THE OBJECTIVE
Miguel Ángel Quintana Paz

Por qué los hámsteres votan al PP

«El 23-J está prevista una nueva carrera de hámsteres azules hacia ninguna parte. Volverán a hacer lo que han hecho siempre. Y las cosas seguirán sin cambiar»

Opinión
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Por qué los hámsteres votan al PP

Ilustración de Erich Gordon.

Los hámsteres nos gustan a todos. Es imposible odiar a un hámster.

Eso no quita para que, en ocasiones, uno se interrogue sobre sus peculiares costumbres. Esa manía de montarse en una rueda, por ejemplo, y rodar y rodar carentes de destino alguno, para volver siempre adonde comenzaste. Y todo con cara de estar acometiendo la tarea más relevante del mundo. Cara de hámster, sí, pero también de importancia.

Algún abogado de los hámsteres me aducirá que, bueno, que los humanos también usamos las bicicletas estáticas así, que en ellas pedaleamos asimismo sin desplazarnos. O cintas para correr. O elípticas. Pero los humanos, por lo general, sabemos que esas máquinas jamás nos llevarán a ningún lado. No aseguraría yo lo mismo de los hámsteres. Ello se debe a la cara que ponen. Una cara, ya lo dije, de suma importancia.

De entre todos los hámsteres, dicen los biólogos que el más misterioso es una subespecie hace poco descubierta. El hámster azul. Nadie sabe muy bien de dónde proviene. Algunos creen que procede de la gaviota, también azul, que años atrás surcaba nuestro cielo político. Los más malévolos indican que, en sus orígenes, el hámster azul heredó genes de un águila: el águila de San Juan. Si bien esto nuestros hámsteres suelen impugnarlo, vehementes, negando con sus cabecitas y sus bigotes. Quién sabe.

En realidad, sean cuales sean sus antepasados, no deberíamos otorgarle a la cosa demasiada relevancia. Un rasgo típico del hámster azul es su corta memoria. Ya no recuerda, por ejemplo, que montarse en su ruedecilla para correr como un loco jamás le condujo a parte alguna. Como lo ha olvidado, sigue poniéndose a ello, una y otra vez, con cara de importancia.

Este 23 de julio, de hecho, está prevista una nueva carrera de hámsteres azules hacia ninguna parte. Millones de hámsteres azules, dicen. Afanados, ahí, en sus ruedecillas. Creyendo que esta vez, sí, por fin, cambiarán las cosas. Volverán a hacer lo que han hecho siempre. Y las cosas seguirán sin cambiar, como nunca han cambiado.

«A los hámsteres azules no les gusta que cada vez sea más difícil aprender la lengua que nos vincula a todos»

A los hámsteres azules, pongamos por caso, les suele preocupar España. No les gusta que cada vez sea más difícil, en algunas autonomías, aprender la lengua que nos vincula a todos. Tampoco que las escuelas enseñen allí que nuestro país es opresivo, abusivo, aflictivo. Ni mucho menos entienden por qué, si la mayoría de españoles repudiamos tales prácticas, no se les ha puesto coto nunca. Ni en 1996, ni en 2000, ni en 2011, ni en 2016.

Aun así, nuestro hámster azul votará de nuevo como todos esos años: votará azul. ¡Es tan cómodo saber cuál es la ruedecilla donde volverás a corretear!

Lo más curioso es que esta vez el candidato azul, Núñez Feijóo, ha dado menos señales que nunca de interesarse por estos asuntos. De hecho, más bien ha dado contundentes signos de lo contrario. Lo explicaba en este artículo de THE OBJECTIVE mi compañero Xavier Pericay, que de lenguas y de libertad sabe un rato.

De hecho, Feijóo es el mismo que puso una barrerita más a los funcionarios en España, al exigir el gallego antes de presentarte a oposiciones de la Xunta. Quizá algún hámster azul nos aduzca: «Bueno, pero ¡eso lo hizo como presidente gallego! ¡No como presidente del Gobierno de España!». La vieja teoría sanchista de que el presidente es un individuo en el pasado, otro ente distinto en el presente, y que no le deberías exigir al primero de ellos coherencia alguna con lo que haga el segundo. La vieja ruedecilla del hámster, en suma, dando de nuevo la vuelta, otra y otra vez.

