Las uvas de la ira de Sánchez
«Si la ira y el populismo son las guías de sus iniciativas, ese político sobra. Sembrar cizaña desde el poder nunca dio buena cosecha»
El reto televisivo de Sánchez a Feijóo forma parte del decálogo nefasto de la nueva política. La propuesta busca el uso del populismo en redes y medios afines, el impacto de la imagen en detrimento de los contenidos, el zasca mejor que el argumento, y la expansión de las emociones tóxicas en lugar de la ilusión y la esperanza. Son las uvas de la ira que quiere engordar Sánchez para que, como en la novela de Steinbeck, queden listas para una vendimia de odio que, si suena la flauta, se traduzca en votos.
Visto con distancia, con su propuesta televisiva Sánchez queda como el macarra del colegio que cita en el patio al gafotas que saca buenas notas para darle una paliza. Es esa escena de músculo contra cerebro en la que los sicarios del matón esperan con el móvil para grabar las imágenes y subirlas a las redes. Su plan es que la degradación del empollón sea pública y definitiva. Si el citado rehúye el espectáculo y pide calma, la banda de Sánchez piensa llamar «cobarde» a Feijóo.
En fin. Algo le pasa al presidente, y no es nada bueno. Ha pasado de ser un pato cojo a un tigre enjaulado. Es cierto que su ego ha recibido un gran golpe el 28-M, pero es mala idea dejarse guiar en la derrota por la furia y el despecho. Sabemos que le ha dolido comprobar que la plebe, esa gente a la que ya no se atreve a acercarse porque es espontánea, tiene criterio propio.
Le duele que los que están por debajo de él, todos, no reconozcan su valía como pastor de este rebaño cañí. Ni siquiera los dirigentes locales a los que arriesgó en un plebiscito sobre su sacrosanta persona le guardan el debido respeto. Y, además, EEUU no le quiere en la OTAN, lo que no es buena carta de presentación para otro organismo internacional de prestigio. El conjunto es demasiado para Su Sanchidad.
«Si quitamos a Sánchez sus bravatas, insultos e improvisaciones no queda nada»
Sánchez busca pelea en el patio del colegio porque no tiene más solución. Quiere partir la cara, políticamente hablando, al que puede dejarle en la calle, el candidato gallego. El presidente cree que la vida política española es una entrega de Fast & Furious, en la que quien no corre y mata no sobrevive. Piensa que desconcertar al adversario tomando decisiones imprevistas es un estilo inteligente de hacer política. El problema es que esto queda bien en un ensayo fantasioso, pero hablamos de la gobernanza de la cuarta economía europea.
Si quitamos a Sánchez sus bravatas, insultos e improvisaciones no queda nada. Ha tenido tiempo suficiente para ganarse la confianza y el respeto de la mayoría de españoles, y lo ha desaprovechado. Consideró que la política se hace en los despachos, en pactos con Podemos, Bildu y ERC, en lugar de hablar a la gente, de atender a las Cortes, de escuchar a la oposición, y promover políticas de entendimiento mayoritario y de prosperidad general. Todo lo ha hecho al revés. Se ha metido en un laberinto donde el Minotauro, ese monstruo que ha creado para vivir, lo está devorando poco a poco.
Su presidencia nos debe servir para la reflexión sobre lo que no debe ser un gobernante en democracia. Un estadista no es aquel que posa bien en las fotos y habla inglés, sino el que hace política para el bienestar de su país. Examinemos la realidad. Nada de lo que emprende Sánchez es pensando en España, en su gente o prosperidad, sino en su persona. Un hombre de Estado, debería saberlo el presidente, es medido por su prudencia en la toma de decisiones. Esto se aleja de la impulsividad irracional que sigue Sánchez en sus movimientos. Si la ira y el populismo, además, son las guías de sus iniciativas, pensadas solo para hacer daño al adversario y beneficiarse, ese político sobra. Sembrar cizaña desde el poder nunca dio buena cosecha.