THE OBJECTIVE
Pablo de Lora

¿Restaurar la naturaleza? Negar el negacionismo

«Negacionismo es la etiqueta facilona característica del discurso maniqueo y populista que sigue asolando el ecosistema de nuestra deliberación pública»

Opinión
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¿Restaurar la naturaleza? Negar el negacionismo

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No era poca la biodiversidad durante ese período llamado Jurásico que millones de años después alimentó – y sigue alimentado- nuestros sueños infantiles. En el cole competían quienes se sabían de corrido la alineación del Madrid y quienes podían recitar sin titubear más de diez saurisquios. La novela Parque Jurásico de Michael Crichton, luego llevada al cine por Spielberg, concedió marchamo científico a la distopía diacrónica planteada en Hace un millón de años (1966) en la que nuestros congéneres – capitaneados por una inconmensurable Raquel Welch- se las veían y se las deseaban para sobrevivir en un pasado en el que convivían con esos grandes lagartos de nuestros desvelos.

Hoy no es en absoluto descartable que especies extinguidas como el tigre de Tasmania, el dodo o el mamut resuciten. Colossal, la empresa biotecnológica fundada por el afamado genetista George Church, anuncia que, gracias a la herramienta de edición genética CRISPR-CAS9, en pocos años volveremos a ver al mamut lanudo a sus anchas por la tundra ártica. Falta encontrar un útero tan colosal como los propósitos de Colossal capaz de albergar y gestar un embrión como el de esa especie extinta. El de la elefanta africana no da el cubicaje necesario. 

«El presente Reglamento establece normas que pretenden contribuir a: […] la recuperación continua, a largo plazo y sostenida de una naturaleza rica en biodiversidad y resiliente en todas las zonas terrestres y marítimas de la Unión mediante la restauración de los ecosistemas». Así reza el artículo 1 de la Propuesta del Reglamento del Parlamento Europeo y del Consejo sobre restauración de la naturaleza que fue sometida a votación esta semana en la Comisión de Medio Ambiente del Parlamento Europeo. El resultado final, de empate a 44 votos a favor y 44 en contra, permite seguir con su tramitación. La oposición de los conservadores, grupos de consumidores y de parte del sector agrícola y pesquero europeo, ha vuelto a hacer sonar las trompetas del «negacionismo» característicamente abanderado por «las derechas».  

«¿Cuál es el papel de agricultores, pescadores, ganaderos, potenciales perdedores, en el diseño de estas políticas?»

«Negacionismo» es la etiqueta facilona, el espantajo de ropajes ambiguos característico del discurso maniqueo y populista que sigue asolando como plaga bíblica el ecosistema de nuestra deliberación pública. «Transición ecológica justa», «lucha en favor de la sostenibilidad», «recuperación, mantenimiento o aumento de la biodiversidad», «descarbonización progresiva»… todos esos son objetivos que pueden ser asumidos dados los peligros que para la especie humana tiene el deterioro del medio ambiente, en particular el incremento de las temperaturas. No es «negacionista» sino simplemente mostrenco quien se resista a conceder que esos objetivos son plausibles. Pero también lo es quien no sitúe como razón de ser prioritaria – quizá no única- de esos empeños la de proteger más y mejor los intereses de la especie humana – quizá no sólo los de la especie humana. ¿Pero es que acaso no hay desacuerdos razonables entre los expertos sobre cómo alcanzar aquellos objetivos? 

La biodiversidad no es buena per se, como trataba de ilustrar al inicio de esta tribuna. ¿Queremos restaurar la biodiversidad de febrero del 2020 cuando la covid-19 campaba a sus anchas? ¿Extender la que produjo la fuga radiactiva del reactor de Chernóbil? ¿Ceder espacio a miles de mamuts?  

¿Cuán rápida ha de ser la transición hacia una economía «descarbonizada»? ¿Se incluye en esa economía la generación de electricidad mediante energía nuclear? Si la devolución «de tierras a la naturaleza» o la reducción de caladeros va a suponer un descenso significativo en la producción de alimentos, con el consiguiente incremento de los precios ¿cómo repartir ese sacrifico del coste de la alimentación? ¿Cuál es el papel que deben jugar quienes están directamente afectados —agricultores, pescadores, ganaderos— potenciales perdedores netos, en el diseño de estas políticas? ¿Qué voz tenemos los ciudadanos y cuánto peso habremos de tener frente a la opinión experta?

Lo anterior no es una agenda «negacionista» sino una lista de preguntas para un problema que no es sólo técnico o científico sino fundamentalmente político, sobre elección de fines alternativos en función de los medios para alcanzarlos. Y en esa discusión política en nada ayudan quienes, a partir de la invocación de cuatro mantras de aplauso fácil y pegada retórica rápida, han asumido más bien un compromiso religioso, refractario a cualquier planeamiento alternativo, incluso a las preguntas genuinas y legítimas como las anteriores. 

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