2 de Mayo. ¡Ni Goya!