Pánico en la izquierda
«Todos intentan salvarse construyendo relatos de apocalipsis y resurrección, al tiempo que apuñalan a sus compañeros para hacerlos parecer culpables»
Los partidos del Gobierno de «coalición progresista» y sus corifeos intelectuales y periodísticos han entrado en pánico por la previsible derrota electoral el 23-J. Se debaten una vez más en una guerra intestina en medio de una pérdida de posiciones políticas y morales. Todos intentan salvarse construyendo relatos de apocalipsis y resurrección, al tiempo que apuñalan a sus compañeros para hacerlos parecer culpables.
Unos hablan de volver al PSOE que desapareció hace casi 30 años, como si eso fuera posible. Aquel proyecto socialdemócrata hoy mitificado contenía los gérmenes de lo que es actualmente el partido socialista. De hecho, hizo todo lo posible para que lo dirigiera Zapatero en detrimento de la vieja guardia, lo que puso las bases del sanchismo. Es imposible que aquel socialismo vuelva, como no regresa el pasado. Nunca. Es ley de vida. Vivir en la nostalgia es una droga que no arregla nada.
Otros han puesto sus ilusiones en Sumar, con Yolanda Díaz. Ven en el proyecto una posibilidad de recuperar lo que fue Izquierda Unida en 1986, la coalición escoba de los extremistas descolgados del entonces progresismo gobernante. Quieren tener un partido testimonial, uno de esos que recuerdan «la verdad» y que empujan al PSOE para las «conquistas de la clase obrera».
«No faltan los que desean la victoria de la ‘derecha extrema y la extrema derecha’ para volver a los escraches»
Estos tristes melancólicos, que combinan retratos del Che con la bandera LGTBI, quieren que se acaben las batallas internas y centrarse en la «guerra contra el fascismo». Vamos, que mueran de una vez los purgados, que lloran por las esquinas de Twitter, y pasar página. No hace mucho llegaron a presentar a Yolanda Díaz como cabeza del «nuevo laborismo». Eso sí, abrazada a CCOO. Era el rostro sonriente del comunismo. El de España como República de trabajadores de toda clase. Es la izquierda tramposa, cual publicista amargado, que cambia la palabra «revolución» por «transformación» porque se vende mejor.
No faltan los que desean la victoria de la «derecha extrema» y la «extrema derecha» para volver a las trincheras de la demagogia, a los escraches con llamada previa a la cadena amiga. A esos tiempos de dejarse coleta y de agarrar la pancarta en primera fila, con las dos manos, y sonreír para la foto. Eran tan jóvenes que podían tomar el cielo por asalto. ¿Cómo no querer la vuelta al «sí se puede»? Se está tan bien prometiendo el paraíso que gobernar es un fastidio. La derrota, además, creen que pone a cada uno en su sitio. Es la venganza del perdedor. Les satisface ver el trompazo de quien hizo la purga para ganar. ¿O es que creen que Irene Montero, Pablo Iglesias y Echenique quieren que Yolanda Díaz gane las elecciones del 23-J?
Por último están los enternecedores defensores del sanchismo. Son los que hacen la autocrítica de estos cinco años del PSOE de Sánchez. Son esos que previamente dicen que Bildu es mejor para la democracia que el PP, que el antisanchismo es destructivo pero no aporta nada, y que la culpa es de Podemos. El error estuvo, dicen, en haber dejado el Ministerio de Igualdad en manos de Irene Montero. Si lo hubiera tenido una socialista, otro gallo cantaría. Es la ucronía calmante con la que la izquierda distrae sus pifias y crea relatos.
«Creen que ganar unas elecciones ordinarias legitima el asalto del Estado»
El resto de la política les da igual a estos juntaletras, incluso lo aplauden. La colonización del Estado, el ataque a la separación de poderes, la eliminación del parlamentarismo, los falsos Estados de alarma, la invasión de las Fuerzas del Orden y del Ejército, o el desprecio a la oposición, son poca cosa. El populismo izquierdista de Sánchez, con todo su aroma autoritario, con ese alma totalitaria, no es preocupante. Creen que ganar unas elecciones ordinarias legitima el asalto del Estado. Piensan que un Parlamento, con una mayoría «progresista», por supuesto, puede hacer y deshacer cualquier cosa.
El pánico lleva a estos sanchistas del mundo periodístico e intelectual a emular al viejo PP, al que hablaba de que todo era un problema de comunicación. Es entonces cuando dicen que hace falta más «pedagogía» para explicar a los españoles -que parecemos necios- que no es cierto que pactar con ERC y Bildu fuera malo. Es el momento en el que afirman que los socialistas, concentrados en propagar el bien, se han olvidado del relato, del cuento con el que los españoles deben acostarse, soñar y luego ir a las urnas. Es el sanchismo de las plañideras que lloran el cadáver del que llevaron a la muerte jaleando sus errores.
Pero que no se preocupen, que en la oposición se vive mejor. Y si no me creen miren la cara de satisfacción constante de Rita Maestre. Otros cuatro años criticando al PP, viviendo como la casta y trabajando poco, al gusto de Yoli Díaz, para disfrutar más de la vida.