THE OBJECTIVE
Lucía Etxebarria

Terror en el supermercado

«Cuando hablaban de una mujer agredida no se referían a la cajera: se referían a una persona con pene, testículos, barba y nuez a la que llamaban mujer porque son una panda de cobardes»

Opinión
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Terror en el supermercado

La persona que denunció sufrir acoso tras ser llamada mujer. | Twitter

En 2018, David Lochridge, un piloto de submarino escocés, empleado de la compañía Ocean Gate, advirtió que el sumergible Titán era altamente peligroso y que no debería hacer viajes. La compañía que construyó el sumergible demandó al empleado, que vivió una auténtica pesadilla de amenazas y acoso, por no hablar de los costos exorbitantes de enfrentarse con una demanda millonaria contra una gran compañía en Estados Unidos.

El submarino ha implosionado, exactamente tal y como advirtió el empleado. Cinco personas han muerto.

Lo mismo sucedió en el caso de la empresa Theranos, cuando dos de sus empleados, Erica Chung y Tyler Schulz, alertaron de que se estaba fraguando una masiva estafa la compañía. Se les amenazó hasta tal punto que los familiares de uno le pidieron que cesara en su lucha porque estaba aterrorizados. La otra entró en una depresión. Ambos pasaron años sin poder trabajar, porque el poder de Elizabeth Holmes, la CEO de Theranos e íntima amiga de expresidentes y exsecretarios de Estado, era amplio y oscuro.

Muchas personas se han arruinado y Elizabeth Holmes ingresó en prisión el mes pasado.

Lo mismo ha sucedido en España cuando profesoras (Juana Gallego y Tasia Aránguez…), juristas (Paula Fraga…), psicólogas (Laura Redondo, Carola Moya..) y periodistas feministas hemos sido canceladas, amenazadas, acosadas o denunciadas simplemente por advertir de los defectos de forma en las del solo sí es sí (que redondeo en mil y pico rebajas de condena y cien violadores excarcelados) y en la Ley Trans (cuyas consecuencias suelen tardar más en verse, pero que ya son notorias en otros países).

En mi caso particular, hace tres años reunieron incluso dinero para acusarme de plagio mediante un crowdfunding público. No se sabe a dónde fue el dinero recaudado. La acusación de plagio que me montaron fue tan sonada que hasta Risto Mejide me preguntó en público por ella en un programa de televisión. Pese a que han pasado tres años desde que se dijo que mi libro Mujeres Extraordinarias estaba plagiado, no ha llegado a ningún juzgado demanda alguna. Pero el San Benito de plagiadora no me lo quita ya nadie. Fue una campaña de desprestigio muy bien orquestada desde personas afines al gobierno (Dina Bousselham, amiga íntima de Pablo Iglesias, y otro de su entonces íntimos amigos, Pedro Vallín, amplificaron el rumor, por ejemplo). Perdí trabajos, me seguían por la calle… En fin esto, lo contaré en otro artículo algún día. No es el tema de este texto.

Lo mismo te ha podido suceder a ti, tanto en el trabajo, como en una relación afectiva, como en tu familia, como en un grupo de amigos si has señalado un error que ha cometido un narcisista. Inmediatamente llegan los acosos, las amenazas y las campañas de desprestigio. El narcisista nunca puede admitir que se ha equivocado y tampoco se lo admite a sí mismo. Creo que los tres ejemplos que he dado son paradigmáticos.

La historia del supermercado

Sucede en Málaga, un mediodía. El supermercado está hasta arriba. La cola para pagar los productos, según los que estuvieron allí, abarcaba prácticamente todo el pasillo. La encargada, muy amablemente, fue recordando a los clientes que tenían la opción de utilizar las cajas automáticas. Pero hubo una persona (observen cómo hábilmente utilizo la palabra «persona» y no «hombre») que se negó y que exigió pasar por la caja física porque decía que estaba en su derecho a que le tratara una empleada con cara y ojos. Esto deriva en un intercambio entre la persona y la encargada, en el que esta nunca, en ningún momento, es desagradable ni levanta la voz, pero en el que llama cuatro veces a la persona «caballero» pese a que llevaba una falda y una pulsera del arcoíris, lo cual le calificaba inmediatamente como trans.

Les dejo de paso una foto de la persona, esa a la que no se le puede llamar caballero ni hombre.

La persona que denuncia haber sido tachada de hombre autoidentificándose como mujer.

La persona de esta historia presenta una denuncia porque la ley se lo permite. Porque la ley es tan sumamente absurda que se lo permite. Que le deja denunciar a una mujer porque le ha llamado caballero.

