THE OBJECTIVE
Javier Benegas

Votos y milagros

«Lo que impera en España es un estado mental heredado del franquismo, según el cual todo ha de venir del Estado. De ahí que sea intocable»

Opinión
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Votos y milagros

Pixabay.

Si descontamos los avances tecnológicos, las nuevas infraestructuras públicas (pagadas a precio de oro) y las comodidades que inevitablemente el progreso ha ido añadiendo con el paso de los años, el presente de España se parece demasiado al pasado y no precisamente en lo bueno. Nuestra posición en general, con respecto a nuestros homólogos europeos, no ha mejorado. Y ni que decir tiene que respeto a los Estados Unidos y Asia perdemos posiciones a velocidad de vértigo. Aunque hubo momentos en que parecía que podíamos lograrlo, el caso es que estamos donde estamos. No es que nos hayamos quedado varados, como un buque con las máquinas averiadas que arrojan el ancla para que no le arrastre la corriente, es que estamos retrocediendo. Somos ese barco al pairo pero sin ancla que arrojar por la borda. 

Retrocedemos en todos los frentes, en el económico, en el social y en el institucional. Somos más pobres que en 2019, a duras penas igualamos los registros de antes del cataclismo de 2008 y, si me apuran, restando la inflación acumulada, somos tan miserables o un poco menos que en la década de 1980, con el agravante de que hoy estamos muchísimo más endeudados. 

En lo social, este retroceso se manifiesta en la inversión de determinadas convenciones. Muchas actitudes que antes desaprobábamos, hoy son motivo de orgullo. El conocimiento es un estigma y la necedad, motivo de alarde. Lo feo es lo bello y lo grosero, lo glamuroso. En definitiva, cuanto más ignorantes y vulgares, más chulos.

«La separación de poderes, más que muerta y enterrada, ha sido incinerada»

En lo que respecta a las instituciones, qué puedo decir que, usted, querido lector, no sepa o al menos sospeche. Su colonización está prácticamente consumada. El principio de neutralidad, completamente desaparecido. La separación de poderes, más que muerta y enterrada, incinerada. El principio de representación reducido a los designios de las cúpulas partidarias. Y los partidos convertidos en corporaciones de intereses que, en vez de políticos, parecen tener empleados obedientes.

En este contexto, Alberto Núñez Feijóo se postula como la gran alternativa —al decir de sus conmilitones y simpatizantes, como la única alternativa—, con un programa saturado de buenos deseos y más aún de indefiniciones, pero con la solemne promesa de gobernar «para todos». Y he aquí el disgusto: la pretensión de agradar a todo el mundo, o lo que es equivalente, no molestar a nadie o molestar lo mínimo imprescindible y que, claro está, será por culpa de Bruselas… y de los pagarés escondidos. 

Hay una gran diferencia entre ese gobernar «para todos», sin molestar a nadie, y gobernar en beneficio de todos. Lo segundo, que es lo deseable, implica, se quiera o no, molestar a muchos.

La historia nos muestra que, en países con una larga trayectoria en políticas y costumbres ruinosas, los cambios de rumbo son, al principio, muy dolorosos. Lo que hace que, en un primer momento, los costes políticos parezcan inasumibles. Pero es una impresión pasajera, porque en estos casos el margen de mejora es tan increíblemente grande que, a poco que se acierte en las reformas, no se necesitan décadas para cosechar los resultados: con un par de años es suficiente y en algunos casos basta con uno o, incluso, unos pocos meses. 

Este es, precisamente, nuestro caso. Llevamos tanto tiempo aplicando políticas ruinosas e interiorizando costumbres nefastas que, con un puñado de reformas estructurales, nos catapultaríamos hacia el futuro con un impulso sorprendente. Cualquiera que entienda de política y economía y no esté contaminado por los dogmas o los intereses lo sabe. Entonces, ¿por qué Alberto Núñez Feijóo es tan cicatero e insoportablemente esquivo al compromiso?

«Mientras el Estado no deje de ser intocable, seguiremos votando milagros»

La clave nos la daba Borja Semper, portavoz de campaña del Partido Popular, al firmar que hay que sumarse a los liderazgos «que ya existen en la sociedad» porque son el resultado de «una evolución razonable y lógica, algo positivo». Traducido del politiqués al castellano: si quieres que te voten, no molestes

Escribía Miguel Ángel Quintana Paz en este mismo diario que el problema de España obedece a una especie de hámsteres azules, que corren y corren sin parar dentro de una rueda sin moverse del sitio. Una metáfora en clara alusión a los políticos, militantes y votantes del Partido Popular, que los identificaría, en palabras de Dalmacio Negro, como una izquierda envejecida que no cree en nada, salvo, en efecto, mantenerse en el sitio. 

Pero discrepo del bueno de Miguel Ángel. Aquí, quien más, quien menos, todos son hámsteres. Y todos los hámsteres, además, son pardos en un aspecto crucial para el que su PSOE state of mind se queda corto. Lo que impera en España es el Statism state of mind. Un estado mental heredado del franquismo, según el cual todo ha de venir del Estado. De ahí que el Estado, o el statu quo, tanto monta, sea en esencia intocable. Y mientras no deje de serlo, seguiremos votando milagros, aunque con matices.  

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