El PP debe cambiar de estrategia
«Para enfrentarse al sanchismo y construir una alternativa con la que derrotarle la próxima vez, Vox y el PP tienen que iniciar ya un proceso de negociación»
Las elecciones del 23-J es evidente que han dejado un resultado endiablado. Al menos para cualquier persona a la que le preocupe la continuidad del régimen constitucional de España. Es decir, que le preocupe que España siga siendo un Estado de Derecho, en el que estén salvaguardadas la unidad de nuestra patria, la libertad y la propiedad de todos los españoles, como ciudadanos libres e iguales, y el pluralismo político.
El entusiasmo con que Pedro Sánchez, después de haber perdido aritméticamente las elecciones, con uno de los peores resultados de la historia del PSOE, saltaba de gozo en la tribuna de Ferraz era ya el anuncio premonitorio de que no le va a temblar el pulso ni se va a poner colorado a la hora de pactar con todos los enemigos de España.
Esa euforia sanchista se justificaba, en primer lugar, por su falta de vergüenza a la hora de ponerse al servicio de todos los declarados enemigos de España, junto a los comunistas, que son, también sin disimulos, enemigos de la libertad y de la propiedad.
Pero también se debía a que los dos partidos que, desde la defensa a ultranza de la Constitución, representaban a la derecha o, si se quiere, al centro-derecha, no habían sido capaces de conseguir siete diputados más, lo que les hubiera dado una mayoría absoluta y con ella, la posibilidad de frenar esa alianza Frankenstein (Rubalcaba dixit), que lidera, sin complejos, el hombre que más ha hecho por romper la concordia entre los españoles en los últimos tiempos.
Que el PP y Vox no hayan conseguido lo que sus 11.124.000 votantes deseábamos por encima de todo hace que, si no todos, sí muchos de esos 11 millones de españoles nos estemos preguntando hoy acerca de las causas de lo que ha pasado.
«El éxito de Aznar fue conseguir que los ciudadanos que estaban a la derecha del PSOE pudieran sentirse cómodos en el PP»
Esas reflexiones me han hecho acordarme del que para mí fue el mayor éxito de José María Aznar durante sus años al frente del PP: conseguir que todos los ciudadanos que, ideológicamente, se consideraban a la derecha del PSOE pudieran sentirse cómodos en nuestro partido. Conservadores, cristiano-demócratas, liberales y hasta socialdemócratas estábamos a gusto dentro del PP. Allí dentro podíamos expresar nuestras ideas, que, a veces, eran recogidas por el conjunto del partido y a veces no, pero todos teníamos claro que éramos escuchados y que, al final, todos influíamos en la línea que tomaba el partido.
Esa convivencia cordial y positiva se truncó, de manera explícita, cuando, en un famoso discurso en Elche en abril de 2008, Mariano Rajoy, entonces presidente del PP, dijo textualmente que, si los liberales o los conservadores queríamos irnos al partido liberal o al partido conservador, que nos fuéramos.
Afortunadamente no nos fuimos ninguno y tres años después, el PP, con 10,9 millones de votos, ganó las elecciones generales con una mayoría aplastante de 186 escaños. Después, la gestión del Gobierno de Rajoy en algunas materias, empezó a desilusionar a sectores no desdeñables de nuestra militancia y de nuestros votantes, que desertaron y buscaron acomodo en Cs, que en Cataluña estaba defendiendo la Constitución con un coraje admirable, y en el recién creado Vox, que quería que el PP mantuviera una mayor fidelidad a sus principios, empezando por el tratamiento a los terroristas de ETA (suelta del asesino Bolinaga, carcelero de Ortega Lara), impuestos, memoria histórica,…
La historia la conocemos: Cs, que en las elecciones de abril de 2019 se quedó a sólo 200.000 votos del PP, ha acabado diluyéndose, y sus votantes, en gran parte, han vuelto al PP. Pero Vox no sólo no se ha diluido, sino que ha demostrado tener un suelo muy sólido de más de tres millones de votantes.
«En el hecho de que PP y Vox se hayan presentado separados ha estado la principal clave de la noche electoral»
Y ahí, en el hecho de que PP y Vox se hayan presentado separados, cualquier observador imparcial ve con claridad que ha estado la principal clave de que en la noche electoral Sánchez no hubiera tenido que hacer las maletas para dejar La Moncloa. Porque, si con 10,8 millones de votos y una participación parecida a la del 23-J, Rajoy logró 186 escaños en 2011, no hay duda de que ahora, con los más de once millones que han recolectado los dos partidos juntos, hubiéramos conseguido los siete escaños que nos han faltado para la mayoría absoluta. (Tampoco hay que olvidar que en el año 2000 con 10,3 millones de votos el PP logró 183 escaños).
Así que se hace evidente que, tanto para enfrentarse ahora al sanchismo, si, como todo parece indicar, va a tener la desvergüenza de ponerse al servicio de los que quieren destruir España, como para preparar y construir una alternativa ilusionante y poderosa con la que derrotarle la próxima vez, Vox y el PP tienen que iniciar ya un proceso de negociación.
Es verdad que Vox nació porque el PP había enseñado la puerta de salida a liberales y conservadores, entre los que estaban personalidades tan importantes y significativas para nuestro partido como José Antonio Ortega Lara. Por eso, en este proceso de negociación que es necesario poner en marcha cuanto antes, la iniciativa de diálogo tendría que partir de nuestras filas. De la misma forma que en el PP debemos abandonar para siempre los complejos que a veces nos llevan a buscar el aplauso de los gurúes de la corrección política, que, por si alguno aún no se ha enterado, trabajan para conseguir que el pensamiento y las políticas liberal-conservadores desaparezcan de la política mundial.
Y en este proceso, el PP cuenta en estos momentos con un líder, Alberto Núñez Feijóo, que, no sólo ha ganado las elecciones, sacando a nuestro partido de un hoyo de sólo 89 diputados, sino que ha demostrado que, cuando compite en igualdad de condiciones con el autócrata del Falcon, le vapulea dialécticamente.