El voto progresista
«Tradicionalmente asignado a la izquierda, el voto progresista debe preguntarse cuál es la mejor opción para el progreso económico, político y moral del país»
Los partidos de la izquierda suelen atribuirse en exclusiva el adjetivo de «progresistas», atendiendo a una historia que los ha colocado, ciertamente, en vanguardia en la promoción de causas modernizadoras como el feminismo, el ecologismo o la defensa de los derechos de los homosexuales. La derecha siempre ha ido a remolque en algunos de los más necesarios cambios sociales y sigue observando con reticencia otros avances como el derecho al aborto o a la eutanasia.
Existen razones, sin embargo, por las que resulta engañosa la equiparación entre el progresismo y la izquierda, no sólo porque históricamente y en diferentes países la izquierda ha abrazado causas totalitarias, sino porque ahora mismo es más fácil encontrar a partidos de izquierda en el campo del tradicionalismo y la reacción que en el de la modernidad y el progreso. Pregunten ustedes en Nicaragua o Venezuela si están contentos con sus gobiernos «progresistas».
«Se ha producido en nuestro país un evidente retroceso por parte de la izquierda en la defensa de la libertad individual»
En España, en los últimos años, la izquierda ha defendido el control de la prensa o la limitación de la libertad creativa, ha censurado la exhibición del cuerpo de las mujeres, así como otros símbolos de la desinhibición sexual, y ha defendido la versión más retrógrada del nacionalismo. En términos generales, se ha producido en nuestro país un evidente retroceso por parte de la izquierda en la defensa de la libertad individual, que fue una de sus principales banderas contra la dictadura y en los primeros gobiernos socialistas, pero que ahora ha entregado por completo a la derecha. Socialismo es libertad es el título de un libro que Felipe González escribió hace 45 años.
Es imposible, por tanto, identificar hoy de forma automática el progresismo con la izquierda, además de por los motivos mencionados, porque también en la derecha se ha producido una evolución hacia una mayor apertura a la modernidad. No en Vox, por supuesto, que sigue intentando atar a nuestro país a sus tradiciones más opresoras y divisivas. Pero sí en el Partido Popular, que trata de conectar con los sectores más avanzados de la sociedad.
Hay otro valor progresista algo menos tangible que los mencionados anteriormente pero tanto o más importante, el de la moral. Si el progresismo es incompatible con la corrupción, independientemente del partido o la persona que la practique, debe de serlo también con la mentira, el fanatismo, el cinismo, la manipulación de la opinión pública, el uso de la ideología para enfrentar a los ciudadanos, el señalamiento de los adversarios políticos como enemigos de la sociedad o la utilización de las instituciones para la promoción personal o partidista.
«Otros creerán que el progreso de España es hoy más factible con un gobierno del PP»
El voto progresista debe dar preferencia a aquellos candidatos que mejor garantizan el avance de una sociedad en libertad, convivencia y permanente contraste de ideas y modelos diversos. El voto progresista en España se encuentra hoy ante el dilema de mantener su vinculación habitual con la izquierda o darle una oportunidad al Partido Popular. Obviamente, los fanáticos están lejos de sentirse atrapados en esa duda. Pero en España son más los moderados, que sí valoran la actuación de cada cual antes de tomar una decisión. Cada votante resolverá de acuerdo a su particular criterio. Unos entenderán que el PSOE es aún, con su actual liderazgo, capaz de trabajar y de unir a las fuerzas con las que tendrá que aliarse en beneficio del conjunto del país. Otros creerán que el progreso de España es hoy más factible con un gobierno del PP, más aún en la medida en que consiga mantenerse alejado de Vox.
El voto progresista es un voto racional. Está menos fundamentado en el rechazo visceral que en la elaboración intelectual. Puede ser un voto de castigo a quien ha defraudado su confianza, pero no un voto gregario ni dogmático. El voto progresista no puede compartir el argumento de que sólo los míos son progresistas y lo son siempre y en cualquier circunstancia, mientras que los de enfrente no lo son ni pueden serlo jamás.
El voto progresista tiende a desconfiar de las promesas electorales y suele disponer de olfato para detectar a los farsantes y los ególatras. El voto progresista en España entendió, en un momento dado, que un antiguo funcionario del régimen franquista era la mejor opción para hacer avanzar el país. Después, ese mismo voto progresista consideró que un socialista que había renunciado al marxismo ofrecía en la izquierda más garantías de progreso que un comunista, por muchos méritos que éste hubiera adquirido en la lucha contra la dictadura. Más tarde, el voto progresista, intolerante con el engaño, rechazó al PP y le dio una oportunidad inesperada a Zapatero, quien hoy vuelve a reclamarlo en su nombre y en el de Pedro Sánchez. En menos de dos semanas, el voto progresista deberá decidir si lo merecen.