THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Mis amigos, los que votan a Ayuso

«En política persigo algo más que zascas, victorias absolutas o adulación a los jubilados. Busco razones. Y de esas no me dan tantas los que votan a Ayuso»

Opinión
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Mis amigos, los que votan a Ayuso

Isabel Díaz Ayuso y Juan Manuel Moreno Bonilla. | Europa Press

Cuando llegué a vivir a Madrid, hará cosa de año y medio, me topé con el fenómeno Ayuso. Fue en una ferretería. Yo había pedido una bombilla y el ferretero se entretuvo antes para contarle a un cliente algo de un dinero que «le podía dar» Ayuso. No el Gobierno de Madrid ni esta o aquella consejería: Ayuso misma, ella.

Creo que se trataba del abono transporte. Sí, debió de ser el abono transporte, porque el cliente parecía mayor de 65 años. Y a esa franja de edad se le ha ido subvencionando su coste más y más. Hasta llegar a serles, este año, gratuito.

De hecho, creo que pensé entonces en lo raro que era todo aquello: el Gobierno de Díaz Ayuso está repleto de economistas liberales. Y los economistas saben de sobra (también los liberales, porque los datos son del INE), que en España un menor de 40 años dispone de un 25% de ingresos menos que un jubilado. ¿Por qué seguir beneficiando a los jubilados, entonces, en vez de a los más jóvenes? ¿Por qué hacerlo con subvenciones, si te consideras, en economía, liberal? Pero el ferretero llegaba ya con mi bombilla, yo pagué por ella y me guardé el recibo y mis dudas en el pantalón.

He tenido ocasión de volverlas a sacar del bolsillo varias veces. Tengo amigos y conocidos que votan a Ayuso. (A diferencia del votante tradicional del PP, el ayusista suele ser locuaz sobre sus preferencias electorales, y eso da mucho juego a los preguntones como yo). Dado que muchas de mis amistades son jóvenes, o al menos menores de 40 años, me interesaba descubrir por qué apoyan la idea de subvencionar a personas con más ingresos que ellos. Gracias a este enigma, he tenido conversaciones bien interesantes, que he de agradecerles a Ayuso y a Madrid. 

Algunos de mis amigos me hablaron de la anterior campaña electoral madrileña, cuando a la presidenta Ayuso la jaleaban por la calle e incluso la aplaudieron, creo que fue en Las Ventas. Lo nunca visto. Aun así, el PP no logró mayoría absoluta en la Asamblea. Parece que la España actual ya no será nunca la del bipartidismo.

«Ayuso pega muchos zascas a la izquierda, y hay algo de competición deportiva también en ese marcador»

Por este motivo, mis amigos, los que votan a Ayuso, quieren esta vez sacarse la espinita. ¿No consiguió acaso Juanma Moreno su propia absoluta en Andalucía? Hay algo de futbolístico en conseguir ganar un título que te has propuesto, y yo respeto mucho todo ese afán futbolero.

También cunde otro argumento ayusista entre mis amistades: los zascas. Ayuso pega muchos zascas a la izquierda, y hay algo de competición deportiva también en ese marcador. ¿Quién no quiere que se les atragante su soja ecológica a los de Más Madrid? ¿O lo que sea que beba ese señor al que han puesto del PSOE? ¿O agitar un poco al senegalés aquel de Podemos, Mbayé creo que se llamaba, un hombre que hablaba siempre tan mal de cómo somos en España, que se diría que añoraba fuerte volver a su África natal?

Con todo y con eso, en mis charlas con amigos ayusistas revivo mis años infantiles: otros niños parecen encantados con jugar al fútbol, mientras yo prefiero buscarme otras ocupaciones. Acabé encontrando una buena en la filosofía. Es culpa mía, lo sé, pero desde entonces persigo en política algo más que zascas, que victorias absolutas o que adulación a los jubilados. Busco, por ejemplo, razones. Y de esas, he de reconocerlo, no me dan tantas mis amigos, los que votan a Ayuso. Aunque yo sigo buscándolas igual.

Una cosa que descubrí en Madrid es que lo que en el resto de España llamamos «ser pijo», aquí se llama «ser liberal». Esto no significa, claro, que todos los liberales sean pijos (recordemos, también de nuestros años infantiles, la teoría de conjuntos: los últimos son solo un subconjunto de los primeros). Pero voy a una fiesta con gente muy bien vestida y bastante guapa y están en torno a los treinta años y si sale el asunto de la política enseguida resulta que su preocupación primera es pagar pocos impuestos. Si mi interlocutor está en torno a los 20 años, esa preocupación me choca: ese chico no ha rellenado jamás formulario alguno del IRPF, ¿por qué le preocupa tanto un punto más o menos en ese impuesto? ¿Y por qué no más bien las cosas que antes nos preocupaban a los jóvenes: la justicia, el honor, la lucha del bien contra el mal?

Me gusta, en todo caso, hablar con liberales (quizá por ello me siguen invitando, pese a mi intemperancia, a sus fiestas). Y es que la libertad es otra de esas grandes ideas sobre las que en filosofía damos muchas vueltas. Recuerdo entonces aquella definición de libertad madrileña para doña Isabel Natividad Díaz Ayuso: no encontrarte con tu ex. Es una definición que, sin duda, plantea retos sólidos a la filosofía tradicional: ¿estamos ante una libertad negativa, en el sentido de Isaiah Berlin, o positiva? ¿Se trata aquí solo de una libertad, o resulta exigible como derecho? En ese caso, ¿a quién se lo exigiríamos: al Estado, a tu ex, al destino? Cuándo tu expareja se topa contigo, ¿quién atenta contra las libertades del otro es ella? ¿O eres tú?

