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Historias de la historia

14 de julio de 1789: la toma de la Bastilla

La Revolución Francesa estalló en violencia un 14 de julio, que todavía a día de hoy es la fiesta nacional de Francia

14 de julio de 1789: la toma de la Bastilla

La toma de la Bastilla. | Jean-Pierre Houe, Biblioteca Nacional de Francia

Todo empezó en la terraza de un café del Palais Royal, uno de los sitios más mágicos de París, pues estando en la misma almendra del centro, en sus preciosos jardines no se oye el tráfico y se respira la paz. Esa es la paradoja de la Historia, que en un lugar tan placentero estallara el proceso revolucionario que llevó a las ejecuciones en masa del Terror y a 25 años de guerras que asolarían Europa desde Lisboa hasta Moscú. Y aún hay más sarcasmo, que en un sitio llamado Palais Royal (Palacio Real en francés) empezara la destrucción de la monarquía francesa.

El Palais Royal lo construyó el cardenal Richelieu, todopoderoso valido del rey Luis XIII y enemigo de los Tres Mosqueteros, según la novela de Alejandro Dumas. El hombre que de verdad mandaba en Francia levantó su residencia pegada a los palacios reales del Louvre y las Tullerías, para no perder de vista a la familia real. En esa época, primera mitad del siglo XVII, se llamaba Palais-Cardinal, es decir, palacio del cardenal.

Tras la muerte de Richelieu y de Luis XIII se instaló allí el rey-niño Luis XIV y su madre, la regente Ana de Austria. Apenas estuvieron siete años, pero el edificio se quedó para siempre con el nombre de Palais Royal, puesto que había sido residencia del rey. Luego se lo adjudicaron al hermano pequeño de Luis XIV, Felipe de Orleans, cabeza de la rama menor de los Borbones franceses, cuyo cometido en la Historia a lo largo de generaciones sería causarle problemas a la rama mayor.

En el momento en que Francia se dirigía hacia la Revolución el dueño del Palais Royal era otro Felipe de Orleans, personaje muy popular llamado «Felipe Igualdad», porque era muy progresista. Tanto que votaría a favor de la ejecución de su primo, el rey Luis XVI. Pero antes de que en 1793 llegara ese trance, punto de no retorno de la Revolución Francesa, Felipe Igualdad había convertido el Palais Royal en un foco de agitación.

Aunque era de izquierdas a Felipe Igualdad le gustaba mucho hacer dinero, y realizó una gran operación inmobiliaria. Convirtió las galerías del palacio que daban al gran jardín interior en locales comerciales, para tiendas y cafés. Aquello sería pronto el centro de moda de París. El Palais Royal tenía fuero, naturalmente, la policía no podía entrar porque era la residencia del primer «príncipe de la sangre» de Francia, de modo que en las galerías del Palais Royal se practicaban todos los vicios prohibidos, y también se conspiraba contra la monarquía.

«A primeros de julio de 1789 París estaba preso de la agitación. La carestía del pan había provocado «motines de hambre», con incendios y saqueos»

A primeros de julio de 1789 París estaba preso de la agitación. La carestía del pan había provocado «motines de hambre», con incendios y saqueos. Los Estados Generales, que eran el parlamento tradicional de la monarquía, se habían convertido el día 9 en Asamblea Nacional Constituyente, arrogándose el poder de redactar una nueva Constitución política, y al día siguiente el Ayuntamiento de París se transformó en Comuna de París, no reconociendo más alcalde que el elegido por ellos mismos. Su primera medida fue crear la Guardia Nacional, una milicia ciudadana que contrapesara la amenaza de los nobles y de los regimientos de mercenarios extranjeros al servicio personal del rey.

La chispa

En esa situación, presionado por su camarilla de aristócratas, Luis XVI destituyó al primer ministro Necker, un reformista que parecía el único capaz de atender las exigencias de la nación. Necker contaba con la confianza de la burguesía y era popular entre el bajo pueblo, de modo que su cese cayó como una bomba en las terrazas del Palais Royal. Un joven abogado llamado Camille Desmoulins, miembro del Club de los Cordeleros, el partido más radical del momento, se subió de pie sobre una mesa del café, empuñó una pistola para que no hubiera dudas sobre su determinación, advirtió que los reaccionarios preparaban una matanza y animó a la multitud a salir en manifestación.

