Vieja y nueva derecha, o por qué nos aburre tanto el PP
«¿No se ve incluso en los apoyos del PP cierto cansancio, cierta sensación de tedio por volver a gobernar con el único proyecto de que la izquierda deje de gobernar?»
Comprendí que vivía en un país muy raro hace seis años. Me ayudó mi amigo Francesc, habitante de otro país, uno asiático y pequeño. Tan pequeño que allí casi todos los españoles se conocen. Así que Francesc pudo un día hablar con el embajador, y por buenos motivos.
Esto sucedió hace seis años, ya lo he dicho. Así que estábamos en 2017. Seré más preciso: en septiembre. Eran por tanto los tiempos en que los gobernantes de Cataluña daban un golpe de Estado para separarla del resto de España. Con anterioridad, la Generalidad catalana había dedicado millones y millones de euros a hacer propaganda de sus tesis por el mundo entero: «España nos roba», «España nos oprime», «Líbrennos de la opresión colonial de este infraestado español y seremos una nación moderna, la Dinamarca del Mediterráneo».
Se había pagado publicidad. Se había pagado a lobistas. Se había pagado a académicos para que suscribieran esa secesión: aunque enseñes en Harvard, residas en Massachusetts y apenas conozcas quién fue Josep Pla, si te financian una semanita en Barcelona con todos los gastos pagados, de repente, empiezas a ver mucho más razonables las ideas separatistas de quienes te lo costean.
Con ese panorama, y aunque mi amigo Francesc es listo, no necesitó poner en juego sus habilidades cognitivas más elevadas para, tan solo, darle la vuelta a lo que los separatistas andaban haciendo. ¿Por qué no hacer un poco, siquiera un poquito, de contraprogramación a la cantinela secesionista? Al fin y al cabo, el Estado español dispone de una amplia red diplomática por todo el mundo: embajadas, consulados, centros culturales… ¿Por qué no emplearla para contarle al mundo que los golpistas catalanes les mentían? ¿Por qué no usarla para defender el buen nombre de España ante tanta calumnia? ¿Por qué no?
«¿Por qué los periodistas de todo el mundo recibían solo la versión separatista?»
Francesc averiguaría pronto eso, por qué no. ¿Por qué el Gobierno de Mariano Rajoy no estaba haciendo nada con tantos recursos por todo el orbe? ¿Por qué los periodistas de todo el mundo recibían solo la versión separatista? ¿Por qué a los periódicos internacionales llegaban solo columnas que defendían a la Generalidad? ¿Por qué en tantas y tantas opiniones públicas del resto del mundo los malos éramos los españoles, y los buenos quienes querían romper nuestra nación?
Francesc averiguó todo esto con solo proponerle al embajador de España en su país, asiático y pequeño, organizar unas jornadas para explicarle a sus convecinos lo que ocurría en España, desde el punto de vista de España. Era septiembre de 2017, el Parlamento catalán ya había aprobado las leyes de «desconexión». Pero Francesc iba a toparse con una desconexión aún mayor.
El embajador se negó a organizar unas conferencias de esa índole. Su argumento fue maravilloso: no quería, dijo, «meterse en política». Ser embajador, vivir como un embajador, gastar como un embajador, está bien; dedicar esos recursos a defender a tu país, eso ya es politiquear, dónde vamos a llegar. La neutralidad del Estado llevada a su (ridículo) extremo: ni siquiera puedes usar sus aparatos para apoyar su propia existencia, la nación de todos, su unidad.
No creo que haya ningún otro Estado que desprecie como «mera política» defender su soberanía, que desdeñe como «politiqueo» seguir existiendo. Eso es lo estupefaciente de este suceso. (No lo llamarás anécdota porque en el resto de embajadas se tomó, exacta, la misma actitud).
Ahora bien, reconozcámoslo: por otra parte, a ninguno nos sorprende demasiado esta respuesta ni esta actitud, cuando recordamos que provienen de un Gobierno como el de Rajoy. El estafermo. El que solo se preocupa «de lo que de veras interesa a la gente» (que al parecer era solo la economía). El que el propio 1 de octubre defendía que el referendo separatista «no había tenido lugar». ¿Por qué? Porque era ilegal. Y lo ilegal no ocurre. Si te roban la cartera por la calle, en realidad no te la han robado, porque la cartera sigue siendo tuya, dado que robarte es ilegal. Que ya no tengas cartera es un detalle secundario. Lo importante es la ley y, recuerda, legalmente la cartera no ha variado de propiedad, ni el referendo ha tenido lugar.
«Esa derecha legalista y a la vez tontorrona, que no entra en ninguna batalla cultural, alcanzó su cénit con el PP de Rajoy»
Esa idea de la derecha legalista y a la vez tontorrona, que no entra en ninguna batalla cultural porque cree que basta con la ley para frenar los desvaríos izquierdistas, alcanzó su cénit con el Partido Popular de Rajoy. También alcanzó entonces su nadir. Pues ya sabemos cómo acabó entonces el Partido Popular y cómo acabó el Gobierno de Rajoy. Y qué vino después. O, al menos, lo sabemos nosotros. Porque hoy hay muchos en ese partido empeñados en lo contrario: en no saber.
