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Jorge Freire

La peineta del indeciso

«¿Tan difícil es concebir que hay gente que no lee tres periódicos diarios ni se traga cinco horas de tertulia?»

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La peineta del indeciso

La peineta del indeciso. | Unsplash

Escribo estas líneas en plena jornada de reflexión o, más bien, de embotamiento. A lo largo de la semana ha sentido uno cómo le iban rodeando, cual veloces lenguas de lava, las odiosas perífrasis de los politólogos. Aunque duerman al más pintado, lo duermen con la oreja levantada, como las liebres. Y así, en ese especie de duermevela, se van recibiendo lametones de esa odiosa langue du bois. 

La última ocurrencia: que los indecisos son decisivos. Indeciso, ¡dichosa palabreja! Igual que uno asocia «hortera» a Fortunata y Jacinta y «gárrulo» a La Regenta, asocia «indeciso» al lenguaje politológico. Pero ¿qué significa exactamente? Seguramente nada. Al fin y al cabo, los sondeos no saben cómo definir a dicho personaje ni qué esperar de él. 

«El indeciso es aquel que no responde a las encuestas o que directamente rechaza hacerlas. De sus preferencias no sabemos nada»

Como ha explicado Ignacio Varela, indeciso es un concepto vacío. Alude, en principio, a las personas que no han manifestado a quién van a votar, lo que lleva a imaginarlos mesándose las barbas entre programas electorales. Pero el indeciso es aquel que no responde a las encuestas o que directamente rechaza hacerlas. De sus preferencias no sabemos nada. En expresión de Varela, es como si te preguntaran a quién apoyas en la liga de voleibol y, ante tu perplejidad, te catalogaran como indeciso.

Acaso el indeciso forme parte de lo que Agustín García Calvo denominaba pueblo-que-no-existe. Si, en la sociedad de la vigilancia, existir es ser cuantificable y justipreciable, los indecisos -oscuros e imprevisibles- se le escapan al centinela por entre los dedos. ¿Lo llaman indeciso cuando es, en realidad, un emboscado?

Una encuesta de Ipsos afirma hay un 30% de indecisos en las municipales de Barcelona. Como están muy disputadas, hay quien no ha dudado en concluir que son los indecisos quienes lo decidirán todo. ¿Wishful thinking? En realidad, no es descabellado pensar que un tercio de los barceloneses, después de la turra de los últimos años, no quiere saber nada de la política. Lo que pasa es que, cuando responden con un corte de mangas al encuestador, este, muy aplicado, tacha la casilla de «indeciso».

Ignoro si todo se reduce a preferencias, pero no todos los productos se encuentran en el supermercado. ¿Y si voy al Lidl y quiero ancas de rana? Los expertos, que de nada se enteran, atribuyen a los indecisos propiedades salvíficas: su prometida movilización es como la resurrección de los cuerpos. Y, cuando el milagro no se produce, les reprochan su desafección. ¿Tan difícil es concebir que hay gente que no lee tres periódicos diarios ni se traga cinco horas de tertulia? Probablemente se aprenda más mirando el cielo desde un ventanuco, como Wilde en su celda de Reading, que a través de la ventana de Overton.

¿Quién es el indeciso? Aquel que, cuando le preguntas a quién va a votar, te responde con una peineta. Los moldes se inventaron para aquellas cosas que caben en un molde y que, como tal, son moldeables. El aborigen de la Polinesia no está indeciso en lo que atañe a los resultados de Roberto Sotomayor: sencillamente, desconoce su existencia. 

Cuando cae un chaparrón, algunos se ponen a caldo; otros, más inteligentes, se resguardan bajo los soportales. Nuestros mal llamados indecisos, como anacoretas en una envidiable Tebaida, viven al margen de sondeos, titulares y canutazos.

Ignoro qué sucederá y ya es tarde para elucubrar. Sirvan de excusa los versos de Baltasar del Alcázar: Las once dan, yo me duermo, quédese para mañana... Pero la opinión pública es, como dejó dicho Santayana, mera conformidad cínica. ¿Quien calla otorga? Probablemente. Pero no lo esperen el domingo para votar.

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