Feijóo, o al menos la persona conocida hasta ahora con el nombre de Feijóo, es también quien lleva años fomentando los «sentimientos gallegos en la esfera pública», ubicándose así en el «nacionalismo» moderado»; nos lo recordaba hace poco Laura Fàbregas¿Será entonces él quien por fin reivindique sin complejos la dignidad de ser español? ¿Quien finalmente lance una política cultural contra la Leyenda negra, interna y externa? ¿Quien combata a cuantos nos enfrentan por diferencias menores, a cuantos ansíen hacernos extranjeros en nuestra propia patria? ¿Eres tú, oh Feijóo, quien ha de venir, o esperamos a otro? ¿No serás, como tu paisano Rajoy, alguien que solo aducirá «la Constitución» y «las leyes» cuando algunos arremetan contra España? ¿No serás tú también de esos que dejan hacer a los sembradores de discordia, porque lo contrario sería «meterse en mucho lío»? 

Estas preguntas parecen, como poco, legítimas. Pero a nuestros hámsteres azules les dan un poco igual. Votarán a un señor que parece tener prioridades muy diferentes a las suyas, luego se sorprenderán cuando ese señor muestre prioridades muy diferentes a las suyas, Cayetana Álvarez de Toledo se enfadará con él (como antes con Rajoy o con Casado), se montará cierto barullo y, algún día, Feijóo perderá el poder. Entonces su partido escogerá a otro candidato, y los hámsteres volverán, encantados, a montar en la ruedecilla que estamos describiendo. Rueda que te rueda.

Algo similar sucederá con las libertades, con los impuestos, con el aborto.

«Si Feijóo piensa bajar los impuestos, ¿por qué no deflactó nunca el tramo autonómico del IRPF en Galicia?»

¿Se han fijado en lo poco que habla Núñez Feijóo durante esta campaña electoral de la libertad, del liberalismo o de los derechos individuales? Tiene buenos motivos para ello: cualquiera podría sacarle a colación su gestión pandémica en Galicia. Su obsesión con hacer obligatorias las vacunas, con multar o incluso despedir de su trabajo a quien no se las pusiera. Poco liberalismo hay en esto de forzar a la gente a meterse cosas en su cuerpo, sean tratamientos poco experimentados, objetos extraños u órganos ajenos. Que liberales de pro como el diputado Mario Garcés, Fernández-Lasquetty, Manuel Llamas o Alfredo Timermans no repitan en este PP adquiere, pues, cierta lógica. A veces hay que salirse de la ruedecilla que nos pusieron en la jaula.

¿Bajará los impuestos Rajoy cuando llegue al gobierno? Perdón, quería decir Feijóo (a veces, a uno le marea tanta ruedecilla). Y, si piensa bajarlos, ¿por qué no deflactó nunca el tramo autonómico del IRPF en Galicia? ¿Por qué tardó cinco años en bajar sus tipos impositivos? ¿Eliminará los peajes en las autovías que el actual Gobierno ha pactado para 2024 con Bruselas? ¿Veremos a Feijóo, intrépido, forzándole la mano a la alemana Von der Leyen, al belga Michel, a la francesa Lagarde, mientras estos le acusan de antieuropeísta? ¿O nos pedirá que seamos buenos europeítos, que hagamos como nos ordenen desde los bondadosos Fráncfort, Berlín y Bruselas? Chissà, wer weisst, who knows.

Debo reconocer que, en todo caso, mi mayor ternura se concentra en los hámsteres antiabortistas. Feijóo ya ha dejado claro que le parece estupenda la ley de plazos, que no hará nada (salvo algún lamentito aquí o allá) contra sus cerca de 100.000 abortos anuales y que, de hecho, considera eso de abortar «un derecho». Su Partido Popular votó en el Senado prohibir que una mujer, si ella quiere, libre, pueda escuchar el latido del feto o verlo en una ecografía antes de abortar, no sea que pueda cambiar de idea y tenga a su hijo. Su portavoz de campaña, Borja Sémper, nos dio hace poco el argumento definitivo para ello: hay que sumarse a los liderazgos «que ya existen en la sociedad» porque son el resultado de «una evolución razonable y lógica, algo positivo». Algunos colegimos entonces que, en vez de Borja, debería llamarse Vicente: aquel que va donde va la gente.

Aun así, nuestros hámsteres azules y antiabortistas volverán a votar lo mismo que siempre han votado, ruedecilla arriba, ruedecilla abajo. También seguirán llamándose antiabortistas, o quizá incluso prudentes y razonables.

Pero no son ni prudentes ni razonables, claro. Todos conocemos el dicho que define la locura como hacer lo mismo una y otra vez, pero esperar luego resultados diferentes. Suele atribuirse a Albert Einstein, pero al parecer se remonta más bien a un folleto publicado en 1981 por Narcóticos Anónimos. Nosotros, en cambio, sí seremos prudentes y razonables. Así que no llamaremos locos a los que votan siempre lo mismo esperando luego resultados diferentes. Ni siquiera los denominaremos narcóticos. Más bien nos referiremos a ellos como hámsteres, esos animalitos simpáticos que es imposible odiar.

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