THE OBJECTIVE
José Rosiñol

Tres problemas y un funeral

«La confluencia de intereses de un probable gobierno Frankenstein 2.0 se parecería a una reunión para preparar el final del sistema democrático de 1978»

Opinión
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Tres problemas y un funeral

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Tengo una manía, me gusta vivir en lo que es, no en lo que debería ser, básicamente porque lo segundo, por muy maravilloso que sea, no existe. El problema radica en saber, precisamente, lo que es. Saber cuál es el escenario, dónde están colocados los actores y cuáles son las reglas del juego. Aún con esto puedes perder la partida, pero sin tener claro dónde te mueves, el fracaso lo tienes garantizado, sobre todo si el contrario es el que ha delimitado el campo de juego y las normas. Lamentablemente, todos aquellos que no estamos en el emergente populismo de izquierdas, muchas veces, caemos en la trampa de la caja de resonancia, de solo escuchar y creer aquello que creemos que está bien (y refuerza nuestro discurso) y, por tanto, lo que debería ser lo normal. Pero esto no es así.

Esta espiral de autoconfirmación, como decía, nos impide visualizar qué está pasando a nuestro alrededor y cómo puede actuar el adversario, por ello trataré de ofrecer mi visión de lo que ha ocurrido en estas elecciones generales. Para ello, iré de lo general a lo concreto, trataré de identificar aquellas circunstancias que marcan nuestra realidad política:

1. Sustrato cultural

En nuestro país, desde la recuperación de la democracia, a fuerza de mucho dinero público, se ha impuesto una narrativa que ha reinterpretado nuestra historia reciente con el objetivo de dulcificar y blanquear aquellas ideologías totalitarias que perdieron la Guerra Civil. Sería un buen ejercicio documentar las líneas narrativas en la producción audiovisual respecto a esta temática y en cuántas otras se han impregnado de dicha narrativa, sobre todo, desde la producción del cine hipersubvencionado de la mano de Pilar Miró. El objetivo era lograr introducir un relato que siguiese la lógica polarizadora propia del periodo de entreguerras del siglo XX, pero situando en el bando de los buenos a unos (la «izquierda») y arrinconando a otros (la «derecha») hacia ideologías totalitarias de ultraderecha. 

Esta estructura revanchista y reinterpretativa ha permeado en la sociedad hasta convertirse en un sustrato cultural que condiciona la cosmovisión de la ciudadanía y es un factor fundamental en la arena sociopolítica de nuestro país. Esta podría ser la explicación del porqué se perdona y, en cierto grado se aplauden, los postulados de tintes autoritarios de una izquierda neocomunista, mientras se denuesta cualquier discurso de corte más conservador. Es la creación de una doble moral dónde los herederos de los Gulag estalinistas son vistos como libertadores y los que únicamente tienen una visión más conservadora y católica de la realidad son señalados y tachados de peligrosos fascistas.

Estamos ante el trazo grueso de la política, de los marcos mentales que condicionan la percepción de la realidad, son los sesgos invisibles que, en manos del populismo, pueden serles muy muy beneficiosos. 

2. Narrativa guerracivilista

El populismo bebe y medra en la polarización, es algo que vemos en muchas democracias consolidadas. Pero las estructuras polarizadoras utilizan los sustratos culturales de cada sociedad. En nuestro caso, como decía en el primer punto, la división rojo (bueno)/azul (siempre sospechoso de ser muy azul) es lo que ha permitido dar un giro tan aparentemente copernicano a la campaña. La actuación de Pedro Sánchez durante toda la campaña fue la de azuzar con el miedo a la ultraderecha y a una derecha en manos de una especie de herederos del franquismo. De la mano de su «mini-yo» (Yolanda Díaz) ha conseguido movilizar a un electorado de izquierdas creando una sensación de excepcionalidad social y política. 

La dicotomía entre buenos y malos, en verdad entre buenos, malos y muy malos le ha servido para sus objetivos. Pedro es un gran actor, solo observar su lenguaje no verbal, su cadencia y ritmo de voz, sobre todo en la segunda parte de la campaña es muy revelador. Veíamos en el debate a tres como su gesticulación de preocupación, de victimización, de estar apesadumbrado, junto a la agresividad de Yolanda Díaz frente a un Abascal muy fuera de juego fue, a mi entender, el punto de inflexión dónde se activaron las alarmas antifascistas en parte de la población. Sánchez entendió muy bien que, aprovechando el sustrato cultural mencionado, la estructura guerracivilista junto a una forzada creación de una sensación de emergencia podría dar sus frutos.

