THE OBJECTIVE
Jacobo Bergareche

Cómo se gana un debate

«Para los políticos los debates siempre han sido un instrumento táctico a favor de los partidos y jamás un derecho del ciudadano a conocer mejor sus opciones»

Opinión
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Cómo se gana un debate

Imagen del debate a 4 que se hizo en TVE en 2019. | RTVE

En periodo electoral, el único formato de debate televisivo con un cierto interés es el cara a cara entre los dos candidatos con posibilidades de ser presidentes del gobierno. Los demás partidos sobran en el plató, y no son nada más que la guarnición y la salsa con los que nos van a aderezar los dos únicos platos entre los que podemos elegir: carne o pescado (claro está que depende cuanta salsa echemos, la carne o el pescado pueden resultarnos irreconocibles, pero es otra discusión).

Ya lo hemos comprobado en los últimos años, en que nos hemos tenido que tragar esos bodrios con múltiples candidatos, donde ya la gente no sabía cómo llamar la atención, Albert Rivera se sacaba de la manga una baldosa de Barcelona, Aitor Esteban prometía nuevas farolas para la Gran Vía de Bilbao y Abascal denunciaba que el cambio climático antropogénico es un invento de un etarra transgénero apadrinado por George Soros.  

Los primeros cara a cara se celebraron en mayo del 93, entre González y Aznar. Es decir, se tardaron 15 años desde la llegada de la democracia hasta que se produjeron este tipo de debates, que tras el célebre Kennedy vs Nixon son un ritual en las campañas electorales de las democracias consolidadas. No se hicieron antes porque no había canales privados y debatir en la TVE de los 80 contra González era más temerario que jugar contra el Barça en el Camp Nou con Negreira de árbitro

Esos cara a cara fueron uno de los mayores acontecimientos televisivos de nuestra historia, con datos de audiencia insólitos que no se han vuelto a alcanzar. El país entero se paralizó y las encuestas que se hicieron entonces parecen indicar que las elecciones –que estaban muy reñidas y dependían de los indecisos– se decidieron en aquellos dos debates. 

«Aznar terminó por abominar de los debates tras su derrota con González. Nunca más aceptó uno»

Aznar, que fue quien más creyó en ellos, el que se los preparó a conciencia y quien adaptó el PP al lenguaje televisivo moderno, introduciendo cámaras y un plató en el partido, terminó por abominar de los debates tras su derrota. Nunca más aceptó un debate, a pesar de que se lo pidieran en el 96 y en 2000. Tampoco le dejó hacer uno a su tutelado Rajoy de 2004. Para los políticos en España, y sobre todo para los del PP, los debates siempre han sido un instrumento táctico a favor de los partidos y jamás un derecho del ciudadano a conocer mejor sus opciones. Es decir, los debates solo se hacen si conviene al partido

Cuando Aznar dejó de poder imponer nada a su partido, ya en 2008, y cuando al PP le convenía por fin un debate, se recuperaron los cara a cara. Llama la atención, y es a mi juicio un fracaso de nuestra democracia, que en 30 años solo se hubieran hecho un par de debates en el transcurso de una semana de la primavera del 93.

Yo recuerdo bien aquellos debates, que como casi la mitad de los españoles, vi con enorme expectación. Pensé que por fin veríamos un combate de ideas de verdad, no como los tediosos debates parlamentarios que eran larguísimos intercambios de catilinarias, entre hombres separados por grandes distancias y encorsetados en la jerga solemne del Congreso. Aquí era de suponer que se sentarían uno frente a otro mirándose a los ojos, irían directos a las cuestiones que importaban, se interrumpirían, se interpelarían, buscarían la contradicción del otro, la refutación de sus ideas, el reconocimiento de sus errores. 

Yo que tenía entonces 17 años y una conciencia política floreciente, esperaba algo entre la épica pugilística de un viejo Ali contra el joven Foreman, y algo de la sagacidad de un diálogo socrático entre interlocutores cuya discusión termina por iluminar grandes ideas que todos puedan asumir como verdades. 

