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Historias de la historia

4 de julio de 1776: el nacimiento de la democracia moderna

Los calores de julio parecen favorecer los ímpetus revolucionarios. Iniciamos esta serie con la Revolución Americana

4 de julio de 1776:  el nacimiento de la democracia moderna

Declaración de Independencia de los Estados Unidos | John Trumbull

Los habitantes de las Trece Colonias inglesas en Norteamérica no querían pagar impuestos que no hubiesen aprobado ellos mismos. Era el concepto de las viejas libertades medievales, cuando el rey tenía que convocar a las cortes para pactar los tributos. 

Muchos habían emigrado al nuevo mundo en busca de libertad para practicar su religión, porque pertenecían a sectas minoritarias que era maltratadas en Inglaterra, tenían por tanto un alto sentido de sus derechos civiles. Y muchos más se habían enfrentado a la naturaleza salvaje de América del Norte para introducir la agricultura, habían trabajado desde cero para crear ciudades y caminos, o se habían jugado la vida luchando contra los indios, que no entendían por qué aquellos blancos se habían metido en sus tierras y se las habían quitado.

En definitiva, los norteamericanos tenían muy alta la autoestima, se sabían hombres libres, capaces de gobernar eficazmente sus comunidades y de defender sus derechos con su propio fusil. Cuando el lejano gobierno de Londres, en vista de los grandes gastos que habían tenido en la Guerra de los Siete Años, intentó en 1765 aplicar la Ley del Timbre, hubo una conmoción en las Trece Colonias. Esa ley obligaba a utilizar un papel timbrado, que había que comprarle muy caro a la Corona, no sólo en los documentos oficiales, sino hasta en los naipes. ¡Ya no se podía ni jugar a las cartas sin pagarle al rey Jorge!

Un abogado y filósofo de Boston, John Adams, que sería uno de los «padres fundadores», redactor de la Declaración de Independencia y segundo presidente de los Estados Unidos, creó una sociedad secreta, los Hijos de la Libertad, cuyo lema era «no taxation without representation» (no pagaremos impuestos si no estamos en el parlamento que los aprueba). Los Hijos de la Libertad fueron el germen de la resistencia frente al ejército británico, un movimiento fluido y poco estructurado que aparecía allá donde hubiese malestar, y que no tenía miedo de enfrentarse a los soldados.

Pero había formas de resistencia más serias. En Nueva York se reunió, al margen de la legalidad, un Congreso al que acudieron representantes de una decena de colonias. Fue un auténtico ensayo de soberanía norteamericana, que rechazó la Ley del Timbre y declaró la guerra económica a Inglaterra. Los americanos no comprarían bienes procedentes de la metrópoli, un boicot comercial que resultó muy eficaz y conmocionó al mundo de la empresa en Londres. La Ley del Timbre no se aplicó en América, los colonos le habían ganado el primer pulso al rey Jorge.

El segundo asalto comenzaría en 1773, en el llamado Motín del Té de Boston. Toda nación necesita mitos fundacionales, y el llamado en inglés Boston tea party (reunión para tomar el té en Boston) es el de Estados Unidos. El movimiento ultraconservador y patriota que llevaría a Donald Trump a la presidencia, adoptó el nombre de Tea party. Pero como pasa con todos los mitos, no tienen nada que ver con la Historia, son inventos o deformaciones de la realidad.

Lo que sucedió en el puerto de Boston en diciembre de 1773 fue que una mafia de contrabandistas que traían té de Holanda, asaltó un barco inglés llegado directamente desde la India con un cargamento de té legal, y arrojó toda la mercancía al agua para eliminar la competencia. No fue un motín, fue un delito realizado por una banda criminal, pero el gobierno inglés reaccionó aplicando un castigo a toda la colonia de Massachussets. El puerto de Boston fue clausurado y se aplicaron a la colonia las llamadas Leyes Coercitivas, una legislación represiva.

«El propio rey Jorge III le escribió a su primer ministro: ‘Hay que decidir a palos si están sometidos a este país o son independientes’»

Volvieron los colonos a reunirse en 1774, en lo que se llamó el Primer Congreso Continental, porque esta vez estaban representadas las Trece Colonias. En Filadelfia, capital del Pennsylvania, esa asamblea recurrió de nuevo al arma del boicot comercial, que tan buen resultado les había dado frente a la Ley del Timbre. Sin embargo esta vez Inglaterra no cedió. El propio rey Jorge III le escribió a su primer ministro: «Hay que decidir a palos si están sometidos a este país o son independientes».

