THE OBJECTIVE
Manuel Arias Maldonado

Un escapista sin escapatoria

«El líder socialista no puede reinventarse ahora como un socialdemócrata liberal orientado al consenso centrista porque su marca de fábrica es justo la contraria»

Opinión
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Un escapista sin escapatoria

Ilustración de Erich Gordon.

La convocatoria exprés de elecciones generales anticipadas supone la alineación de los intereses de Pedro Sánchez con los intereses de los españoles: el Gobierno de coalición ha recibido tal castigo en las urnas municipales que carecía del capital político necesario para seguir adelante; la única salida razonable era disolver las Cortes. Naturalmente, la decisión personalísima del líder socialista solo responde a la defensa —gato panza arriba– de sus propios intereses: Sánchez intenta crear una situación más favorable que la que hubiera encontrado en diciembre. De haber pensado un poco más en los españoles, de hecho, habría elegido el mes de septiembre: la fecha elegida demuestra que la sensibilidad climática de nuestro primer ministro solo es un pin sobre la chaqueta.

Si se trataba de insuflar ánimos entre sus partidarios, Sánchez ha acertado. Las apelaciones a su legendaria audacia han sido constantes desde que compareció ante los medios para anunciar elecciones anticipadas, incluso si muchos de los motivos que la explican —parar la rebelión dentro de su partido, forzar el acuerdo a su izquierda— parecen más propios de un tahúr del Misisipi —aquella imagen de Alfonso Guerra que denotaba familiaridad con el wéstern— que del funambulista aficionado a pasear sin red por las alturas. Sea como fuere, su fandom se ha deshecho en elogios hacia el animal político que siempre encuentra manera de salir del aprieto, deduciendo de ahí que las elecciones venideras van a estar reñidas. No obstante, Pedro Sánchez no ha demostrado nunca ser un gran competidor electoral y el resultado de las municipales hace poco por cambiar esa impresión.

Pero difícilmente sorprenderá a nadie que el oficialismo se vuelque con su líder justo cuando este introduce en el revólver su última bala: quienes entienden que el bien político primario es que gobierne el partido socialista —haga lo que haga con el poder— no pueden sino mantener su apoyo a Pedro Sánchez en el momento de su ocaso político. Y es que el resultado de las elecciones municipales ha sido elocuente; un partido que se deja el 70% de su poder territorial y apenas gobierna en tres o cuatro ciudades de cierto relieve no tiene ninguna posibilidad de dar la vuelta al censo en el plazo de ocho semanas y media. Un número significativo de ciudadanos ha dicho a Pedro Sánchez que no le quiere; otros han preferido esperar a las generales. Si echamos la vista atrás, puede comprobarse que las elecciones andaluzas marcaron una tendencia que el Gobierno de coalición no ha podido revertir desde entonces: dejando al margen esa burbuja de excepcionalidad es Cataluña, el mensaje ha sido inequívoco allí donde se ha votado.

«De poco servirá a los socialistas ir a las urnas sin un diagnóstico de las razones por la cuales los votantes le han retirado su apoyo»

Aquí es donde la jugada maestra de Pedro Sánchez —ácido fruto de la necesidad— conduce al callejón sin salida donde él mismo ha encerrado a su partido. Y es que estamos leyendo que una de las ventajas que presenta la convocatoria inmediata de elecciones generales es que hablaremos menos de las elecciones municipales. Pero de poco servirá a los socialistas ir a las urnas sin un diagnóstico de las razones por la cuales los votantes han decidido retirarles su apoyo. De momento, el bando perdedor solo ofrece explicaciones pintorescas: vivimos una «ola reaccionaria», los votantes están hipnotizados por los medios de comunicación, el gobierno no ha comunicado bien sus logros. Se insiste así en apuntalar un relato exculpatorio que bloquea cualquier autocrítica, condición necesaria para una rectificación que aumentase el atractivo de su oferta política.

Sucede que esa autocrítica es imposible: si se llevase hasta el final, la única conclusión posible sería la sustitución de Pedro Sánchez por un candidato alternativo. Por mucho que el relato oficialista se niegue a aceptarlo, los votantes han castigado un modelo de gobierno que se apoya en las fuerzas políticas destituyentes (la extrema izquierda, los independentistas catalanes, el brazo político del abertzalismo) y, seguramente en menor medida, un estilo político basado en la colonización partidista de las instituciones, el simulacro comunicativo y el aventurerismo legislativo. O sea: todo aquello que ha permitido a Pedro Sánchez llegar al poder y permanecer en él. El líder socialista no puede reinventarse ahora como un socialdemócrata liberal orientado al consenso centrista porque su marca de fábrica —no es no— es justamente la contraria. Solo puede mantenerse en Moncloa siendo fiel a su trayectoria, pero su trayectoria es lo que va a echarlo de Moncloa. Y no hay Houdini capaz de quitarse esas cadenas.

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