THE OBJECTIVE
Ricardo Cayuela Gally

El fanatismo de la identidad

«Defender la igualdad ante la ley es tema conservador, al tenor de las enconadas reacciones que ha desatado entre los demócratas y las élites de EEUU»

Opinión
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El fanatismo de la identidad

Protestas contra el fallo de la Corte Suprema de EEUU. | Europa Press

La Suprema Corte de los Estados Unidos dictó el 29 de junio pasado dos sentencias a favor de la asociación civil Estudiantes por Admisiones Justas, apoyada por el polémico Edward Blum, que había demandado a las universidades de Harvard y Carolina del Norte por su sistema racial de «discriminación positiva» en el acceso de los estudiantes de primer ingreso a la universidad. La sentencia es definitiva, inapelable y genera jurisprudencia para que se deroguen sistemas análogos en otras universidades y empresas.

El resumen de la sentencia, que se puede consultar en red, es ejemplar. Primero, porque está escrito con claridad y limpieza. Es obvia su intención pedagógica, algo no tan común en el ambiente jurídico. Y segundo, por su significado, que va mucho más allá de una sentencia concreta de un país concreto sobre un tema concreto. La sentencia toca un asunto medular de nuestro tiempo. La imposición de las categorías identitarias sobre las personas y los riesgos que esa deriva tribal tiene en el desarrollo de la democracia liberal. Quizá estamos ante el primer paso para desmontar el gigantesco aparato (y negocio) creado al servicio de la identidad (racial, lingüística, étnica, religiosa, sexual), de regreso al espíritu de la Ilustración y la democracia que establecen la igualdad ante la ley de todas las personas. También se trata de una defensa del mérito personal frente a las cuotas reservadas para colectivos.

La sentencia se basa en una verdad matemática. Cualquier sistema de admisión que tiene más candidatos que plazas es un sistema de juego cero, en donde lo que gana uno de manera absoluta lo pierde otro de manera idéntica. Cualquier admisión no justa se hace a costa de un mejor candidato concreto que, con calificaciones y habilidades superiores, se queda fuera por algo que no depende de su esfuerzo, sino por la adscripción fortuita a un colectivo discriminado.

El documento lo dice sin rodeos: el porcentaje de negros e hispanos admitidos en Harvard y la Universidad de Carolina del Norte cada año, basado no sólo en el mérito sino en la necesidad de conformar grupos «equilibrados» racialmente, se hace en detrimento de muchos candidatos blancos y de la comunidad asiática.

«Es la misma Corte que había impulsado en sentencias anteriores leyes que recortaban derechos y libertades individuales, como las restricciones a la ley del aborto»

La sorpresa para mí es que la sentencia, de seis votos contra tres, fue emitida por una Suprema Corte dominada por los conservadores, con algunos de sus miembros más controvertidos nombrados a propuesta de Donald Trump. Es la misma Corte que había impulsado en sentencias anteriores leyes que recortaban derechos y libertades individuales, como las restricciones a la ley del aborto. Así de confuso es el mundo hoy: defender la igualdad ante la ley es tema conservador, al tenor de las enconadas reacciones que esta última sentencia ha desatado entre los demócratas y las élites intelectuales y artísticas de Estados Unidos.

La sentencia pone un dedo en la llaga en toda la política racial de Estados Unidos. Para empezar, ridiculiza la reducción de la diversidad racial a seis posibles casilleros: blancos, asiáticos, negros, nativos, hispanos y nativos de hawaianos, que mezcla criterios raciales (siempre dudosos: ¿ponemos en el mismo cajón un indio y un japonés?) con criterios culturales (hispanos es una clasificación dentro de la que caben diversas razas) y deja fuera regiones enteras del globo. Durante el juicio los representantes legales de las universidades no supieron responder el lugar que le corresponde a un jordano o un egipcio en ese sistema de seis únicas categorías.

También cuestiona el inevitable estereotipo que implica cualquier segmentación racial, ya que ese criterio asume que el comportamiento de esa persona concreta no obedece a sus propios criterios, gustos, ideas o incluso taras, sino que obedece a un supuesto comportamiento esperado de su raza, prejuicio que raya en la caricatura.

La sentencia ayudará a valorar el mérito de los ingresos desde las minorías raciales en los años siguientes, cuando la sospecha de que fueron aceptados por el color de su piel, o por el indemostrable ámbito cultural del que procede, quede en el olvido.

«El recorrido jurídico de la sentencia es muy largo e inevitable en el derecho consuetudinario»

Desde luego, el recorrido jurídico de la sentencia es muy largo e inevitable en el derecho consuetudinario, que establece las leyes generales en función de la suma de casos particulares. El recorrido arranca con las tres enmiendas, la Decimotercera, Decimocuarta y Decimoquinta que nacen con la fractura de la Guerra Civil y llega hasta el presente, incluyendo las célebres sentencias del caso Brown contra Topeka, que prohibió la segregación racial en las escuelas públicas (1954) y la promulgación de los Derechos Civiles de Lyndon B. Johnson (1964).

La sentencia es, en última instancia, una refutación de la jurisprudencia del caso Grutter contra Bollinger, que había dictaminado que la Universidad de Michigan no infringía la Decimocuarta Enmienda al favorecer el ingreso de las minorías raciales a pesar de tener un peor desempeño académico en su examen de ingreso.

Durante el juicio, las dos universidades justificaron la discriminación positiva en estos valores: «capacitar a futuros líderes, adquirir nuevos conocimientos basados en diversas perspectivas, promover un sólido mercado de ideas y preparar ciudadanos comprometidos y productivos». Para los jueces, estos valores, «encomiables», no guardan relación con la «discriminación positiva» y, de guardarla, son inmensurables.

El fanatismo de la identidad, que recorre el mundo como un fantasma colectivo, y que tanto daño ha causado a los valores de la democracia liberal, es hijo del populismo de izquierda, que lo defiende como premio de consolación por la caída del Muro de Berlín. Pero también, por la ley del péndulo, ha provocado su némesis, el populismo de derecha, que suele confundir la gimnasia con la magnesia y, en su afán de combatir estas ideas tribales, pone en riesgo derechos y libertades individuales trabajosamente conquistados.

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