Curiosamente, en este contexto, encontramos razonamientos aún más alambicados. En concreto aquél que, cuando alertabas de la agenda bolivariana de esta izquierda trasnochada y revanchista, la respuesta era que Europa no lo permitiría, pero, sin embargo, si existía una Hungría de Orban… esta argumentación es reveladora de hasta qué punto la ingenuidad puede ser letal en política.

3. Derecha esencialista

Naturalmente, en democracia, si sigues los procedimientos y respetas las reglas del juego, puedes defender lo que quieras, incluido presentar programas políticos de corte nacionalcatólicos a sabiendas de que tu recorrido estará constreñido a una pequeña capa de la población. Guste o no, España tiene unas dinámicas socioculturales que se alejan mucho de este tipo de postulados. El problema, desde un punto de vista utilitarista y posibilista, es que creer que todo el que vota o se identifica con posiciones de derechas o centroderecha tienen una concepción de la moral que sigue ese tipo de fundamentos. Esta ingenuidad política es una de las pistas que también nos conducen a lo ocurrido.

En primero de primaria de Ciencias Políticas se enseña que para ganar unas elecciones es tan importante movilizar a los propios como desmovilizar al contrario. Otro de los mantras de esta ingenuidad política es creer que eso de la guerra cultural se debe dar en las campañas electorales, que defender con vehemencia tus esencias es el camino para lograr tus objetivos y, eso, no solo no es cierto, en verdad solo sirve para entrar en el marco discursivo propicio para estimular y movilizar al contrario. 

Como comentario general (y los que somos catalanes lo sabemos bien), la única forma de ganar esa guerra cultural es estar en los gobiernos, es una condición necesaria pero no suficiente. Defender posiciones culturalistas fuera de los gobiernos solo es liturgia, autosatisfacción y hacer el caldo gordo a una izquierda que sabe que en lo que estamos es básicamente un juego estratégico de poder. En este caso Vox fue el aliado inesperado de Sánchez, sin Vox o con un Vox más pegado el terreno de la realidad, la narrativa guerracivilista no hubiese funcionado.

Nota: Por supuesto, existen más causas, aunque a mi parecer, de menor calado para explicar el resultado de la derecha. El PP se equivocó al centrar gran parte de su discurso solo en querer derogar al sanchismo, eché en falta un relato ilusionante, de futuro, de progreso, de construcción. Conformarse con el triunfo en el debate a dos y prácticamente desaparecer en el tramo final de campaña fue letal, una vez puesta de rodillas la retórica sanchista, era el momento de las propuestas, de las iniciativas, de la ilusión.

El funeral

Lo que estamos contemplando son los síntomas de agotamiento y colapso de un sistema político que trató de equilibrar las distintas sensibilidades políticas y culturales de nuestro país. Ante un panorama como el actual, con un partido socialista dispuesto a negociar y pactar con quién apoyaba el terrorismo, con los que dieron un golpe de Estado, con prófugos de la justicia, es el culmen de la utilización perversa de los resortes de poder de nuestra democracia.

Esta situación exigiría una gran coalición para reformar nuestro sistema institucional y reforzar nuestra democracia. Pero estamos ante otra realidad inapelable: Pedro Sánchez forma parte del problema, no de la solución. Sánchez y la visión de Estado son una especie de oxímoron, además, parece que todos (o casi todos) en el partido socialista prefieren callar y otorgar a exponerse al frío de congelador que supone vivir fuera de la política.

La confluencia de intereses de un probable gobierno Frankenstein 2.0 se parecería a una reunión para preparar el funeral del sistema democrático que nos dimos en 1978. El recambio a la democracia del 78 y que se esboza en los programas de este futuro gobierno tiene tintes autoritarios, harán de la arbitrariedad su modus operandi, todo ello bajo el marco de la «voluntad popular», y ya sabemos qué significa eso. Zapatero ya lo adelantó con aquello de la plurinacionalidad que tanto gusta a Iglesias y los suyos, de la nación de naciones, del concepto de nación «cuestionado» y «cuestionable», aunque en este caso solo se cuestiona la nación española y toda su vertebración constitucional.

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