Aparcar el insulto y tumbar el trumpismo
«A Sánchez le gusta la confrontación, pero no el debate. Esto resulta evidente en cualquier sesión de control: las réplicas del presidente nunca son respuestas»
Para combatir el trumpismo, el Gobierno ha lanzado una campaña feroz contra la oposición y contra los medios críticos con su líder. Tienen sus razones: con una gestión excelente, lo único que ha podido llevar a tantos electores a abandonarle es la mala información. Es evidente que un ciudadano bien informado estaría a sus pies. Pero los medios de la extrema derecha, los de la derecha extrema, y el señor del segundo exterior derecha, han intoxicado al personal con su constante emisión de monóxido reaccionario. Por todo ello, el PSOE encara las elecciones del 23-J con el loable objetivo de que la verdad llegue al pueblo. Y para lograrlo con la máxima eficiencia se han acompasado todos los altavoces del partido, desde el presidente del Gobierno al community manager de la agrupación socialista de Alcantarilla.
Para reivindicar su obra, y quizá para sacudirse la fama de obsesivo, el presidente ha retado a Alberto Núñez Feijóo a nada menos que seis debates electorales. Desde el Ejecutivo insisten en la urgencia de hablar de gestión y desterrar el insulto. El presidente se siente insultado, y sus apóstoles claman que nunca han visto cosa igual. ¡Demonizan a la persona porque no pueden criticar su gestión! Se sigue que el presidente recibiría con deportividad las críticas a sus decisiones políticas, pero que no ha lugar a tanta descalificación ad hominem. Los trumpistas, extremistas y antidemócratas al frente de la oposición y sus medios afines deberían expresarse en términos más constructivos.
«Es chocante que un Gobierno que presume de querer bajar el tono, atribuya a sus rivales pulsiones antidemocráticas»
Es probable que seis cara-a-caras en seis semanas resulten excesivos incluso para la Junta Electoral Central (veremos), pero lo sorprendente no es tanto eso como que la propuesta parta de Pedro Sánchez. Me explico: a Sánchez le gusta la confrontación, pero no el debate, entendiendo como tal el intercambio honesto de argumentos. Esto resulta evidente en cualquier sesión de control: las réplicas del presidente nunca son respuestas. Tampoco se deja entrevistar por periodistas que puedan incomodarle. Quizá porque enfrente nunca ve un interlocutor, sino un espectador o un saco de boxeo. Sánchez sueña con seis debates porque se imagina tumbando a Feijóo en cada uno de ellos. Sueña con saturar la memoria de unos electores que el 23-J no recordarían otra cosa que un histórico KO en seis asaltos.
Con todo, la invitación del Gobierno a aparcar las descalificaciones y dialogar sobre políticas es encomiable. Los ciudadanos agradeceríamos que aceptaran su propia invitación. Porque es chocante que un Gobierno que presume de querer bajar el tono, declare cada tarde una emergencia nacional y atribuya a sus rivales pulsiones antidemocráticas. Tampoco es coherente que un Gobierno que ha lamentado la deslealtad de la oposición en el extranjero descalifique inmisericordemente a quienes le precedieron y, sobre todo, a quienes podrían sucederle. Si se trata de patriotismo, habrá que serlo también en el pasado y el futuro.