Han pasado los años, y la estrategia pepera de creer que basta la Constitución, la ley, las apelaciones al «sentido común» o el repudio de «la politiquería» para frenar a la izquierda se han revelado tan estúpidas como ponerse a freír la manteca. Han pasado los años y pronto tendremos elecciones y uno esperaría que las cosas hubiesen cambiado en el PP, que alguien hubiese aprendido algo alguna vez. Han pasado los años, mas parece que en la calle Génova conservan aún muchas máquinas freidoras de manteca y Alberto Núñez Feijóo ansía, a toda costa, reutilizarlas.
Acabamos de escuchárselo palabra por palabra, ayer, a su candidata en Extremadura, María Guardiola: «No voy a entrar en batallas culturales, que están superadas». La cultura y el batallar, esas cosas tan de otros tiempos. ¿A qué batallas culturales se refiere esta política pepera? Hace tres meses las dejó claras en una entrevista: el aborto como derecho irrenunciable que no debe modificarse «ni un milímetro» (tal y como lo entiende el PSOE); el mantenimiento de la actual ley de violencia de género (tal y como la entiende el PSOE); y tildar cualquier debate serio sobre la inmigración como «criminalización» (tal y como lo entiende el PSOE). Si existiera una enciclopedia sobre el PSOE state of mind, llevaría en su portada la fotografía de María Guardiola. Y fijo que ella le regalaba ejemplares firmados a sus parientes.
Sin embargo, nos guste o no, todo lo real tiene su lógica, no hace falta hacerse hegelianos para comprenderlo. Si el PP lleva lustros siendo solo el defensor de la Constitución y la ley, ahora que el Tribunal Constitucional está copado por magistrados izquierdistas y ahora que tenemos un montón de leyes implantadas por el Gobierno social-podemita, ¿no es normal que el PP se apunte a defender todo eso? ¿Alguien se cree que vaya a derogar todo el andamiaje legal del PSOE? En el campo de las ideas, como en el de la física, el vacío tiende a ser ocupado enseguida. El PP que no quería batallar en 2017 por principio fuerte alguno (¡ni siquiera en Asia!, ¡ni siquiera por España!) es normal que desemboque en el PP de 2023, que ha rellenado aquel vacío ideológico con todas las ideas que copan la atmósfera española: todas engendradas por la izquierda, ninguna por él.
Termino. Dicen que nos aproximamos a unas nuevas elecciones. Pero a mí me parecen muy viejas. El Partido Popular no ha aprendido nada en todos estos años. E incluso en eso copia a la izquierda, que tampoco parece haber aprendido nada de este desastre de legislatura. Si votar significa elegir solo entre esas dos opciones, resulta muy cansino volver a 2011, a 2015 o, quién sabe, quizá a 2019.
«Es razonable el escepticismo si solo vuelve lo viejo, si solo vamos a vivir una legislatura en que el PP hará lo de siempre»
Esta misma sensación de vejez de la política la sintió nuestro filósofo José Ortega y Gasset hace 109 años, y la expresó en una conferencia que se haría célebre. Vieja y nueva política, la tituló. Allí hablaba de «una España oficial que se obstina en prolongar los gestos de una edad fenecida». De «una especie de partidos fantasmas que defienden los fantasmas de unas ideas», ideas muertas en las que ya nadie puede creer, «apoyados por las sombras de unos periódicos» (parece que la crisis del periodismo viene de antes de la llegada de internet).
Frente a esa vieja política que «los jóvenes» en «justa desconfianza han abandonado», Ortega y Gasset detectaba la posibilidad de una nueva política (¿hoy diríamos una nueva derecha?), «otra España aspirante, germinal, una España vital, tal vez no muy fuerte, pero vital, sincera, honrada, la cual, estorbada por la otra, no acierta a entrar de lleno en la historia». Parece que de una España «viva», o al menos «vital», no ha hablado solo Vox.
Es razonable (ahora y antes) el escepticismo si solo vuelve lo viejo, si solo vamos a vivir una legislatura en que el PP hará lo de siempre. O sea, lidiar con la economía y poco más. ¿No se ve hoy día incluso en los apoyos del PP cierto cansancio, cierta sensación de tedio por volver a gobernar con el único proyecto de que la izquierda deje de gobernar? ¿No es ese aspecto facial de Borja Sémper, siempre como recién levantado, un símbolo de la somnolencia que envuelve este nuevo turnismo de «ahora gobierna el PP, luego el PSOE, luego el PP, pero nada cambiará»?
Pero, retomando otra vez las palabras de Ortega, quizá exista también «un anhelo de vida enérgica y entusiasta. Harto de sí propio se aleja el escepticismo. Renace violenta la fe en el poder que el hombre tiene sobre sus personales destinos. La nueva manera de pensar conduce a un afán de dinamismo». Esa es la verdadera elección el 23-J para quien quiera cerrar bajo siete llaves la época cuya culminación, con fuegos artificiales y liberación de violadores incluidos, ha sido el Gobierno de Pedro Sánchez. Vieja o nueva derecha. Senectud o novedad. Tedio o anhelo de un cambio. De verdad.