THE OBJECTIVE
Agustín Galán Machío

Después de Frankenstein, ¿qué?

«Las tensiones entre independentistas (los aliados de Sánchez) y centralistas (los posibles apoyos de un gobierno de Feijóo) demandan un esclarecimiento urgente»

Opinión
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Después de Frankenstein, ¿qué?

El presidente del Gobierno, Pedro Sánchez.

La pregunta que hoy nos estamos haciendo los ciudadanos es esta: Después de Frankenstein, ¿qué? ¿Qué sucederá con nuestro Estado de las Autonomías? ¿Cómo gestionaremos entre todos la deriva de las fuerzas políticas que gobiernan dos nacionalidades de España (el País Vasco y Cataluña) hacia la independencia o hacia un Estado confederal; una deriva que nos ha puesto en ambos casos al borde del abismo? Y esa cuestión precisa una respuesta antes de que votemos. Por eso es tan extraño, cómo apuntaba algún comentarista político, que en las numerosas auto-entrevistas y pluri-entrevistas a las que se ha sometido Sánchez nadie le haya planteado esa cuestión, y tampoco haya salido con claridad en el debate del presidente del Gobierno con el líder de la oposición.

Después de Franco ¿qué? (1965) era el título del libro sobre el futuro de España que el dirigente del PCE Santiago Carrillo copió de After Franco, What? (1961), un artículo del socialdemócrata y exfalangista Dionisio Ridruejo, otra de las principales figuras de la oposición a Franco. «El triunfo de los rebeldes contra el régimen legal» -escribía en ese artículo Ridruejo- «tuvo como resultado el triunfo de un sistema absolutista. Los militares triunfaron sobre los civiles, los centralistas sobre los autonomistas, los católicos sobre los laicistas, la neutralidad política sobre la participación política; y, sobre todo, las clases medias sobre los trabajadores, o, como un joven muchacho de La Mancha me diría unos pocos años después, los ricos sobre los pobres».

Pues bien, nada parecido puede ya suceder en España. Felizmente la contradicción entre ricos y pobres que describía Ridruejo ha perdido su virulencia (en el reciente debate Feijóo-Sánchez hubo mucho más acritud y catastrofismo sobre violencia de género, leyes LGTBI o alianzas con los partidos independentistas que en materia de economía). Infelizmente, sin embargo, son las tensiones entre independentistas (los aliados de Sánchez) y centralistas (los posibles apoyos de un gobierno de Feijóo)- las que han resucitado, y esas son las que demandan con mayor urgencia un esclarecimiento.

Esas son también las que habría que reconducir al marco de convivencia y de encuentro que conquistamos en España tras derrotar a la dictadura: la Constitución de 1978. Nadie se cree (pienso que el electorado socialista tampoco) que de verdad estén hoy en peligros los derechos de la mujer o de los gais con un probable gobierno de Feijóo (que, entre otras cosas, hizo la primera ley LGTBI en Galicia), pero todos sabemos que otro Gobierno de Sánchez aumentaría sin ninguna duda la factura a pagar a sus actuales socios independentistas.

«¿Aceptaremos que por ser de una nacionalidad algunos tengan más derechos políticos que otros?»

Después de Frankenstein es, por tanto, la llamada cuestión territorial la que precisará de un consenso aceptable para todos; pero para eso necesitamos debatir racionalmente antes del 23-J unas alternativas que nadie tiene derecho a escamotearnos, jugando al escondite con los electores. ¿Cómo se financiarán las Comunidades Autónomas? ¿Estamos dispuestos a hacer de las diferencias de lengua un argumento para recibir más o menos dinero? ¿Aceptaremos que por ser de una nacionalidad algunos tengan más derechos políticos que otros? ¿Consentiríamos, por ejemplo, que España se convirtiera algún día en la Unión Europea en algo así como una simple región (como lo son en España las dos Castillas) mientras que Francia fuera toda una nación (como reivindican serlo Cataluña y El País Vasco)-. Y, sobre todo, ¿aceptaríamos que de ello se desprendieran sustanciosos privilegios económicos y jurídico-políticos dentro del mismo Estado democrático?

La prohibición del tabaco en el mundo occidental tuvo su gestor en España a Alfredo Rubalcaba, al que debemos no solo que nos librara del ambiente irrespirable de bares y cafeterías (salvando con ello muchas vidas) sino la advertencia final de lo que se nos podía venir encima con lo que llamó «gobierno Frankenstein». Rubalcaba (cómo todos los gestores de la solución al problema del tabaquismo) se tuvo que enfrentar a la campaña de las tabacaleras, para las que, como nos recuerda el historiador de la ciencia Robert Proctor, la duda sobre si fumar es tan perjudicial para nuestra salud o solo una remota posibilidad era «su producto» (Agnotología : la producción social de ignorancia) .

