THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Sumandos y restandos

«Los resultados electorales del bloque de izquierda dependerán de lo que termine por considerarse un voto útil: si el voto a Sánchez, a Díaz o la abstención»

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Sumandos y restandos

La vicepresidenta segunda, Yolanda Díaz. | Europa Press

Cualquier aficionado al cine se habrá percatado de la diferencia: mientras que en las superproducciones norteamericanas de ayer y hoy lo primero que aparece en pantalla es el emblema del estudio que la financia en solitario, las películas europeas suelen comenzar con una interminable relación de pequeñas productoras, cadenas televisivas y organismos públicos sin cuyo concurso nada hubiera podido llegar a rodarse. Algo similar ha sucedido con los partidos de extrema izquierda que compiten en las democracias europeas desde la segunda posguerra mundial: aquel Partido Comunista que concurría musculosamente a las elecciones con sus siglas por delante es hoy una amalgama de formaciones de distinto tamaño que encuentran en la fórmula de la coalición electoral el medio para sacar la cabeza. Es el caso de Sumar, plataforma liderada por Yolanda Díaz que se presenta a las elecciones generales del 23-J aglutinando —hay quienes se han parado a contar– a unas 15 formaciones políticas de distinto cuño. Aunque por momentos parezca un blockbuster, en consecuencia, estamos más bien ante una obra de autor que se dirige a un público minoritario y así lo ratificarán las urnas.

Ciertamente, Sumar es una criatura peculiar. Yolanda Díaz procede de Izquierda Unida, cuyos votantes han sido el corazón secreto del reloj de Podemos desde aquel famoso «pacto de los botellines» con el que Pablo Iglesias —que en paz descanse— consumó el giro izquierdista de lo que inicialmente había sido una formación populista de inspiración latinoamericana. Su desempeño como ministra de Trabajo le ha permitido labrarse una imagen pública que Díaz ha sabido explotar con habilidad. Tal como acredita el perfil de quienes han contribuido intelectualmente al programa de la coalición, la gallega se ha convertido en la enésima gran esperanza de esa izquierda sociológica que se mantiene siempre a la expectativa: esperando al individuo histórico que sea por fin capaz de cumplir la promesa futurista del viejo Marx. Por lo general, el resultado sobre el papel es una fiesta neokeynesiana en la que se suben impuestos a «los ricos» a fin de aumentar sin freno el gasto público, mientras la espinosa cuestión de las nacionalidades históricas se resuelve en la eterna apelación al Estado Federal. Pero ésa es otra historia.

La fragmentación del espacio poscomunista tras el derrumbe del bloque soviético se agrava en esta ocasión debido a la tendencia italianizante que ha exhibido últimamente la democracia española, cuyo sistema de partidos no deja de producir novedades —unos mueren y otros nacen— en espera de un equilibrio homeostático que se está haciendo de rogar. Ni que decir tiene que la creación de Díaz maximiza el potencial electoral de la extrema izquierda en lugar de arruinarlo; su problema es que lo hace en un momento definido por los rendimientos decrecientes del bloque ideológico en el que se inserta. Y por cierto, Díaz no ha dudado en recurrir a estratagemas populistas que recuerdan al primer Iglesias: dicen que la papeleta de Sumar vendrá acompañada de la imagen del rostro de la política gallega.

«Díaz tendrá éxito en la medida en que pueda hacer olvidar al votante que detrás de su figura se agolpan multitud de formaciones»

Debilitada la conciencia de clase en las sociedades de consumo y neutralizada por tanto la clase social como herramienta para la movilización popular, la extrema izquierda sigue los consejos del teórico Ernesto Laclau y busca establecer una conexión entre liderazgo carismático y sentimiento de pertenencia popular. Está por ver que la jugada funcione o sea tan exitosa como se espera. Paradójicamente, Díaz tendrá éxito en la medida en que pueda hacer olvidar al votante que detrás de su figura se agolpan multitud de formaciones políticas, la coherencia de cuya reunión bajo unas mismas siglas no puede darse por supuesta; al mismo tiempo, como ya sucediera con el Podemos de las mareas, es la «plataformización» lo que hace posible atenuar los efectos negativos que el sistema electoral español —por buenas razones— tiene reservados para las candidaturas minoritarias de ámbito nacional.

Sin embargo, un fantasma recorre la izquierda: el fantasma del voto útil. El principal objetivo de Díaz es evitar que el trasvase de votos dentro del menguante bloque de izquierdas perjudique a su formación debido a la vis atractiva que —tal como sucedía en los viejos tiempos de Julio Anguita— puede ejercer el PSOE. Nadie sabe nada: aquel fenómeno tenía lugar cuando el reparto de papeles entre la socialdemocracia y la extrema izquierda —primero comunista y luego poscomunista— tenía un significado preciso para el votante. La radicalización de las bases socialistas bajo el liderazgo de Pedro Sánchez, sin embargo, nos coloca en un escenario nuevo. Así que mucho dependerá del tipo de campaña que hagan los socialistas y de la medida en que podrán hacer olvidar aquellos aspectos de su desempeño gubernamental que incluso el votante de izquierda está dispuesto a castigar. En lo que a los resultados electorales del bloque de izquierda se refiere, pues, mucho dependerá de lo que termine por considerarse un voto útil: si el voto a Sánchez, el voto a Díaz o incluso la abstención. Y es que todo lo que no suma, como veremos, resta.

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