Pescar un fajín en el pesebre
«El deshonor vive amparado en la mentira y la manipulación de un gobierno que se ha servido de todos los atajos despreciables para mantenerse en el poder»
Hay en el honor cierto desarraigo, no sólo a la comodidad; una distancia entre lo cercano y lo infinito, una renuncia que cuesta mantener a raya cuanto más exige la ejemplaridad que no está de moda. Vivimos en una sociedad que olvidó de cuajo el significado de esa palabra, que fue tanto hace lustros, y que demostraba la diferencia de unos con otros, independientemente de clases sociales o del saldo de la cuenta; cualidad huérfana de narcisismos importados en las adicciones de la pantalla del veintiuno. Hasta hace poco se batía en duelo para defender una infamia o una insinuación banal, a espada, a pistola; qué más daba si la afrenta buscaba ensuciar el camino largo de la constancia y el pundonor. Se establecía entonces el principio de limpiar un nombre, bajo un reglamento estricto que permitía la oportunidad de echar lejía sobre la mancha y el calumniador. Ahora el deshonor vive amparado en la mentira y la manipulación de un gobierno que se ha servido de todos los atajos despreciables para mantenerse en el poder.
La política es un embudo para el blanqueamiento de lo peor que somos, ese grupo de personas que se sirven de lo público para hacer y deshacer a su antojo lo que les resultaría inalcanzable siguiendo las reglas del juego. Siempre que un personaje del Congreso invade las instituciones que se rigen y ordenan por méritos acumulados, se estropea el funcionamiento ordinario de lo exquisito, trampeando el resultado por una falta de principios que ensucia el orden de las cosas, lo limpio, lo justo, lo que viene a ser ejemplar respecto al camino fácil de pescar un fajín en el pesebre.
La Guardia Civil sigue nadando en ese mar tan pasado de moda: un sueldo bajo, unos recursos escasos, dos pirulos en el coche y una pareja de guardias que prestan el auxilio de nuestras demandas, ya sea en la carretera, en la nieve, en la montaña, cuando abrasa el fuego, actúa la barbarie, o dispara el hampa. Pero siempre bajo el lema del «honor es nuestra divisa». Con este gobierno, y en especial con el ministro Grande-Marlaska, la institución ha sufrido la okupación de sus funciones, ya fuera para pagar la deuda que mantenía a Sánchez en Moncloa —sacándola de Navarra como exigió Bildu—, o jugando a la paridad nombrando una directora que, junto a su marido, ascendió a la clase rentista comprando pisos con el dinero de los ERES de Andalucía: el chiringuito de lo público al servicio de la jeta, o la directora más ejemplar que ha tenido esta institución, en palabras del que fue juez para convertirse en un cómplice botarate.
«Cuando el carroñero viste de uniforme y la presa ha sido un compañero caído por una noble causa, ese oportunismo se llama traición»
Además, tal y como dictó el Tribunal Supremo, cesó al coronel Pérez de los Cobos de la Comandancia de Madrid de manera ilegal porque no podían ordenarle que trabajara para ellos en vez de para España, en un intento más de controlar las investigaciones judiciales que estaban en marcha, en este caso, la autorización de la manifestación del 8 de marzo que sirvió para extender el virus de la covid entre gritos de «sola y borracha» y demás memeces de un ministerio que también era paguita de los acuerdos para que el presidente Sánchez durmiera mejor.
Ya en el otoño de sus funciones, el ministro Grande Marlaska ha querido seguir vengándose del varapalo judicial que le obligaba a restituir al Coronel Pérez de los Cobos en la Comandancia de Madrid, encontrando en la benemérita a un coronel que se sirviera del honor como su divisa de cambio, saltándose a 16 coroneles que por méritos, antigüedad y notas obtenidas en el proceso de evaluación para el ascenso, merecían ser ascendidos a general antes que el agraciado adulador que eligió el atajo sobre la rectitud, traicionando valores, compañeros y normas, que el político amoral brindó para seguir manchando una institución que le salvó en más de una ocasión la vida, cuando los socios de Sánchez mataban con tiros en la nuca y «el hombre de paz», Otegi (sic Zapatero), secuestraba a personas en una democracia que está invadida por la corrupción y la mentira.
Casualidades o no, el nuevo General Blanes, era el jefe de la Unidad de la Guardia Civil en el aeropuerto de Barajas cuando Delcy Rodríguez, la que no podía pisar suelo Europeo por su participación en la narcodictadura de Venezuela, y que recibió al exministro Ábalos en la terminal del aeropuerto, incumpliendo la normativa europea que la impedía pisar tierra, arribó a España, con las cintas de grabación desaparecidas y esas cosas que apestan tanto que se pierden en la niebla de las cloacas estatales. También fue el único subordinado de Pérez de los Cobos que aceptó sustituirle tras aquél cese vergonzoso, al que renunciaron tantos por no blanquear las decisiones del ministro y su directora «ejemplar». Es cierto que los animales carroñeros abundan en todas partes, comiendo sobre las piezas que otros animales cazan, robando los restos de los lances de otros, esperando el momento de descuido para llenar una panza sin méritos propios. Pero cuando el carroñero viste de uniforme y la presa ha sido un compañero caído por una noble causa, ese oportunismo se llama traición.