Ni estaba muerto ni es Superman
«El sanchismo consiste en la explotación a su favor de todas las anomalías territoriales e ideológicas, de todo lo mal resuelto»
Evidentemente se equivocaban mucho los que, de buena fe o previo pago, dieron por muerto a Pedro Sánchez antes del 23-J. Puede que también se equivoquen los que ahora le consideran una especie de Superman puedelotodo, alguien a quien nada le puede salir mal y que seguro que ya tiene atados todos los apoyos para su investidura. No los tiene ni en realidad le interesa tenerlos ahora mismo. Si los tuviera, lo mejor que puede hacer es esconderlos en su manga para no dar ninguna excusa a Alberto Núñez Feijóo para no intentar ser investido él.
No va a ser plato de gusto para el actual líder del PP, que aterrizó en la política nacional creyéndose que era una mullida piscina de bolas, procedente de una Galicia donde demasiado bien acostumbrado estaba a cosechar sin ni siquiera sembrar. El durísimo baño de realidad que se ha llevado Feijóo en estas elecciones debería servir de serio aviso a todos los paladines del voto útil pero errático, de la demoscopia hecha para engañar al votante que acaba llamando a engaño al cliente, incluso a los que se creen que no pasa nada por tirar eternamente de chaqueteros y de tránsfugas, que la gente no se entera o total qué más da. No es cierto.
Feijóo tiene que presentarse a la investidura, por mucho que le duela, porque si no lo hace su incontestable (ejem) liderazgo en el partido puede quedarse más en el chasis aún. Y sobre todo, porque presentarse así sea para ir de cabeza a perder es la única posibilidad, remota pero viva, de que Pedro Sánchez no sea presidente. Si Feijóo va y fracasa, Sánchez podría fracasar también y abocarnos a todos a la repetición electoral. Si Feijóo no va, Sánchez lo tiene hecho desde el minuto uno. ¿A quién iban a votar el PNV, Coalición Canaria, etc, entonces, y sin ningún remordimiento encima?
Por lo demás, es posible que a Sánchez no le quite ni un minuto de sueño si la investidura le sale o no le sale a la primera. Si le sale, pues ya la tiene. Si no, irá a unas nuevas elecciones envuelto en el resplandor de gloria de «no haber cedido antes las exigencias de Puigdemont» (sic), con las huestes de las izquierdas no sólo ya ultramovilizadas contra la ultraderecha, sino de nuevo genuinamente ilusionadas con que se la puede «parar», y con la derecha hecha todavía unos zorros azules, sin rumbo, sin proyecto y sin ni siquiera idea de país.
«Si la quita del FLA acaba colando, será una mutualización injusta de la deuda autonómica»
Y es que ese es un poco el problema. Como dice mi amigo y compañero de Cs, Dimas Gragera, teniente de alcalde del Ayuntamiento de Santa Coloma de Gramanet: «Parece que hacía falta algo más que verano azul y ‘que te vote Txapote’ para gobernar este país». El sanchismo (no confundir con el verdadero socialismo, que haberlo, haylo) es una fórmula. Consiste en la explotación a su favor de todas las anomalías territoriales e ideológicas, de todo lo mal resuelto, presentando con aplomo como apabullantes soluciones lo que no son sino nuevas cucharadas del problema. ¿Que los alquileres no dejan de subir y la okupación es una lacra? Sacamos una ley de vivienda que blinda ambos dramas. ¿Que las pensiones no se pueden pagar? Veo y doblo. ¿Que las finanzas autonómicas son un casino? Le perdonamos la deuda del Fondo de Liquidez Autonómica (FLA) a todo el mundo.
Atención a esto último porque tiene miga y no poco peligro. Va a parecer ahora que todos los catalanes damos brincos de alegría ante la idea de que España (esa cosa rara con la que, por lo visto, no tenemos nada que ver) nos perdone unos 70.000 millones del ala que nos ha ido fiando a lo largo de los años, porque si no, la Generalitat no llegaba a final de mes. La Generalitat, ojo: no el conjunto de Cataluña. Lo primero que tenemos que tener claro es que cuando los gobernantes catalanes denuncian con sañuda tenacidad la «infrafinanciación autonómica», de lo que se quejan en realidad es de la falta de fondos para una élite extractiva que lleva 40 años mandando. Y derrochando.
Tienen razón los presidentes autonómicos que se que se quejan de que si la quita del FLA acaba colando, esto será una mutualización injusta de la deuda autonómica. Aún así, nos podríamos alegrar los presuntamente beneficiados, si de verdad lo fuésemos. Si esta deuda que el Gobierno catalán no va a retornar fuese para hacer escuelas, hospitales, residencias de mayores. Pero es que no va a ser, no ha sido nunca para eso. Precisamente la existencia del FLA fue en la práctica uno de los pocos mecanismos de control del tremendo gasto ilegal de la Administración independentista en el exterior. Embajadas, compras de periodistas o de medios enteros, etc.
Como ciudadana, votante y contribuyente catalana ya les aseguro que yo no voy a ver un duro. Ni yo ni millones de catalanes (y españoles) como yo. Pero les digo también que si nadie tiene un proyecto serio de país para explicar bien estas cosas y hacerlas de otra manera, si tanto PSOE como PP sólo están a lo que están, poco nos pasa. Nuestro problema no es la ultraderecha, ni es Pedro Sánchez, ni es Puigdemont. Es la ultramediocridad y la resignación con todo lo peor que por todas partes les rodea. ¿De verdad no podemos hacerlo mejor?