Arenas movedizas
«Las maneras de postrarse ante el poder –el que sea– son en España un verdadero kama-sutra. Del servilismo a la contemporización caben todas las posturas»
Quizá porque venimos de un país donde el feudalismo, disfrazado antes de caciquismo y después de clientelismo, está en la memoria genética, las maneras de postrarse ante el poder –el que sea– son en España un verdadero kama-sutra. Del servilismo y la obsequiosidad a la contemporización con lo que venga, caben las posturas que quieran… Ocurre con mayor frecuencia en política y la estructura de los partidos potencia esa gimnasia, pero también ocurre en la universidad, en la prensa, en el teatro, en el mundo del arte –ay, en ese mundo…–, en el clero, y donde haga falta y la mecánica sea más o menos piramidal. El pensamiento corriente es que sí, que la meritocracia está muy bien, pero sin muletas que la apoyen no hay quien entre en el reparto. Herencias del feudalismo, ya dije, que adquirió también la burguesía industrial allí donde la hubo. Por eso las zonas de transición –como la que estamos viviendo ahora, en el interregno de dos consultas electorales– son tan interesantes si se observan con curiosidad, humor y cierto desapego. La sociedad líquida la inventó Galdós en Miau.
Lo hemos visto en otras ocasiones, tantas como cambios políticos. Primero están los de potente olfato, que van situándose un par de años antes de que suceda el cambio, por lo que pueda caerles y buscan con denuedo. Después, llega el entusiasmo, o las jeremiadas de los que nada decían. Y muy importante: una zona intermedia, las arenas movedizas, muy poblada. Éstas consisten en alabar con la boca pequeña al representante del nuevo poder, sector cultura, aunque en privado se cargue contra los que acaban de llegar. Hay que mantener el tipo, mientras por detrás se buscan contactos y que lleguen las palabras laudatorias adonde han de llegar. Y así no perder la vez ni el dinero público. Es una especie de Síndrome Fouché, sin malos rollos. Los que optan por esta postura no pierden nunca y suelen acompañarles distintas artimañas de seducción. El recién llegado, por supuesto, cae en la trampa: por nuevas amistades, casas admirables, relatos de viajes, enumeración de méritos… Y el que siempre ha estado –gobierne quien gobierne– sonríe como el gato de Cheshire mientras desgrana sus joyas y deja de sufrir porque se sabe el guión. La comedia –de enredo, claro– es digna de Goldoni, aunque de haber un historiador interesado por esta zona de arenas movedizas, se chuparía los dedos.
«Loas restreñidas a la nueva autoridad local y a ver venir en lo nacional mientras se agita el trapo del tremendismo»
Pero he citado el entusiasmo y las jeremiadas. Del primero nada diré porque es obvio. Del segundo, sí: aquí caben desde Almodóvar anunciando la llegada de los jinetes del Apocalipsis hasta tanto artista convertido en pensador corriente Gramsci –a quien no han leído– y luego en amenazante agitador social si ve peligrar la oportunidad a la que, por supuesto, tiene todo el derecho del mundo. En radios y televisiones locales los conocen bien: son maestros en lo suyo. Todo esto es muy curioso ahora porque se da en unas circunstancias poco frecuentes. Unas elecciones autonómicas que han sido un inesperado fracaso para sus convocantes y unas nacionales súbitas que, según sondeos, unas veces aseguran un cambio de rumbo y otras, cierta inmovilidad. A saber. De ahí que antes que el entusiasmo o la jeremiada, abunde el deambular por las arenas movedizas, que es el clásico de toda la vida. Loas restreñidas a la nueva autoridad local y a ver venir en lo nacional mientras se agita el trapo del tremendismo. Ya dije: un historiador de la escuela, por ejemplo, de Carlo Ginzburg se lo pasaría bomba.
Y ahora le toca a Orlando, del que soy fan y lo soy en el tiempo. Me refiero a la novela de Virginia Woolf que leí a los veinte años en traducción de Borges. Sí, de Borges –tan conservador él– y de su primera lectura hace cerca de medio siglo. Vi luego su adaptación cinematográfica con la estólida Tilda Swinton a la cabeza y de eso hace treinta años. No mala, pero sí muy menor en comparación a la obra de Woolf. No recuerdo escándalo alguno: ni cuando se publicó el libro en España, ni cuando se estrenó la película. No he visto la reciente adaptación teatral española censurada o caída de la programación de no recuerdo qué pueblo o ciudad: no sé si es buena, mala, excelsa o pésima. Pero sí sé que reducir Orlando a lo trans, lo haga quien lo haga, es como decir que la estupenda literatura de viajes e Historia de Jan Morris –antes James Morris, teniente del 9º Regimiento de Lanceros Reales y padre de cinco hijos– es escritura trans. Pero, en fin, vivimos los tiempos que vivimos y uno se va de vacaciones (que en un escritor nunca lo son) hasta septiembre. Feliz verano.