La encargada se ve obligada a mentir y decir que se confundió, que lo siente mucho y que se arrepiente. Lo afirma porque está coaccionada. Sufre un ataque de ansiedad porque cree que puede perder su trabajo, porque cree que es posible que le corresponda pagar entre 200 y 2.000 euros, la multa que prevé la ley trans por missgendering.

Tú y yo, querido lector, mon frere, mon semblable, ya intuimos que la empleada no se confundió. Pero yo no puedo escribir eso. Yo no puedo afirmar categóricamente que la empleada no se confundió. Yo no puedo afirmar categóricamente que la persona es un hombre porque entonces la multa me llegaría a mí. Así que no lo afirmo. Y me veo en este artículo teniendo que hacer esta elaborada filigrana estilística para no escribir que la persona es un hombre. Todo para evitar una multa.

La luz de gas es una forma de maltrato psicológico en el cual se acaba convenciendo a una persona de que su percepción es errónea, y así se le trata de loca. Imaginemos, por ejemplo, que Zutanita encuentra unos mensajes de Whatsapp en el teléfono de Menganito, su pareja, subidísimos de tono y dirigidos a una compañera de trabajo. Cuando va a confrontar a Menganito resulta que este ha eliminado todos esos mensajes desde el ordenador. Por lo tanto, cuando se dirige al móvil para mostrarle su descubrimiento, los mensajes ya no están. Menganito acaba por convencerle a Zutanita de que se lo ha inventado todo y de que está loca.

La luz de gas es un tipo concreto de maltrato psicológico o emocional en el que la víctima acaba por creer que su realidad, lo que percibe, lo que ve, es mentira, que se trata de una distorsión, de un fallo de su mente. El maltratador/a ejerce abuso y manipulación a la víctima de manera muy sutil hasta que la víctima acaba por dudar de su realidad, de su percepción, de su juicio y de su criterio.

No es la primera vez que algo así pasa en España. Lo que sí pasa es que, por primera vez, salta a medios de comunicación. Los profesores en España viven con miedo porque saben que cualquier alumno les puede denunciar si se equivocan a la hora de dirigirse a ellos.

Uno de mis amigos, profesor de instituto, se vio en la exacta situación de la cajera porque se dirigió a una persona con vulva y pechos, con voz aflautada y rostro de piel tersa, utilizando adjetivos en femenino. Sin embargo, esa persona con vulva y pechos insistía en que era un hombre, pero a primera vista lo que el profesor apreciaba era una chica con pelo corto y ropa muy holgada. El profesor sufrió exactamente la misma coacción que ha sufrido la cajera, bajo amenazas de despido.

Lo mismo me contaba el otro día otro profesor, en este caso de Educación Física en Bilbao. Le obligaban a dirigirse a una persona como «elle» y con adjetivos acabados en e puesto que la susodicha persona no se ha auto identificaba como chico, sino como no «binarie».

En ambos casos los profesionales tienen que mentir sobre lo que ven para conservar el trabajo y viven coaccionados. Prácticamente todos los docentes de instituto y de universidad públicos en España viven con este miedo, pero ninguno se atreve a hablar. Famosos fue el caso de Jordan Peterson, que se negó a seguir esta norma absurda y fue despedido de la Universidad de Toronto. Lo mismo sucedió con Joshua Suttcliffe y con Kathleen Stock en Oxford. Aquí, en España, a Juana Gallego la despidieron del propio máster que ella había creado a partir de un escrache organizado por los elementos más radicales la Autónoma de Barcelona.

Violadores en cárceles femeninas

Ahora mismo no se sabe el paradero de Jonathan de Jesús Robaina Santana, que acosó a una serie de mujeres menores de edad y acabó asesinando a martillazos a su propia prima tras violarla. Interior oculta si el asesino y violador, que decidió autoidentificarse como mujer, está en una cárcel femenina. Fernando Grande-Marlaska se niega a aclarar su paradero alegando que ese dato pertenece a su «parcela más íntima y personal». Para los que no están muy duchos en criminología, los violadores son siempre reincidentes, de forma que no hay nada más peligroso que colocar a un violador, un depredador de mujeres en un espacio cerrado con presas potenciales. Pero la parcela más íntima y personal de un asesino y violador está por encima del derecho a la seguridad y a la vida de las reclusas.

La ley trans de Escocia envió a varios violadores a cárceles y ésa fue una de las razones que forzaron la dimisión de Nicola Sturgeon, en especial cuando se supo que un violador había cambiado de sexo registral (que no de sexo biológico) durante el juicio (tal y como hizo Jonathan de Jesús) y había sido enviado a una cárcel femenina. Al menos, el Ministerio de Interior escocés era abierto y transparente y reconoció el hecho, y los medios escoceses no estaban aterrados como están aquí. Porque si viviéramos en un país un poco más digno y valiente, se habría movido Roma con Santiago para averiguar dónde cojines esta Jonathan de Jesús Robaina y se habría exigido la dimisión del Ministro del Interior por no facilitarnos esa información. Pero vivimos en un país de cobardes. Un país en el que yo misma soy tan cobarde que no me atrevo a escribir claramente que el señor que demandó a la encargada del Lidl es un hombre. No lo he escrito.

