¿El que pierde gana?
«Antes de lanzar las campanas al vuelo, el PSOE debe considerar que las deudas hay que devolverlas y los compromisos con los independentistas cumplirlos»
En el marco mental de una gran mayoría de españoles se ha instalado la idea de una España dividida en dos bloques políticos incompatibles: la izquierda y la derecha, en el lenguaje de los más sectarios de cada bloque el comunismo y el fascismo.
La prueba está en que hacia las once de la noche del pasado domingo, una vez llevado a cabo el recuento electoral, esta mayoría de españoles, en la que me incluyo, pensamos que había ganado el PSOE y había perdido el PP, a pesar de que el primero obtenía sólo 122 diputados (dos más que en 2019) y el segundo 136 (47 más). Nadie dudó que el triunfador era el PSOE, la decepción en la calle Génova era visible. Un novela corta de Graham Green se titula El que pierde gana, lo más ajustado a lo sucedido el domingo.
Esta anomalía no sucedía en otros tiempos de nuestra actual democracia, en las épocas del bipartidismo parlamentario: si los resultados no daban para mayorías absolutas —que era lo más frecuente— se hacían cábalas para saber con quién pactarían, si con algún partido nacionalista vasco o catalán, o bien con IU. Entonces se iniciaban negociaciones para llegar a acuerdos con unos u otros.
Ahora no, ahora los acuerdos se dan por supuesto y sólo caben entre partidos del mismo bloque. De forma clara entre el bloque de la izquierda que viene gobernando desde la moción de censura de 2018 y de forma más confusa, pero los hechos son los hechos, en el bloque de la derecha, tras las prisas o indecisiones de la Comunidad Valenciana, Baleares, Extremadura, Murcia o Aragón.
«La identidad sustituye a la igualdad, son más importantes los cargos que las ideas, el poder que el derecho»
España dividida en dos bloques irreconciliables: esta es la perversa consecuencia que pretendía la Ley de la Memoria Histórica de 2007 empeorada por la actual Ley de Memoria Democrática de 2022. La utilización de ambas leyes, como era evidente cuando se aprobaron, ha supuesto un rechazo global a la Política de Reconciliación Nacional que proponía el PCE desde 1956 y que estuvo en la base de la transición democrática que desembocó en la Constitución de 1978.
Entonces eran otra derecha y otra izquierda: supieron sortear todas las dificultades de la Transición y aprobaron un marco de convivencia y prosperidad económica que duró muchos años. Pero el PSOE fue mutando de naturaleza y el sistema empezó a derrumbarse en 2018: conservando las mismas siglas el partido socialista ha variado sustancialmente y está en línea con la «deriva reaccionaria de la izquierda» denunciada por Félix Ovejero en su célebre libro.
La identidad sustituye a la igualdad (se denomina Ministerio de Igualdad al Ministerio de la Identidad Femenina), son más importantes los cargos que las ideas, el poder que el derecho, ganar está por encima de todo (über alles, por cierto). Y buena parte de los españoles han tragado esta farsa en forma de ideología.
No tengo dudas de que el PSOE que dirige Pedro Sánchez formará gobierno. Si el único obstáculo es Puigdemont la cosa está fácil, habrá teatrillo pero lo conseguirá. Estar en Waterloo debe ser aburrido y cualquier excusa es buena para volver sin asumir responsabilidades: ya hemos comprobado estos últimos años que las leyes son de goma en manos de Pedro Sánchez. Sin duda lo beneficioso para el conjunto de España, para los intereses generales hoy tan olvidados, sería llegar a algunos acuerdos con el PP, pero como «no es no», y la lógica más elemental así lo certifica, el actual presidente no puede renunciar al principio mediante el cual llegó al poder, primero en el PSOE, después en el Gobierno.
«La caída de su popularidad por no cumplir las expectativas generadas le puede suponer un alto coste a Sánchez»
El que pierde gana y el PSOE de Pedro Sánchez ha ganado. Sin embargo, antes de lanzar las campanas al vuelo y querer conservar los cargos über alles (tras tantos otros perdidos en las autonómicas y locales), los dirigentes socialistas deberían tomar en consideración algunos factores:
a) La economía española se enfrentará en los próximos cuatro años a graves dificultades. La pandemia disculpó con poderosas razones algunos errores, los fondos next generation y el relajamiento fiscal han permitido determinadas alegrías económicas. Pero esto se acaba y las deudas hay que devolverlas: de esto se deberá encargar la izquierda en el gobierno y, probablemente, sus votantes le reclamarán lo que no podrá dar. La caída de su popularidad por no cumplir las expectativas generadas le puede suponer un alto coste a Pedro Sánchez (y, por cierto, a Yolanda Díaz).
b) Los partidos independentistas que Pedro Sánchez necesita para la investidura (dos vascos y dos catalanes notorios, más los que están en la sopa de siglas de Sumar) subirán progresivamente sus demandas, que hasta ahora ya han sido muchas y serán muchas más. ¿Hasta qué punto las podrá cumplir? Han sido las cuestiones que más han desgastado a Sánchez en los últimos cuatro años, que no olvide que en estas elecciones en las que «ha ganado» el aumento de votos se ha reflejado en dos escaños mientras el PP de Feijóo, «que ha perdido», ha aumentado en 47. Cuidado con las «dulces» victorias, a veces son peores que las «amargas» derrotas, utilizando los adjetivos del sagaz Alfonso Guerra.
Por tanto, la alegre muchachada socialista de estos días quizás debiera pensar un poco más tras haber sorteado el peor trance. Sé que el resistente y audaz Sánchez no lo hará, pero yo sí lo haría. Cuatro años son muchos años, tardan en pasar, y lo más probable es que ahora no tenga excusas, no tenga pandemias, ni ayudas extras de la UE, ni más guerras de Ucrania. Ahora tendrá que pagar deudas y cumplir compromisos.
El ir a por todas a veces sale bien y otras no. La prudencia es una reconocida virtud política. En ocasiones el que pierde gana pero en muchas más el que pierde acaba hundido y arruinado.