THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

Sumar y los gabinetes de curiosidades

«Ya no conciben su vida sin coche oficial y gastos de representación. Están enganchados. Por eso hay que unirse a Sumar, para sumar escaños»

Opinión
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Sumar y los gabinetes de curiosidades

La líder de Sumar y vicepresidenta segunda del Gobierno, ministra de Trabajo y Economía Social, Yolanda Díaz. | (Europa Press)

En los gabinetes de curiosidades de la Ilustración cabía igual un colmillo de tiburón blanco del arrecife de coral australiano que un conclave de trilobites que no se reunían desde la era paleozoica, una piel de una serpiente de cascabel del desierto de Sonora que un cráneo de bisonte negro del Valle del Riff. El propósito del conjunto es formar parte de la colección, hecha del capricho, el azar y la necesidad. Aún no llegaba Darwin a dotarlos de una lógica inapelable. En un mueble de caoba (o cualquier otra madera salvaje y añosa), con decenas de compartimentos, repisas y ventanitas, el viajero, aún con sal en los zapatos, depositaba los frutos de sus expediciones marítimas. Muelas de mamut de Alaska, pezuñas de cóndor andino junto a minerales que desafían, iridiscentes, la refracción de la luz. Y muchos fósiles patagónicos, radiografías primitivas del paso de la vida por el túnel geológico. Así es el Movimiento Sumar de Yolanda Díaz. En una sola papeleta, todas las tribus de la democracia asamblearia, gabinete de curiosidades políticas al que sólo le falta alguna cabeza de Jíbaro, cuya reducción contra natura es ya inaceptable.

Las razones sociales son paradójicas y contradictorias. A los partidos comunistas integrados en el sistema democrático de Occidente, al que desprecian y torpedean, les suelen crecer, en sus alrededores ideológicos, compañeros de viaje. La razón es que muchos de estos aliados no caben en los rígidos controles del comunismo tradicional, cerrado en sus valores inmutables y trufado de expulsiones y excomuniones. No caben, pero comparten la idea básica, ingenua y noble a la vez, de la fraternidad de los hombres, de la posibilidad de fundar en la tierra una arcadia feliz, sin clases sociales. Comparten, pues, el credo milenarista post-religioso de los profetas Marx y Engels, pero no los métodos punitivos de Lenin y sus herederos

Parte del problema, desde luego, es que como sus fines son nobles, al menos en el papel, el comunismo no siente la necesidad de hacer un examen de conciencia y mirar a los ojos las terribles consecuencias que produce ahí donde triunfa y se impone. Y para un militante que abre por fin los ojos al gulag, inherente a la praxis comunista, es más fácil y congruente dejar el partido y sus circunvalaciones que reformarlo. El partido conservará a líderes lo suficientemente cínicos o ciegos para volver a engatusar con la sirena de la utopía a una nueva generación de jóvenes siempre prístinos y primigenios. 

Estos movimientos sociales en la órbita del partido comunista suelen enarbolar una mezcla explosiva de causas liberales, prohibidas a rajatabla en los países comunistas reales, con quimeras y fetiches irrealizables. Estamos ante un embrollo complicado.

Curiosamente, el santo y seña de este espectro político es la apelación a la unidad. Y lo hace desde su infinita e inevitable fragmentación. Esa unidad ideal la lleva muchas veces en el nombre mismo. El viejo y renqueante Partido Comunista español se transformó en Izquierda Unida, rebasada por Podemos, con el que converge en Unidas Podemos y del que se desprendió la facción «errejonista», ahora todos englobados en el Movimiento Sumar. La suma aritmética tiene siempre más o menos el mismo resultado, aunque se agreguen muchos o pocos numerales. Otra complicación adicional. El problema fundamental es filosófico, no matemático y, por lo tanto, irresoluble. Cada parte se siente la genuina representante del todo. Y conforman un orfeón de voces disonantes en donde todas entonan baladas en nombre del pueblo. Nadie asume el pacto básico de la democracia representativa: el otro también existe, sus intereses también son legítimos, nadie representa el todo por sí solo. 

Todas estas agrupaciones, que son a su vez plataformas de aluvión (Coalició Compromís de Valencia reúne Més Compromís, Iniciativa del Poble Valencià y Verts Equo del País Valencià, pero Més Compromís es a su vez el heredero del Bloq Nacionalista Valencià, que nace a su vez de otras fusiones) y baile de siglas (Batzarre de Navarra incluye a EMK y LKI), obedecen, pues, a una argamasa ideológica contradictoria. Por una parte, son herederos del comunismo marxista, como ya dije, y tiene como motor la fraternidad universal; por la otra, se asienta en nacionalistas-regionalistas-federalistas de muy diverso origen, hijos de esa pasión tan española de construir reinos de taifas y torres de Babel. Tan distintos vistos desde cerca, tan iguales vistos desde lejos. En Sumar hay aragonesistas, andalucistas, asturianistas, catalanistas y demás istas. Su pulsión es la identidad, no la ciudadanía. 

«En Sumar hay aragonesistas, andalucistas, asturianistas, catalanistas y demás istas. Su pulsión es la identidad, no la ciudadanía»

Pero, ¿qué comparten, aparte de la utopía? Primero, una visión maniquea de la historia reciente de España, con una lectura de la Guerra Civil de buenos y malos absolutos. Y, por lo tanto, descreen de la Constitución del 78, que conciben como una concesión forzada de la izquierda a los poderes fácticos. Por ello también ven a la monarquía como la cara amable del franquismo. Les gustaría que España fuera una república federal, pero solo para las familias de las izquierdas. Son euroescépticos. En su visón del mundo, Cuba no es una dictadura, Chávez no destruyó la democracia venezolana, la guerra de Ucrania no es como nos la cuentan los medios, la OTAN está al servicio de Estados Unidos, Israel no es una democracia y Europa debe pedir perdón por su pasado colonial.  

La realidad es que esta nave de los locos, llena de buena gente equivocada, de impulsos altruistas, de voluntarios y de solidaridad, ha probado gracias al gobierno de coalición las mieles del poder, del que siempre hablan y nunca alcanzan. En un plano, han descubierto que la realidad sólo se puede cambiar desde el BOE, y les encanta. En un plano más patéticamente humano, han disfrutado de un nivel de bienestar que no estaba en sus sueños de vida, y les encanta más todavía. Y les duele perderlo. Ya no conciben su vida sin coche oficial y gastos de representación. Les da miedo pensar que sus palabras pasaron volverán a diluirse en asambleas eternas y no a figurar en las primeras planas de los diarios. Están enganchados. Eso es el poder para todos, por cierto. Por eso hay que unirse. Hay que unirse a Sumar para sumar escaños. 

Los militantes de base, de claro perfil urbano y universitario, lejos de la dopamina del poder, bailan acríticamente al son de la música de nuestro tiempo, el «ecofeminismo» y el animalismo, que, sin embargo, en su medida, han contribuido a ensanchar las libertades civiles de todos: los derechos de las minorías sexuales, la tolerancia ante el consumo responsables de las drogas, la posibilidad de interrumpir el embarazo. Son lo mejor y lo peor de nuestras sociedades. Y ni siquiera saben por qué.  

En la oposición sus líderes son creativos e incluyentes, consultan a las bases, buscan el consenso; en el poder son verticales e implacables. Démosles la oportunidad de mostrar su mejor cara.

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