Había miles de personas en las galerías y jardines del Palais Royal, que arrancaron ramitas de los árboles para ponérselas en los sombreros como insignias revolucionarias. De algún sitio sacaron un busto de su protector, Felipe Igualdad, y otro del destituido primer ministro Necker, los colocaron en unos palos, y salieron a la calle con estos emblemas al frente. Resultó como un anuncio de lo que sucedería dos días después, cuando clavaron cabezas humanas de verdad en las picas de los revolucionarios.

Camino de las Tullerías, donde estaba el rey, llegaron a la Place Vendôme, donde les esperaba el Royal-Allemand, un regimiento de caballería extranjera. Los manifestantes eran unos 6.000, y tiraron piedras a los jinetes, que respondieron cargando a sablazos sobre la multitud, que se disolvió. No llegó a haber una matanza, solo un muerto, aunque sí muchas cabezas abiertas, pero aquel encuentro puso de manifiesto que hacía falta algo más que piedras para enfrentarse a los mercenarios del rey. Había que conseguir armas para equipar a los milicianos de la recién formada Guardia Nacional.

«El siguiente paso fue saquear la armería del Hotel de los Inválidos, de donde sacaron incluso dos cañones regalados por el rey de Siam al de la Francia»

El siguiente paso fue saquear la armería del Hotel de los Inválidos, de donde sacaron incluso dos cañones regalados por el rey de Siam al de la Francia, cañones que nunca habían disparado porque eran objetos suntuarios, casi joyas. Lo malo es que en los Inválidos no había balas para los mosquetes. La munición estaba en la Bastilla.

La Bastilla era una fortaleza situada en la parte este de París, y tenía resonancias desagradables, porque era un lugar de detención de presos políticos. Por sus celdas habían pasado grandes personalidades del pensamiento y las letras francesas, como Montaigne, el creador de los Ensayos, el filósofo Voltaire, el escritor Beaumarchais, padre de El Barbero de Sevilla, o el marqués de Sade. Sin embargo el 14 de julio no tenía más que siete prisioneros sin ninguna significación ideológica, cuatro falsificadores, dos locos y un noble encerrado a petición de su padre por «actos monstruosos» (incesto).

Entre la multitud iban milicianos de la Guardia Nacional en busca de municiones para sus armas, soldados del regimiento de Guardias Francesas, que formaban parte de la Guardia Real pero tenían corazón revolucionario, y el nuevo espécimen revolucionario, los sans-culottes (literalmente «sin calzones») salidos de los estratos sociales más bajos, incluso del lumpen y la delincuencia, de notable inclinación a la violencia. 

Cuando llegaron ante los macizos torreones pidieron que les abriesen las puertas, a lo que el gobernador de la Bastilla se negó. Tenía a sus órdenes una pequeña guarnición, una treintena de suizos del regimiento Salis-Samade, y 80 inválidos.  Cuando la multitud se lanzó al asalto los suizos, excelentes soldados profesionales, comenzaron un fuego mortífero que en poco tiempo causó cien muertos, los primeros mártires  de la Revolución Francesa.

«Los asaltantes por su parte comenzaron a bombardear con los cañones manejados por las Guardias Francesas, y para evitar que aquello terminase en auténtica masacre»

Los asaltantes por su parte comenzaron a bombardear con los cañones manejados por las Guardias Francesas, y para evitar que aquello terminase en auténtica masacre, el gobernador negoció una rendición con garantías para la vida de los defensores. Los prisioneros, incluidos los delincuentes profesionales, fueron liberados como si fuesen héroes, y los archivos de la Bastilla, de gran importancia histórica, fueron saqueados y esparcidos por el foso.

Los sans-culottes no respetaron el acuerdo, y en el camino hacia el ayuntamiento lincharon al gobernador de la Bastilla, un ayudante de cocina le cortó la cabeza y la colocaron sobre una pica.

Los términos de extrema violencia de la Revolución Francesa estaban fijados. Por cierto, tanto Felipe Igualdad, el amigo del pueblo, como Camille Desmoulins, el que lanzó sobre una mesa de café el grito de guerra, serían guillotinados por Robespierre durante el Terror.

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