Pero lo dicho: vivimos en un país de medios cobardes, de medios que han difundido esta noticia refiriéndose a esta Persona como «mujer» y que han hablado una mujer agredida (y no se referían a la cajera, no). Aunque la cajera evidentemente ha sido intimidada y ha sido coaccionada para retractarse, aunque a la cajera le hayan obligado a decir que se confundió, aunque la cajera haya sido amenazada hasta el punto de que ha sufrido un ataque de ansiedad, la mujer agredida no fue ella.

Cuando hablaban de una mujer agredida no se referían a la cajera: se referían a una persona con pene, testículos, barba y nuez a la que llamaban mujer porque son una panda de cobardes, de la misma forma que yo lo soy cobarde y no me refiero en ningún momento en este texto a esta Persona directamente como hombre.

Si no detenemos inmediatamente esta ley lo que nos espera va a ser la locura woke que ya se vive en Canadá o que se vive en varios estados de Estados Unidos. Violadores en cárceles de mujeres; mujeres que pierden sus becas y sus puestos en los podiums deportivos porque llega un señor que se autoidentifica como mujer y se pone a competir contra ellas (y no, el caso Lia Thomas no es el único); menores a las que les someten a tratamientos experimentales e irreversibles como se está haciendo en Cataluña, con la directora de Transit afirmando tranquilamente que sí que sabe que los tratamientos son experimentales (y quedándose tan pancha). Toda una población sometida a una luz de gas institucional, obligada a fingir que está viendo lo que no está viendo. Yo a eso le llamo dictadura. Y a no poder escribir lo que siento también le llamo dictadura.

Las diversas leyes trans a lo largo del mundo van a suponer el mayor escándalo médico de los siglos XX y XXI, un experimento a gran escala sobre menores que no se había visto desde Mengele. También será el gran escándalo educacional, con toda una generación adoctrinada y obligada a negar su percepción y sus sentidos a partir de dogmas acientíficos. Será el mayor retroceso imaginable en los derechos de las mujeres, negándonos el derecho a espacios seguros y a competir en deportes segregados por sexo, poniendo en peligro nuestra seguridad.

Se hará todo esto gracias a las presiones de las farmacéuticas porque quieren vender tratamientos de reemplazo hormonal. Cada persona que se somete a un tratamiento de cambio de género –no diré cambio de sexo porque el sexo biológico es inmutable– tiene que pagar 200 euros al mes, como poco, en tratamientos de reemplazo hasta el final de su vida.

En España estos tratamientos los pagamos usted y yo, el contribuyente. Y lo más brutal es que usted y yo, el contribuyente, estamos pagando tratamientos de reemplazo hormonal y del bloqueo de la pubertad a menores con nuestros impuestos. Si usted que me lee es autónomo o autónoma, lo está pagando con unas cuotas abusivas que no existen en ninguna otra parte de Europa. Todo esto con la aquiescencia cómplice y cobarde de medios que le llaman «mujer» a esta Persona.

La izquierda autoidentificada

Por último, solo le quiero explicar que Sumar está a favor de esta Ley Trans. Lo ha dejado claro y expreso y lleva en sus listas a dos mujeres transgénero : Rafaela Corrales, número uno de la lista por Guadalajara, y Marina Sáenz, número uno de la lista por Valladolid. Dos personas que a primera vista parecen hombres pero que usted y yo estamos obligados a llamar mujeres por imposición. También quiero recordarles que en la lista del PSOE va Víctor Gutiérrez, defensor de esta ley que llamó «militantes del traspiés» y «transfobas» a las militantes de su propio partido que advertían de los problemas que derivarán de estas leyes.

Estas leyes, se promulguen aquí o en Escocia o en Canadá o en California, son peligrosas.

La historia del supermercado es una anécdota sin importancia porque en realidad esto está ocurriendo en nuestras universidades y en nuestros colegios. Cuando chicos de 11 y 12 años se ven obligados a negar lo que ven y a decir que su compañera es un compañero o su compañero es compañera o compañere cuando yo misma he tenido que escribir este artículo volviéndome loca para no llamar a la Persona, hombre o caballero, cuando no tenemos ni idea de dónde está Jonathan de Jesús Robaina.

¿Cuándo podremos decir que éste es un experimento de luz de gas a gran escala, un experimento que va en contra de la libertad de expresión y de culto? Cuando pasa todo esto estamos viviendo en un atentado a los fundamentos del sistema democrático. Y en un país de cobardes.

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