Esa es la misma mercancía (la duda) que nos ha querido vender durante esta campaña electoral Frankenstein ocultándose tras los arbustos (igual que en la película), y no compareciendo como tal en los debates. Lo hizo Pedro Sánchez en sus reiteradas apariciones en los medios y también en el debate con Feijóo, obviando invariablemente a los aliados con los que en caso de ser reelegido presidente formaría gobierno. Y lo ha hecho también Yolanda Díaz contándonos el cuento de la buena pipa cuando se le ha preguntado por el referéndum de autodeterminación que los principales integrantes de Sumar incluyen en sus programas. «No te digo ni que sí ni que no, te dejo en la duda».

Pero lo que necesita nuestro país es confrontar los dos modelos del futuro de España (los dos igualmente legítimos) que nos están proponiendo unos y otros y que ambos deberían detallar. Ese es el debate electoral que más nos interesa; y este es el momento en que los españoles deberíamos aclararnos sobre este asunto. Por un lado está el modelo que ya conocemos, el Estado federal (o, sea, con otro nombre, el actual Estado de las Autonomías) que exige un pacto continuo- no exento de conflictividad- entre sus integrantes; este es el modelo que defiende Feijóo (tiene experiencia en ello). Por otro, lo que hay es un modelo de Estado confederal que para algunos socios del Gobierno actual sería únicamente una etapa intermedia hacia la independencia de Cataluña y del País Vasco (Sánchez no debería ocultarlo).

«Sin el apoyo de izquierdistas y nacionalistas un nuevo gobierno de Sánchez sería imposible»

La verdad, no creo que sea una buena idea para nadie eso de rehuir este debate con todos los actores; con el fortachón Abascal, pero también con Bildu, PNV, ERC y la sonriente Yolanda en representación de su Sumar (Iglesias-Colau-Baldoví-Errejón, más otra decena de izquierdistas y nacionalistas de aldea). Todos sabemos que sin esos apoyos un nuevo gobierno de Sánchez sería imposible; y también adivinamos que, con mayor o menor dependencia, Feijóo tendrá que contar con el centralista (que no centrista) señor Abascal. Por eso un debate con todos sobre este tema sería lo racional.

Feijóo ha renunciado ya al juego del escondite. No solo ha pactado con Vox donde no le ha quedado más remedio (sin ceder nada importante que no sepamos), sino que ha dejado claro que, aunque no lo desea, si el PSOE insiste en no dejarle gobernar contará con todos los apoyos externos posibles. En el debate Sánchez utilizó con fruición una larga cita (gran trabajo de documentación de sus gabineteros) de las excentricidades y enormidades que han salido por la boca de dirigentes de Vox con puestos en los Gobiernos autonómicos del PP.

Pero aparte de esas habladurías (sin ninguna duda escandalosas) y de actos simbólicos como la utilización o no de banderas (digo yo que en algún momento habrá que desarrollar un protocolo oficial del uso de la arcoíris cómo de la rojigualda), Sánchez no pudo citar ni un solo hecho (decisión política, norma, ley, etc.) que en la vida real pusiera en cuestión la igualdad de hombres y mujeres, la lucha contra la violencia de género, la discriminación contra el colectivo gay o contra los emigrantes. De haberlo encontrado, no solo lo hubiera destacado en el debate, sino que lo hubiéramos leído mucho antes con reiteración en primera página y a cuatro columnas (como noticia principal del mundo mundial) en ocho o diez ediciones (todas seguidas) del «Diario Global». En resumen, Feijóo no se esconde. Sánchez sí.

Pedro Sánchez se sigue refugiando en su escondite y en el miedo a la extrema derecha (es lo suyo: Pedro y el lobo), ocultando las tuercas que lleva en el cuello y el hecho evidente de que el actual PSOE ha quedado en parte reducido al PSC (Partido Socialista de Cataluña) y al Partido Socialista de Euskadi (PSE). Mejor le iría si pudiera convencernos de que gobernando de nuevo con independentistas no se continuará cediendo soberanía nacional o no se modificarán en su favor leyes fundamentales como ya se ha hecho con el Código Penal y cómo podría hacerse en el futuro con los Estatutos de Cataluña y el País Vasco; pero lo tiene difícil.

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