Nada de eso ocurrió, por supuesto. González perdió el primer debate porque miraba despistado a la cámara equivocada en vez de mirarle a Aznar a los ojos. Eso fue lo único de lo que se acordaba la gente el día después. Aznar perdió el segundo debate porque se quedó desubicado y en blanco unos segundos cuando González le preguntó sobre qué decía su programa acerca de las ayudas a los parados… que resultó que no decía nada. 

Con el tiempo, lo único que ha quedado de aquellos dos debates que decidieron un gobierno fueron un par de gestos, la mirada perdida de Felipe, y el balbuceo de Aznar al no ser capaz de responder inmediatamente una pregunta. 

«Un diálogo de sordos o más bien, un intercambio de monólogos previamente memorizados y escritos por otros»

Los debates cara a cara no son más que eso, un intento de no cagarla. Y no cagarla es no perder las formas, no sudar demasiado, no salirse del guion que tus asesores te han escrito, no quedarse en blanco y tener siempre algo que decir cuando tengas el turno de palabra, y que ese algo jamás sea la respuesta a la acusación o la pregunta que hace el otro candidato, es decir, evitar siempre entrar en el marco de debate que busca el otro. A fin de cuentas, un diálogo de sordos o más bien, un intercambio de monólogos previamente memorizados y escritos por otros. 

Recuerdo sentir una profunda decepción tras esos debates, como no podía ser de otra manera cuando uno se sienta ante la televisión con la expectativa de ver un debate real. Más adelante, investigué durante mucho tiempo cómo se hacía un debate, qué es lo que había detrás, por qué unos se aceptaban y otros no, cómo se medía su impacto y terminé por producir junto a Jerónimo Andreu una docuserie titulada Cara a Cara sobre aquellos dos primeros debates, en los que tomaron la alternativa asesores como Miguel Ángel Rodríguez y Miguel Barroso, que aún siguen orientando la comunicación política de los líderes que marcan el discurso y el relato. Por ella desfilan Almunia, Rosa Conde, Arias Salgado, MAR, Jose Miguel Contreras, Campo Vidal, Olga Viza y demás personas que fueron artífices de los primeros debates y que esclarecen cómo funciona la política hecha para la televisión.  

De entre todas las entrevistas que hicimos, cabe destacar la de Jorge Rábago, el primer director de Telegenia del PP, que con 26 años montó ese primer plató que tuvo un partido político en España para entrenar a los candidatos del PP frente a las cámaras. Rábago alertaba contra la política del espectáculo y apostaba por la asepsia, por aburrir si hacía falta, por huir de ese modelo que nos ha traído la nueva política en que el medio es el que dicta el mensaje, y nos contaba sobre los debates que «la política no es un show ni debe ser un show. Uno no se va a jugar a cara o cruz, en un acto único, toda su vida, toda su carrera electoral en ese momento. Por lo tanto, lo que hace y lo que intenta con toda la lógica del mundo es ‘oye, que sea el debate lo más aséptico posible’. Es que los intereses de los medios, con los intereses de la política, chocan de pleno. Los medios no quieren un debate aséptico porque eso es un coñazo, es muy tedioso, lo que quieren son un show, una pelea. Desde el punto de vista político se quiere justo lo contrario. En el fondo un político lo que debería pretender es oye, yo quiero que la gente sepa, conozca cómo soy, quién soy, qué es lo que represento. Y por supuesto, confrontarlo con el de enfrente, pero confrontar las ideas, no confrontar la capacidad que tengo de más punch, menos punch de si doy unos ganchos o no soy bueno, eso no es».

Es en esta declaración donde está la clave de lo que pretende Sánchez con tanto debate, y lo que pretende Feijóo al eludirlos en la medida de lo posible. Uno va a hacer gestos y aspavientos y es más guapo, el otro es más feo y habla peor. No hay mucho más que eso en un debate. 

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