Cuentos del Celeste Imperio
«¿Relato mata dato? En realidad, eso da lo mismo. Porque la verdad no se concreta en datos, sino en hechos»
Antes de que la ola batiese, la escollera había caído por su propio peso. Aunque eso da lo mismo: la «ola reaccionaria» es parte del nuevo y machacón relato gubernamental. A estas alturas no hay más relato que la caricatura. Y quien disfraza al oponente de bufón también corre el peligro de mirarse en el espejo deformante y creerse lo que ve.
Todo relato cumple la función de hacer inteligible el mundo, convirtiéndolo en un libro abierto que todos podemos leer. Pero una cosa es contar historias a la luz de la lumbre y otra, sostenella y no enmendalla. Si el relato oficialista se deshilacha es porque no hay forma de tejer una urdimbre coherente con los mimbres de 2019. Aunque siempre queda, eso sí, disfrazarse con los remiendos de la «alerta antifascista».
A finales de los cuarenta, el crítico taurino Gregorio Corrochano reprobaba el toreo por estatuarios -en que el torero cita a pies juntos y de perfil al toro, inmóvil como una estatua- por considerarlo un ardid para «engañar como a chinos» a los espectadores. Por eso, y no sin sorna, don Gregorio rebautizó dicha suerte como «pase del Celeste Imperio», que es el nombre con que muchos se referían al país de Mao.
Como decir que algo es un cuento chino no nos parece de recibo, mejor sería hablar de cuentos del Celeste Imperio. Haberlos, sin duda, haylos. Uno de ellos asombra a los más ingenuos y les hace creer que con cuatro frasecitas bien elegidas pueden cambiar el país. Me refiero, sobra decirlo, al odioso relato.
Su embarnecimiento es la peste negra de los últimos años. En un artículo titulado «Es el relato, estúpido», defendía Iglesias Turrión que lo importante en política es imponer marcos en la memoria de la gente, pues «quien domina el relato tiene casi todo el trabajo hecho». Y ya estaría. La política como juego de manos, palabrería vana y estrategia de rol: cuentos del Celeste Imperio.
Ahora resulta que «viene el trumpismo». ¡Cuerpo a tierra! Pero en la naturaleza de toda tensión está el acabar aflojándose, como sabe quien leyó Pedro y el lobo, y a nadie alarman ya los estados de alarma. Lo llaman storytelling por no llamarlo cuentacuentos.
«Que el hartazgo ciudadano responde, en buena medida, al auge del dichoso relato parece tan obvio como que el cielo es azul o que el fuego quema»
Que el hartazgo ciudadano responde, en buena medida, al auge del dichoso relato parece tan obvio como que el cielo es azul, que el fuego quema o que Pep Guardiola está más calvo que un frigorífico. Ahora bien, la desafección no crece cuando tal o cual relato falla, sino cuando debajo no hay nada. En expresión de Higinio Marín, para discutir es necesario que la verdad exista.
Si todo es discutible, solo quedan el cinismo y la lucha por el poder. No es tanto que los españoles merezcan un gobierno que no les mienta, como dejó dicho Rubalcaba, sino más bien un gobierno que crea en la verdad.
¿Relato mata dato? En realidad, eso da lo mismo. Porque la verdad no se concreta en datos, sino en hechos. Y los hechos, que no son objetivos porque no remiten a un objeto, son sin embargo verdaderos.
En otras palabras: puede que la voluntad de medir y cuantificar obnubile a mineros de datos y a sociómetras, pero la verdad no se encierra en sus exiguos bajalatos. Los hechos no son tozudos, sino pertinaces. ¿Hace falta un higrómetro para saber que llueve o un paper para advertir de que el agua moja?
Hay una herramienta de la comunicación política que se llama herestética. Consiste en servirse de las emociones del ciudadano para fijar su atención en algo, como haría un tahúr con el naipe, con la bolita en el cubilete o, en este caso, con el dichoso relato. La compol, ya se sabe, es el arte de convertir al ciudadano en víctima del tocomocho.
Con la herestética, uno puede convertir unas elecciones autonómicas en plebiscito nacional si cuenta con una emoción; por ejemplo, el rechazo que genera el presidente del gobierno. Pero, por contra, quizá no pueda trocar unas elecciones generales en plebiscito antifascista si dicha cuestión, ya sobradamente explotada, no emociona a nadie.
Como enseñaba «Invent Man» en el célebre sketch de La hora chanante, si no te gusta tu vida siempre puedes inventártela. El problema es que a falta de hechos, solo con datos y con relato, la vida se queda sola, fané y descangallada.
Queridos políticos, quédese el relato para ilustrar con parábolas a los más pequeños. Pero no nos vengan a los demás con cuentos chinos, quiero decir, con cuentos del Celeste Imperio, que ya somos mayorcitos.