THE OBJECTIVE
Daniel Capó

No podemos seguir con salarios tan bajos

«Un gobierno decente debería hacer todo lo posible por incrementar la productividad. Al final es la riqueza lo que propicia las políticas de bienestar»

Opinión
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No podemos seguir con salarios tan bajos

Ilustración de Erich Gordon.

La memoria ilumina el presente. Esta semana, recordábamos con unos amigos los cursos –empiezan a ser lejanos– de la universidad. Eran otros tiempos y otras costumbres, aunque también entonces –la segunda mitad de la década de los noventa– España pugnaba por salir de la crisis originada por los festejos del 92. Aquella vieja maldición troyana que canta Virgilio en su Eneida siempre se cumple inmisericorde: las desgracias llegan tras una aparatosa «fronda festiva». En aquellos años, Europa amanecía en nuestro horizonte como un anhelo cumplido de modernidad: Barcelona lo demostraba, Almodóvar lo confirmaba, nuestras primeras multinacionales –se hablaba entonces del «toro español» tanto como del «tigre celta»– lo ponían de manifiesto.

Llegaban los primeros fondos de la Unión para mejorar unas infraestructuras que así lo necesitaban. Se construyeron autopistas y líneas de alta velocidad, aeropuertos y polideportivos, centros culturales y auditorios, hospitales y residencias de la tercera edad… La calidad de vida mejoró rápidamente, tanto que no supimos ver lo que íbamos perdiendo a una velocidad también de vértigo: desde algo tan etéreo como el «espíritu de la Transición» y la lealtad institucional hasta un tejido industrial que se había afianzado en buena parte del país. La enseñanza empezaba a deteriorarse en nombre de las nuevas modas educativas importadas por las editoriales escolares, mientras el auge autonómico cantonalizaba la cultura en su peor sentido: pequeñas retículas de poder que imitan los tics menos recomendables de la capital.

Lenta, pero eficazmente, la realidad empezó a amoldarse a los eslóganes ideológicos del momento, tan diligentes a la hora de dividirnos entre buenos y malos. Y la economía –siempre la economía– inició la gran fractura, oculta al principio bajo el hechizo del euro y de la burbuja inmobiliaria. Nos enriquecíamos aparentemente, sin que la competitividad acompañara la subida del PIB, pavimentando así el camino del estancamiento posterior. Con los años, nuestro poder adquisitivo se derrumbaría y ahí seguimos, cada día más pobres.

«Un prolongado estancamiento nos aboca a la erosión gradual de los estándares de vida»

Recordaba este punto con los compañeros del piso: en 1996 poníamos 5.000 pesetas (30 euros) cada uno en el bote mensual de la compra. Con lo que hoy serían 90 euros comíamos los tres todo un mes y todavía nos sobraba algún dinero. Eran otros tiempos en efecto y, a pesar de los picos inflacionarios, los salarios todavía permitían por ejemplo la adquisición de una vivienda –un sueño irrealizable para los jóvenes de hoy–.

Un gobierno decente debería hacer todo lo posible por incrementar la productividad del país, su capital humano y también su atractivo inversor. Al final es la riqueza lo que propicia las políticas de bienestar, mientras que un prolongado estancamiento nos aboca a la erosión gradual de los estándares de vida. Los salarios altos son viables en los lugares donde hay una productividad también elevada y donde las élites extractivas no se dedican a capturar las rentas de la ciudadanía. Un gobierno decente debería hacer todo lo posible tanto para mejorar los ingresos de los trabajadores como para desactivar el nudo gordiano de la inflación, que ensancha a diario la grieta social. Si miramos al norte, a los países avanzados, ¿qué vemos? Industria y comercio, respeto por la ley y ciencia, virtudes burguesas y control del gasto, gestión racional y debate público, clase media y –sí– más clase media.

La deriva opuesta es lo que hemos vivido aquí desde aquellos lejanos años de la universidad: el electoralismo como fórmula de gobierno, la propaganda como relato (in)moral de una sociedad. La depauperización no parece que tenga vuelta atrás por el momento. Y, en todo caso, el terreno perdido no se recuperará en una legislatura. Ni en dos.

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