'Los Fabelman': (casi) todo Spielberg
«Nos quedamos sin saber sobre Spielberg más que lo que ya sabíamos: la ruptura familiar como un nuevo descarrilamiento que intenta reparar a base de filmarlo»
Los Fabelman (Steven Spielberg, 2022) es un pequeño truco del viejo prestidigitador, donde todos los elementos están a la vista, quizás demasiado; pero en el que lo ausente casi acaba diciendo más. Dejo al lector/espectador averiguar qué elemento central de la obra de Spielberg no aparece, salvo error mío, por ninguna parte. (Este artículo contiene algunos spoilers desordenados).
La película empieza con una película y un tren. En las carteleras nocturnas hay un eco del cine angelino de 1941 en el que el general Stilwell —interpretado por Robert Stack— se detiene a ver Dumbo en mitad de la alarma japonesa. En pantalla el tren descarrila con una violencia inesperada —Cecil B. De Mille como precursor del blockbuster— y los padres del niño Sam, que se resistía a entrar en la sala, intuyen que han provocado otro accidente quizás más grave: una noche de insomnio. (Algo parecido debió de temer mi padre cuando me tapaba los ojos en las escenas iniciales de E.T., en un lejanísimo cine de 1982.) La impresión se convierte en obsesión hasta que a la madre se le ocurre conjurarla con otra más poderosa: la imagen filmada.
A partir de ese momento, el cine, que aún no se atreve a llamarse cine, se convierte en el artificio por el que Sam/Steven nos explica su vida y, sobre todo, su obra, que es la parte de su vida que nos quiere contar. Las proyecciones en el interior del armario remiten de forma inmediata a E.T.; pero ese espacio infantil —y liminal, como dicen ahora los cultos— acaba siendo también escenario de la gran revelación dramática de la película. Las persianas venecianas, siempre en contraluz, a las abducciones en positivo y negativo de Encuentros en la tercera fase y, de nuevo, E.T. Y en las aventuras escultistas con crías de escorpión está, claro, Indy: de hecho, se podría ver el prólogo de La última cruzada como un mínimo de ensayo de la construcción empleada por Spielberg en Los Fabelman.
«Spielberg no ha contado su vida sino su leyenda, y bien está»
Hay incluso una relectura de la escena de Encuentros en la que Ronnie Neary apila a los niños en la ranchera y abandona el hogar; pero en este caso es la madre Mitzy quien arrastra a sus hijos a la peligrosa aventura de ver un tornado que se acerca. Apenas el coche de los Fabelman empieza a salir del driveway marcha atrás, sabemos que es la misma escena.
Sorprende un tanto el giro teen del largometraje que, por cierto, es bastante largo, y se va por encima de los 150 minutos. De nuevo el episodio californiano se resuelve con una exhibición del poder curativo/destructivo del cine, en este caso en una versión no muy sofisticada de las letras contra las armas. Pero de nuevo nos quedamos sin saber sobre Spielberg más que lo que ya sabíamos todos a partir de su historia canónica: la ruptura familiar como un nuevo descarrilamiento que Steven intenta reparar a base de filmarlo una y otra vez con los más variados disfraces.
La escena final con Ford/Lynch, que todo el mundo conocerá ya —y que a los mitómanos nos vale las dos horas y media; incluso si el resto no fuera suficiente, que lo es— constituye también lore spielbergiano establecido desde hace décadas. Spielberg no ha contado su vida sino su leyenda, y bien está. Por cierto, lo que no van ustedes a ver en Los Fabelman son ovnis.