THE OBJECTIVE
Fernando Savater

¡Eso no se dice!

«El precio que debemos pagar por vivir en una sociedad libre es saber soportar los agravios al narcisismo de nuestras creencias»

Opinión
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¡Eso no se dice!

Manifestantes enseñan una portada del semanario satírico 'Charlie Hebdo' en París, en octubre de 2020. | Michael Bunel / Zuma Press

Hace pocos días presentamos en el Instituto Francés de Madrid el libro de Richard Malka contundentemente titulado El derecho a cagarse en Dios. Richard Malka fue el abogado de Charlie Hebdo en el juicio de 2015 a la pandilla de fanáticos criminales  islamistas que cometió la atroz matanza en la sede de la revista satírica. El pequeño gran libro (al contrario de otros muy renombrados, tiene mucho contenido en menos de cien páginas) recoge en su integridad el elocuente alegato que Malka pronunció ante el tribunal: no es sólo una reivindicación de las víctimas y una demolición de las autojustificaciones de los verdugos, sino también una hermosa apología de la libertad de expresión, imprescindible en las sociedades democráticas. Digo una apología hermosa pero también inteligente, que va al fondo del asunto, porque a veces los elogios a la libertad de expresión son tan retóricos como cautos  y ponen tanta insistencia en las excepciones de la norma que termina por ser inaceptable blasfemia cualquier cosa que cuestiona las virtudes abstractas. El libro de Richard Malka no juega con los conceptos y deja claro que la libertad de expresión  no consiste en elogiar lo que nadie denigra sino en cuestionar, en serio o en broma, lo que muchos consideran mas digno de respeto. Cuando esa libertad se ejerce de manera valiente, siempre deja dolorosos cardenales en muchas almas sensibles… y al decir «cardenales» no me refiero a los inquisidores demasiado dispuestos a saltar látigo en mano contra lo que ellos consideran irreverencia culpable.

Por cierto, hablando de irreverencias, el título en español plantea una duda que desde mi modesta pero larga familiaridad con la lengua francesa me parece difícil de solventar. El título original emplea la palabra «enmmerder», muy utilizada en el habla cotidiana para funciones nada blasfemas: traducirla por «ofender» o «injuriar» le hace indiscutiblemente perder fuerza, mientras que «cagarse» la refuerza en español con una agresividad que quizá traiciona por exceso el sentido primigenio. La verdad es que no se me ocurre opción mejor que la elegida por el traductor aunque como la libertad de expresión trata de palabras tampoco parece inapropiado cuestionarse estos matices.

Aceptar la libertad de expresión no quiere decir compartir lo expresado ni es obligatorio considerar a los satíricos héroes cívicos. Antes de que Richard Malka naciera, yo leía Hara Kiri (la revista de humor bête et mechant, según su propia confesión, que precedió a Charlie Hebdo y donde conocí a algunos de los humoristas que murieron en el atentado) y ya entonces, a pesar de mi irreverente juventud, algunas bromas de la publicación me parecían de mal gusto. Pero el precio que debemos pagar por vivir en una sociedad libre es saber soportar los agravios al narcisismo de nuestras creencias. Son un necesario tributo a la convivencia con quienes piensan de modo dolorosamente equivocado, es decir diferente al nuestro. Esto es particularmente necesario en el terreno religioso, donde las ofensas son de tamaño infinito según el Ofendido o inexistentes como el Ofendido mismo. Deberíamos aprender de los dioses, que soportan los insultos sin inmutarse: raro es el blasfemo que recibe un rayo celestial como castigo por sus procacidades. Si ellos in excelsis, en su infinita sabiduría, guardan sus represalias para mejor ocasión, lo mismo deberían hacer sus devotos. Pero no, éstos son mas celosos que sus patronos, a pesar que la pretensión de defender a un omnipotente parece mas blasfema que insultarle. Todos los impíos sabemos que con las divinidades es fácil entenderse pero los peligrosos son los feligreses, a los que la paciencia celestial les resulta excesiva. Como decía un personaje de Antonio Gala, admirado del fair play con que el Señor aguantaba las blasfemias, «es que Dios, ¡es un santo, el pobre!».

«Aceptar la libertad de expresión no quiere decir compartir lo expresado ni es obligatorio considerar a los satíricos héroes cívicos»

Un caso de enfoque mas difícil es el que plantea esa sentina de ultrajes a los catalanes españoles que es TV3. Que sus insultos carezcan del mínimo ingenio –el humor catalán no figura entre los diez mejores del planeta- y rebosen grosería no sería suficiente para pedir la supresión de esos programas infames. Pero resulta que se trata de una cadena pública pagada por el dinero de los contribuyentes. El respeto a la libertad de expresión  exige que soportemos que se caguen en lo que somos y apreciamos, pero no que financiemos esa diarrea. De modo que cuanto antes rieguen y ventilen TV3, mejor. Por lo demás, hay que mantenerse firmes: quienes quieran vivir en una sociedad democrática, vengan de donde vengan y crean en lo que crean, deben asumir como indiscutible que los sentimientos religiosos están también sometidos a las leyes civiles. Las personas bien educadas procurarán, por uso cívico, no ofender a lo que veneran los demás: pero no olvidemos que a veces los maleducados son muy necesarios en la sociedad plural…

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