THE OBJECTIVE
Pilar Marcos

Escuchemos a nuestros sabios mayores

«Los pactos, lógicamente, han de hacerse entre distintos. Pero el pacto exige una imprescindible base común. Y en nuestra democracia, es la Constitución»

Opinión
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Escuchemos a nuestros sabios mayores

Portada de 'España, democracia menguante'.

Muy mal tienen que estar las cosas para que una decena de nuestros sabios mayores decidan unir su conocimiento y su pluma en una obra conjunta que se ofrece a la sociedad española (y a sus representantes políticos) para analizar los males de la Patria y ofrecer algunas propuestas de solución para la reparación institucional de España. 

Coordinados por Manuel Aragón, los profesores eméritos Francesc de Carreras, Juan Díez Nicolás, Tomás-Ramón Fernández, José Luis García Delgado, Emilio Lamo de Espinosa, Araceli Mangas, Francisco Sosa Wagner y Gabriel Tortella (apoyado por Jesús Banegas y Clara Eugenia Ñúñez) publicaron hace pocos meses, y a modo de informe firmado por todos, su España, democracia menguante. Se publica tanto últimamente (y, en ocasiones, tan bueno), que he visto pocas menciones de esta extraordinaria obra coral de una decena de expertos… de los pocos que lo son de verdad.

Para estas semanas (y meses) de campaña electoral tensionada, este informe coral debería ser libro de cabecera de políticos, periodistas y ciudadanos preocupados por «la democracia menguante» española. Para animar a su lectura, les traslado (en su textualidad) algunas de las reflexiones contenidas en el libro. 

«La democracia constitucional española está pasando por un periodo de franca decadencia, producto no tanto de deficiencias de la Constitución como de su inaplicación, o su falseamiento, tanto de sus normas como de su espíritu». 

«La causa principal del deterioro que estamos sufriendo se debe, sobre todo, al defectuoso funcionamiento de los partidos, la deslealtad constitucional de determinadas instituciones y el abandono de la voluntad de pactos transversales, sin los que la democracia no puede sostenerse».

«No es la democracia, sino su deteriorado funcionamiento, lo que se rechaza».

«Debería ser libro de cabecera de políticos, periodistas y ciudadanos preocupados por ‘la democracia menguante’ española»

¿Por qué estamos como estamos? Los diez coordinados por Manuel Aragón dan explicaciones tan razonadas como ésta: 

«La existencia de un Parlamento muy fragmentado no puede servir como única causa explicativa de esta lamentable situación española. En otros países europeos -con Parlamentos tan fragmentado o más que el nuestro- ello no ha impedido que se consigan, respetando el sistema constitucional, pactos eficaces de gobernabilidad y, más aún, acuerdos transversales que generen estabilidad institucional y logren un necesario consenso político para las decisiones que afectan a los asuntos fundamentales de la estructura estatal y de la convivencia ciudadana. Esto no ha ocurrido aquí, probablemente, porque no se ha respetado una exigencia insoslayable: que los pactos han de basarse en la lealtad constitucional y, por ello, han de celebrarse, lógicamente, entre partidos que, pese a sus diferencias ideológicas, estén comprometidas con la Constitución (que, por supuesto, siempre está abierta a su reforma, pero no a su destrucción).

Si tal exigencia no se cumple, los pactos -en lugar de servir para la consolidación del sistema democrático-, pueden allanar el camino para la desafección ciudadana, el disenso político y social, la desvertebración del Estado y, en consecuencia, la puesta en peligro del propio sistema constitucional». 

Ésta es la clave. Los pactos, lógicamente, han de hacerse entre distintos. Si no, no habría siquiera necesidad de buscar el acuerdo. Pero el pacto exige una imprescindible base común. Y en nuestra democracia (si queremos seguir teniéndola) esa base es la Constitución; como dicen los eméritos, incluso pensando en su reforma pero no en su demolición. 

El resultado está a la vista de todos: 

«Los ciudadanos confían hoy en la política española mucho menos de lo que lo hacían hace 40 años. España sufre un serio problema de legitimidad política, no de legitimidad de la democracia, pero si de radical insatisfacción con su funcionamiento».

«El descrédito de la política se desata, sobre todo, en esta última legislatura socialista. Y sin duda los pactos con partidos separatistas y herederos del terrorismo, el discurso feminista radical, las cesiones frente al nacionalismo o la mal llamada Memoria Histórica -que más que unir ha contribuido a dividir- están detrás de ese enorme malestar del que se acaba culpando a ‘los políticos’ en general». 