Y empezaron los palos, concretamente el 19 de abril de 1775, cuando un destacamento militar inglés intentó decomisar un depósito de armas de la milicia de Massachussets en Lexington. Murieron 50 americanos y 100 ingleses, pocas bajas para una batalla de verdad, pero marcó el inicio de la Guerra de Independencia. No vamos a contar aquí este conflicto, que siguió un típico proceso de escalada: Inglaterra fue enviando cada vez más tropas para reprimir la rebelión, y declaró una guerra naval total a los puertos y buques norteamericanos, que fueron radicalizándose cada vez más en sus posturas. Era lo que los estadounidenses llamarían Revolución Americana.

Declaración de Independencia

El punto álgido de la Revolución Americana fue, obviamente, la Declaración de Independencia. Tras el rompimiento de las hostilidades en Lexington se había reunido un Segundo Congreso Continental, de nuevo en Filadelfia, y allí se planteó romper todos los lazos con la corona inglesa y proclamar una república. Sin embargo varias colonias habían ordenado a sus representantes en el Congreso que se opusieran a la separación de Inglaterra, porque utópicamente se esperaba que Jorge III resolviese el conflicto a favor de sus amados súbditos americanos.

En el Antiguo Régimen los súbditos veían al rey como una figura sagrada, incapaz de hacer el mal. Estaba extendida la inocente idea de que todo lo malo que hiciese la autoridad era culpa de consejeros perversos y ministros corruptos, que engañaban al rey. Bastaría con hacer saber al rey la verdad para que arreglase los problemas. Ese mito se rompería cuando la Revolución Francesa hizo subir a Luís XVI a la guillotina, pero en 1775 faltaban quince años para eso.

Hubo por tanto una pugna política, durante más de un año, entre los radicales, a favor de la independencia, y los moderados, que no querían llegar tan lejos en la rebelión. Hay que tener en cuenta que cada una de las Trece Colonias tenía su propio gobierno y su propia asamblea democrática, por lo que la batalla política se daba no solamente en Filadelfia, sino en otros trece escenarios. Por fin, en junio de 1776, el Congreso Continental encargó redactar un documento de independencia a una comisión de cinco delegados, entre los que destacaban el ya citado John Adams y Thomas Jefferson, que serían segundo y tercer presidentes de Estados Unidos, y Benjamin Franklin, un célebre hombre público, inventor del pararrayos.

«Delaware fue incapaz de votar, porque en su pequeña delegación de dos personas una estaba a favor y otra en contra. Y Nueva York se abstuvo»

El día 1 de julio, después de una jornada de intensos duelos parlamentarios, el documento fue sometido a votación, y el resultado fue decepcionante. Pensilvania, la colonia anfitriona del Congreso, votó en contra de la independencia, lo mismo que Carolina del Sur. Delaware fue incapaz de votar, porque en su pequeña delegación de dos personas una estaba a favor y otra en contra. Y Nueva York se abstuvo.

Siguió la sorda lucha política durante otro día, y finalmente el 2 de julio Pensilvania, Carolina del Sur y Delaware se sumaron a la mayoría. Sin embargo Nueva York seguía absteniéndose. Es decir, que la Independencia de los Estados Unidos se proclamó por doce votos y una abstención, dejando fuera a uno de los territorios más importantes, donde vivía el 10 por 100 de la población. Tardaría una semana en apoyar la declaración.

Adams escribió a su mujer diciéndole que el 2 de julio de 1776 pasaría a la Historia, que se celebraría con gran aparato como Día de la Independencia, pero hasta el más listo se equivoca. Aunque políticamente la independencia estaba proclamada, se decidió esperar dos días para revisar y pulir un documento hecho con prisas, lleno de faltas y errores. Finalmente, el 4 de julio se hizo pública la Declaración de Independencia de los Estados Unidos, y esa fecha se convirtió en su fiesta nacional, y en una referencia para los procesos revolucionarios del siguiente siglo y medio.

Como si quisiera enmendar su error, Adams eligió para morirse el 4 de julio de 1826, cincuenta años justos de la Declaración de Independencia. Por ese deseo de epatar que parece que tiene la Historia, Thomas Jefferson, compañero de Adams en la redacción del documento fundacional de Estados Unidos y su sucesor en la Casa Blanca, también se murió el 4 de julio de 1826, casi a la misma hora.

El destino había subrayado sin duda aquella fecha.

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