THE OBJECTIVE
Anna Grau

Viaje al centro de Barcelona

«Allí donde un bipartidismo prepotente ha negado el derecho a la vida al centro, tanto a la izquierda como a la derecha se la han acabado comiendo los extremos»

Opinión
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Viaje al centro de Barcelona

La alcaldesa de Barcelona, Ada Colau.

Entre el escándalo de la compra de votos por correo (que ya ha llegado también a Barcelona) y lo que va trascendiendo de cómo se cocinan algunas encuestas (por ejemplo diciéndole a algunos votantes que el partido que quieren votar no puede ser, que «ese no, ese no está, tiene que ser este otro…»), no es de extrañar que el 28-M sea una caja de sorpresas o incluso de Pandora. A ver qué sale cuándo por fin la abramos. ¿Tendremos cuatro años más de Colau & Collboni, o de Collboni & Colau, o pueden entrar otros partidos que atemperen los actuales excesos urbanísticos, de movilidad o prookupas? Si alguien tiene que atemperar y centrar estas políticas, ¿quién? ¿Qué pasa si se cumple la peor pesadilla del PP de Cataluña, y Vox les pega el sorpasso y les adelanta en el Ayuntamiento de Barcelona?

Eso no es para nada imposible, saben. Durante muchos años no hizo falta en Cataluña más derecha que la que proveían Jordi Pujol y su socio democristiano, Josep Antoni Duran i Lleida. A ese votante pauloviano apela la candidatura de Xavier Trias, mayormente en sus feudos «de toda la vida», procurando soslayar toda la deriva radical de Puigdemont y sus penosos, humillantes resultados, para muchos catalanes que vivían muy bien hasta que el procés les empezó a hacer sentir mal… total para nada.

Dice mucho de la capacidad de cierta gente de tergiversar los marcos mentales y políticos que en ocasiones se haya intentado presentar el procés, todo lo ocurrido en los últimos 15 años en Barcelona y en Cataluña, como un choque de «progres catalanes» frente a «fachas españoles», cuando esos «fachas españoles», en Cataluña, siempre han estado a por uvas, más pendientes de pactos del Majestic que de crear y mantener un espacio político propio y coherente en Cataluña. Una voz. Que cuando alguien la ha intentado hacer mínimamente elegante (Alejandro Fernández, Cayetana Álvarez de Toledo…), invariablemente se han visto torpedeados, cuando no silenciados.

En cuanto a los «progres catalanes», en fin, mucho habría que revisar el progresismo de quien entendía y sigue entendiendo las instituciones catalanas como su cortijo, pensando que basta con autoproclamarse «de izquierdas» para gozar de una especie de patente de corso para especular y crear redes clientelares a manos llenas. Sangrando a la población a impuestos (sin importar pandemias, inflaciones, etc.) para después obligar a mendigar ayudas que no llegan, fondos Next Generation que se derrochan en superillas o políticas de vivienda que son un fracaso, y para eso, para disimular ese fracaso, se inventó la leyenda urbana de que el okupa no es un delincuente sino tu amigo y tu mascota social.

«Se va viendo que el ‘procés’ no es sólo un asunto más o menos identitario. Es un drama social»

Se habla mucho del famoso espacio «constitucionalista» en Cataluña, que no existía antes de nacer Ciutadans en 2006, y que ahora muchos intentan «unificar» usando el curioso método de Caín para llevarse bien con su hermano Abel. Se empieza negando que exista un problema, o que valga la pena tomárselo en serio (pongamos la falta de respeto institucional al bilingüismo, o el entreguismo institucional a la okupación…) y se acaba intentando matar a quién, saliéndose del pelotón de los apalancados y los torpes, proponiendo más actitud, menos complejos y buscar soluciones. Obviamente que no pasen por votar presupuestos de la vergüenza, cambiar cromos, ponerse de perfil, etc.

Pero es que lo que vale para el constitucionalismo, vale para la política social. Después de que el desafío violento de 2017, el que vació Cataluña de gente y de empresas, haya ido mostrando cada vez más su verdadera faz de agresivo lobby de intereses, de casta en pos de unos privilegios, de neoburguesía basada no en el apellido sino en la obediencia a un proyecto de ingeniería social y pensamiento único (quien lo acata prospera, quien no, se enfrenta a una fatwa política, económica y civil…), se va viendo que el procés no es sólo un asunto más o menos identitario. Es un drama social. Que allá donde el procés prospera, se seca hasta la mejorana…

En todos los sitios donde un bipartidismo prepotente y arrogante ha tratado de negar el mero derecho a la vida de un centro limpio, trabajador y honrado, sin corrupción y sin agenda oculta, tanto a la izquierda como a la derecha se la han acabado comiendo los extremos. Le ha pasado al socialismo catalán, rehén del independentismo en la Generalitat y del criptocomunismo de Ada Colau en el Ayuntamiento de Barcelona, y le pasa a un PP incapaz de parar el ascenso de Vox en un territorio, Cataluña, donde Vox no aspira a complementarle, sino a borrarle del mapa. Y parece que lo va consiguiendo.

Igual es el momento de preguntarse si de verdad la única manera de hacer las cosas es como se han hecho siempre (o como no se han hecho nunca). Si aparte de posible no será muy necesario entrar en política totalmente con otra intención, con ánimo de actuar y de gobernar de otra manera. Sin mentir y pensando en todo el mundo, no sólo en los más radicales, los más corruptos y los que más chillan. Y sin pedir permiso ni perdón a nadie por ser radicalmente liberal, progresista y de centro. Y por no estar en venta.

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