Mis charlas con mis amigos, los que votan a Ayuso, no me resultan de ayuda en semejantes desvelos. Hace un par de semanas uno de ellos me insistió, aparte de en la importancia de rebajar un punto porcentual el IRPF, en lo buena persona que era Bill Gates, y los fundadores de Google o Facebook, y los que dirigen Amazon y Apple, empresarios exitosos todo ellos. Además, mi interlocutor había navegado por la web de uno, creo que era Gates, y allí se contaban la cantidad de cosas bonitas que quiere hacer contra el hambre y las enfermedades. Un poco como la ONU con su Agenda 2030.

«La gente que quiere dominarte no suele revelar sus planes: ni los escriben en su web ni en sus camisetas»

Tuve de nuevo que desempolvar mis recuerdos de infancia. Y explicar a mi interlocutor que la gente que quiere dominarte no suele revelar sus planes: ni los escriben en su web, ni en sus caras, ni en sus camisetas. Una duda asaltaba mi mente mientras tanto: pero, ¿qué tipo de dibujos animados vio la generación siguiente a la mía, como ese fan de Zuckerberg que tenía ante mí?

Podría prolongar este artículo con decenas de conversaciones: ha habido mucho votante de Díaz Ayuso a mi alrededor todo este tiempo, ya lo he avanzado. Y no dudo de que volverá a sacar un buen resultado en Madrid. Terminaré, pues, con dos conversaciones algo diferentes a las anteriores. Ambas empezaron con amigos que iban a votar a Ayuso también, sí; pero ambas terminaron acaso con amigos exvotantes (no sé si a los exvotantes, como a los ex en general, Madrid te permite no verlos ya nunca más).

Conversación penúltima: mi amiga va a votar a Ayuso porque su Gobierno ha ideado un plan con que atraer inversiones a Madrid (ahora que la España de Pedro Sánchez resulta cada vez menos atractiva para ellas). Pero la «pobre Ayuso» no ha podido aprobarlo por la «oposición malévola» del resto entero de la Cámara autonómica: «izquierdas y derechas unidas» contra traer más dinero a la región y, por tanto, más pago de impuestos y más inversión.

Estos avatares se narran en esta noticia de THE OBJECTIVE, y de un modo tan simpatizante hacia la medida propuesta por Ayuso, que he de aclarar que el nombre de la amiga que viene con iguales loas no es el de su redactora. De hecho, mi amiga no es periodista, sino dueña de un pequeño comercio en Argüelles. Y, como le va bien con ello, mi amiga quiere comprarse el año que viene una vivienda por allí.

Le explico entonces que, de aprobarse la medida de Ayuso, los extranjeros que vinieran a comprarse una casa a Madrid (acaso la misma que le encanta a ella) tendrían una bonificación del 20% de su coste en los impuestos que pagarán luego. Vamos, que les saldría una quinta parte más barata que a ella. Por tanto, los foráneos podrían pujar contra ella, ante el propietario, con ese colchón del 20% de ventaja en lo que les va a costar. Si luego ese intrépido singapurense, o ese rico colombiano, o esa inversora inglesa, quieren poner un comercio al lado del de ella, también tendrían un 20% de rebaja en todo lo que invirtieran para competir contra mi amiga. La cual, entonces, toma un sorbo del gin-tonic que se ha pedido y cambia de conversación. Algo me dice que ya no anhela una mayoría absoluta de Díaz Ayuso este domingo, aunque no sé a quién va a votar.

«Íñigo añade que me cuenta esos problemas porque sabe que no le voy a llamar racista»

Conversación última: paseo con un amigo, católico de misa diaria, por el nuevo parque abierto en Chamberí, que le queda al lado de casa. Mi amigo no entiende, dice, la «obsesión» con los menas en la campaña electoral. ¿No es lo más cristiano acogerlos y ya está? ¿No es un poco racista señalar una y otra vez los trastornos que causan? La conversación deriva por otros vericuetos después.

Al rato, nos cruzamos con un chaval, no tendrá ni 20 años, que me saluda «porque me ha visto en la tele». Dice que se llama Íñigo, que estudia Farmacia y que me da las gracias por las cosas de las que hablo. Que él vive en Hortaleza, que tienen un centro de menas cerca, y que desde entonces su hermana ya no puede volver tarde a casa, que su madre baja de casa con el dinero justo para comprar. Que a su abuela la atracaron el otro día, aunque como no llevaba dinero, poco hubo que lamentar. Íñigo añade que me cuenta esos problemas porque sabe que no le voy a llamar racista, solo por contármelo. Que qué casualidad que entonces todos los vecinos de su barrio resultará que son racistas. ¡Vaya puntería la de Ayuso, instalar centros de menas solo en los barrios racistas de Madrid!

Yo me siento incómodo (pareciera que hubiese contratado justo a un actor para refutar al amigo que apenas veinte minutos antes me sacó tal tema). El chico se da cuenta de mi incomodidad, se excusa por habernos molestado y, muy cortés, se aleja. No sé si acudirá a misa con tanta frecuencia como mi amigo. Pero algo me dice que este último ya no se considera tan bondadoso como un rato antes. Cuando creía que hablar mucho de los centros de menas, como hacen otros (no él, que va para santo) era «racista». O una mera «obsesión».

En todo caso, dejemos para otro día el prolongarme sobre los amigos que ya no votan, o no votaron nunca, a Ayuso. Hoy tocaba solo dedicar un rato a los que sí la votan. A mi ferretero, a los treintañeros de fiestas elegantes, al fan de Bill Gates. Ojalá este domingo tengan una feliz jornada. Aunque los excesos nunca son buenos, así que espero que no demasiado feliz. 

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