THE OBJECTIVE
Jorge Vilches

La falsa repugnancia

«Los líderes territoriales del PSOE son prisioneros de la estrategia diseñada desde Moncloa que hace de las elecciones locales un plebiscito sobre la política nacional»

Opinión
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La falsa repugnancia

La falsa repugnancia.

El rechazo mostrado por los dirigentes territoriales socialistas a la presencia de etarras en las listas de Bildu está calculado. Unas declaraciones que niegan la esencia del sanchismo -pactar con independentistas-, delante del mismísimo Sánchez están acordadas. Esto es evidente porque no son consecuentes. No hay, para empezar, la petición de una reunión del Comité Federal para acordar la ruptura pública de relaciones con Bildu. Luego, ninguno de los dirigentes indignados ha propuesto la reforma de la Ley de Partidos para que no se vuelva a repetir la vergüenza.

La manifestación de los barones no ha sido espontánea ni rebelde. El PSOE está fuertemente jerarquizado. Sánchez ejerce una auténtica dictadura en el partido. Nadie opina sin lo que haga antes el portavoz del sanchismo, y menos aún organiza un acto en campaña electoral sin que Moncloa dé el visto bueno. De hecho, la presencia de Sánchez en el último mitin de Page fue impuesta desde Madrid.

La muestra de repugnancia está dentro de los parámetros permitidos por Sánchez y motivada por un cálculo electoral. Por un lado, en Moncloa saben que al elector tipo del PSOE le importa más que no gobierne la derecha que unas listas de Bildu plagadas de ex terroristas. A su votante medio le crispa más la corrupción -solo del PP- y el machismo que el terrorismo o el abrazo al comunismo liberticida o al golpismo independentista. El sanchismo nació regalando a sus votantes una pinza para la nariz y ahí sigue.

No obstante, el PSOE gana en comunidades como Castilla-La Mancha porque el electorado es moderado. Page sabe que depende de que ese votante no se avergüence de su presidente autonómico y decida quedarse en casa o votar a otro. El punto medio entre negar la esencia del sanchismo, que pacta con Otegi sin necesidad parlamentaria, y el repudio a Bildu es una condena moral. Para que cuele el relato han creado unos argumentos endebles: ETA no existe y la confección de las listas de Bildu es legal. A partir de ahí, a estos socialistas solo les queda rezar para que el votante no se dé cuenta del timo.

«Una muestra pública de repugnancia a Bildu puede ser insuficiente para desarmar al PP»

Pese a esto, Fernández Vara, Lambán, Barbón y García-Page no las tienen todas consigo. Necesitan que el ex votante de Cs no se lance a votar al PP en masa, y que la derecha no se movilice todavía más por la repugnancia que causa la alianza del PSOE con los que se enorgullecen del terrorismo de ETA. Saben que en Extremadura, Aragón, Asturias y Castilla-La Mancha todo se va decidir por un porcentaje muy pequeño, y que una muestra pública de repugnancia a Bildu está bien pero puede ser insuficiente para desarmar al PP.

El antídoto a esta baza de los populares es sostener que Feijóo hace electoralismo con ETA. En su comparecencia, Pilar Alegría, portavoz del sanchismo, equiparó el poner a orgullosos ex etarras en las listas electorales con criticarlo. Es decir; a Bildu con el PP. Esta burda maniobra quiere situar al PSOE de Sánchez como víctima del ruido y estupor que generan los otros.

A estas alturas, cuando la figura de Sánchez está muy lejos de la credibilidad y la confianza del electorado, es muy difícil que cale este mensaje sanchista. Esto perjudica a los dirigentes territoriales enfrentados a las urnas que, además, son prisioneros de la estrategia diseñada desde Moncloa que hace de las elecciones locales un plebiscito sobre la política nacional. Así, en lugar de debatir principalmente sobre los problemas del lugar, se discute sobre temas generales que se escapan de su ámbito.

Por eso, entre un sanchismo que voluntariamente va del brazo de Bildu, con orgullosos asesinos en sus listas, y las promesas de tómbola de Sánchez, se ve a un PSOE cada vez más nervioso, que deja al descubierto todas las costuras de su estrategia electoral. Incluso cuando miden las palabras para mostrar repugnancia.

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