Cocodrilos y rinocerontes
«La libertad de expresión es real cuando nos obliga a convivir con ideas que nos incomodan»
El 20 de enero de 1940, en un discurso radiofónico para la BBC, Winston Churchill, aún a las órdenes de Chamberlain como primer lord del Almirantazgo, dijo en referencia a los países neutrales y sus cobardes concesiones a Hitler: «Cada uno espera que si alimenta al cocodrilo lo suficiente, el cocodrilo se lo comerá al final. Todos esperan que pase la tormenta antes de que les llegue el turno de ser devorados. Pero mucho me temo que la tormenta no pasará. Se enfurecerá y rugirá cada vez más fuerte, cada vez más ampliamente». En 1954 la revista Reader’s Digest reformuló la frase y la volvió popular: «Un apaciguador es aquel que alimenta a un cocodrilo con la esperanza de ser comido el último» (Descubro esto gracias a Garson O’Toole y su imperdible quoteinvestigator.com).
En 1959 Eugene Ionesco escribió su célebre pieza teatral El rinoceronte, ubicada en una «pequeña ciudad de la provincia francesa», pero en realidad inspirada en su Rumanía natal. La obra es una alegoría de cómo los artistas y pensadores fueron cayendo uno a uno, por miedo, convicción o conveniencia, en la lógica de la Guardia de Hierro, el rostro del fascismo rumano. Incluido su amigo Mircea Eliade. Todos acaban convertidos en rinocerontes. Sólo el tendero Jean, lúcido, alcohólico y loco, se resiste. El monólogo final es tremendo. Termina con estas palabras: «¡Me defenderé contra todo el mundo! ¡Soy el último hombre, seguiré siéndolo hasta el fin! ¡No capitulo!».
Pensaba justamente en cocodrilos y rinocerontes, es decir, en políticos apaciguadores y en intelectuales acomodaticios, pero sobre todo pensaba en los pocos que se atreven a resistir, al escuchar el miércoles pasado, en Madrid, a Richard Malka y Fernando Savater. Convocados por el Instituto Francés y la editorial argentina Libros del Zorzal, discutieron sobre libertad de expresión y democracia a propósito de la presentación del último libro de Malka. Para poder asistir a la plática fue necesario un registro previo (con DNI vigente), pasar un riguroso filtro de seguridad y estar en la lista de confirmados.
La razón de la seguridad es que Richard Malka, además de novelista y guionista de cómics, es también el abogado de la revista satírica Charlie Hebdo, y el libro que presenta, El derecho a cagarse en Dios, recoge el alegato que presentó en el juicio contra la red de apoyo que facilitó la logística del atroz atentado que sufrió la revista en el invierno de 2015.
Los hechos son conocidos, pero vale la pena volver a ellos. Tras el asesinato del cineasta Theo van Gogh por su película Sumisión, con guion por cierto de Ayaan Hirsi Ali, sobre el sometimiento de las mujeres en la cultura del islam, Flemming Rose, el editor del periódico danés Jyllands-Posten, sorprendido por el nivel de miedo y autocensura que lo rodeaba, convocó a los dibujantes de su país a hacer una caricatura de Mahoma, que publicó poco después. La agitación en el mundo musulmán fue mínima y las repercusiones menores, hasta que una organización danesa vinculada a los Hermanos Musulmanes hizo un dossier con las caricaturas, al que le añadieron tres de su propia cosecha, las únicas sacrílegas, por cierto, y lo repartieron entre los más fanáticos a lo largo de las vastas fronteras del islam para generar repulsa. Y vaya que lo consiguieron. Se sucedieron las manifestaciones y las amenazas. Ante el estallido de la violencia, incluido el asesinato de un sacerdote católico en Turquía, los responsables de Charlie Hebdo decidieron solidarizarse con sus colegas daneses y publicaron las caricaturas originales, más una memorable portada de Cabu. El juicio por ofensas que diversas asociaciones musulmanas entablaron contra la publicación, algo a lo que tenía derecho, acabó, en todos los casos, con
la absolución de la revista.
«La libertad de expresión es real cuando nos obliga a convivir con ideas que nos incomodan. Y el problema no está solo en los grandes asuntos»
Nueve años después de la publicación, el 7 de enero del 2015, los hermanos Kouachi, franceses de origen argelino, irrumpieron en la redacción de la revista y mataron a doce personas, incluidos los caricaturistas Cabu, Charb, Tignous, Wolinski y Honoré y los columnistas Elsa Cayat y Oncle Bernard, pseudónimo del economista Bernard Maris. Tras varios días de persecución y violencia en la fuga, los asesinos fueron abatidos por la
policía. Por ello, el juicio se centra en los facilitadores y no en los perpetradores.
Me emocionó el buen humor de los ponentes, y su seguridad en que, a la larga, la cultura de la libertad sabrá imponerse. Pero para ello no se puede ceder ni un milímetro. El reciente atentado contra Salman Rushdie le enseña a Malka que siempre estará en peligro y, aun así, sabe que la revista debe continuar y que la sátira que nos irrita no es sátira, sino cosquillas. Su historia está llena de reclamos contra los políticos franceses que les pedían no irritar al islam, evitar la confrontación, esperar un tiempo, en lo que se acostumbraran a la crítica y la democracia. También, contra muchos escritores y pensadores que le dieron la espalda a la revista, sembrando el debate de insidias y justificaciones. Una traición a los valores que encarna la República francesa. Para Malka, el derecho a la blasfemia es una fase superior de la libertad de expresión. Su historia se remonta a Voltaire, pero solo tuvo concreción legal en Francia durante la Tercera República. Existe además un obsceno
vínculo entre integrismo islamista y antisemitismo.
Para Savater, la religión, como cualquier otro asunto humano, puede y debe ser debatida. Y ridiculizada. Nunca ha visto a Dios que abra los cielos para fulminar al blasfemo. Dios es más tolerante que los que actúan en su nombre. El asunto es humano y terrenal. De leyes y tribunales. No divino ni celestial. De dogmas y doctrinas. La libertad de expresión es real cuando nos obliga a convivir con ideas que nos incomodan. Y el problema no está solo en los grandes asuntos, como Putin invadiendo Ucrania después de que se le apaciguó dejándole entra en Chechenia, Siria y Crimea; el silencio antes los escraches y cancelaciones está generando una cultura de la sumisión (miedo y autocensura) que puede acabar con las libertades.
Regreso a casa. Sueño con acacias amarillas entre grandes sabanas africanas. Me despierto y corro al espejo. Compruebo que mis pies no tienen un dedo central ungulado. Que mi piel no tiene capas de colágeno y que entre la nariz y la frente no hay una codiciada protuberancia de queratina. Mis orejas no son tubulares. Todavía no peso una tonelada. Resistiré.