«Será necesaria una larga y compleja tarea de reconstrucción, y de deconstrucción, del mucho daño institucional infligido». 

Y otro aviso:

«Hoy en España la discusión política esencial sobrepasa las opciones entre derechas e izquierdas, o entre conservadurismo y progresismo, pues se sitúa en el dilema de mantener nuestro sistema constitucional democrático o destruirlo». 

Una aclaración. Nadie duda de la legalidad de los pactos de Gobierno que llevaron -y mantienen- a Pedro Sánchez a La Moncloa desde hace ya cinco años, y que nos han ido hundiendo en la actual crisis de «democracia menguante» que exponen nuestros eméritos. Lo que se somete a examen diario es su legitimidad. Porque: 

«La legalidad es binaria, se tiene o no se tiene y depende de lo que las leyes autorizan. La legitimidad es una variable continua, sube o baja, depende de la opinión pública y usualmente se mide mediante encuestas. Una conducta puede ser legal pero no legítima y, también viceversa, puede ser legítima pero ilegal».

Lleva tiempo escribir un libro, y más cuando la obra es coral. Quizá por eso queda casi arqueológica esta reflexión sobre la más deletérea decisión para la calidad de la democracia española de todas las que deja en herencia el mandato de Sánchez: 

«Un hecho producido en los últimos días (sic) acentúa esta ingrata situación a la que hemos llegado. Nos referimos a la pretensión gubernamental de eliminar el delito de sedición. Su objetivo declarado es recalificar penalmente -bajo la forma de delito de desórdenes públicos-, aquello que fue, en realidad, un gravísimo atentado al orden constitucional. Fue una especie de golpe de Estado perpetrado por las instituciones catalanas en septiembre y octubre de 2017, declarando, en abierta desobediencia a la Constitución y a las resoluciones del Tribunal Constitucional, la independencia de esa parte del territorio nacional». 

Como todos tenemos nuestras obsesiones, y nuestros sesgos, me resultaron muy reconfortantes las reflexiones de los diez de Manuel Aragón sobre la mala copia del sistema de primarias norteamericano para la elección interna de los líderes de los partidos. Un invento por el que Pedro Sánchez ha acometido una precisa taxidermia del PSOE hasta vaciarlo por completo de todo lo que no sea el culto a su persona, y que causó una tremenda crisis en el PP, solventada in extremis hace poco más de un año. 

Esto escriben: 

«Un buen ejemplo es el que deriva de la desafortunada introducción de las primarias en la organización interna de los partidos políticos que ha conducido a una indudable cesarismo del Secretario General o presidente del partido con infracción -creemos- del espíritu del artículo 6 de la Constitución española, que cuando impone el ‘funcionamiento democrático’ de los partidos se está refiriendo no a la democracia en abstracto, sino al tipo específico de democracia previsto, como regla general, en la propia Constitución: una democracia representativa con frenos y contrapesos, contraria a la democracia plebiscitaria que deriva de las primarias».

Para solucionarlo, proponen: 

«Otra reforma legal importante se refiere a los partidos políticos, para garantizar su funcionamiento democrático, lo que supondría la eliminación de las primarias y la regulación de una democracia interna de frenos y contrapesos que impidiese el cesarismo». 

De los muchos motivos para defender la necesidad de pesos y contrapesos, al menos dos: 

«No puede haber democracia constitucional sin limitación efectiva del poder garantizada a través de controles sociales, políticos y jurídicos». 

«La vitalidad de la democracia viene de abajo arriba, pero su mantenimiento proviene de arriba abajo, mediante la educación, el magisterio de costumbre de los líderes políticos y la ejemplaridad de las instituciones».

Hay más. Mucho más y todo muy bien pensado. Nuestros sabios eméritos hacen un interesante repaso del funcionamiento de la Justicia, del Gobierno y de las autonomías, y también de la economía española y de nuestra posición en Europa y en el mundo. Y son muy inteligentes sus reflexiones sobre la Monarquía, que inciden también en el debate sobre el rey Juan Carlos. En definitiva, regálenselo para la larguísima campaña electoral en la que ya estamos inmersos. Total, el Día del Libro fue solo ayer.

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