Se acabó la farsa
«Sánchez sabía la noche electoral que había ganado las elecciones porque estaba dispuesto a juntarse con todos los que quieren acabar con España»
Frankenstein se ha hecho con la Mesa del Congreso de los Diputados y Francina Armengol con la presidencia de la Cámara. Así la política balear, que ya ha demostrado cumplidamente que es una fiel seguidora del catalanismo político sin reservas, pasa a ser la tercera autoridad del Estado.
Atrás quedan unas semanas en las que los observadores, los opinadores, los tertulianos y hasta los ciudadanos españoles de a pie hemos estado dándole vueltas a las posibilidades que unos u otros tenían de alcanzar ese puesto. De la misma forma que le hemos dado muchas vueltas a quién va a ser al final el presidente del gobierno.
Que si Junts no tragaría con los socialistas, que si a estos o a aquellos les conviene que se repitan las elecciones, que si el PNV, acuciado por Bildu, podría llegar a no votar Frankenstein, que si tal o que si cual. Y todo por no hacer caso al mitin que la misma noche electoral pronunció Sánchez desde una improvisada tribuna en Ferraz, en el que provocó los saltos de alegría de su segunda, María Jesús Montero, gritando «hemos ganado», a pesar de comprobar que había vuelto a llevar al PSOE a uno de los peores resultados de su historia.
Sánchez lo tenía claro, como ahora acabamos de ver. Sabía que si la suma de PP y Vox no llegaba a los 176 diputados, el poder era suyo. Y cuando digo el poder estoy diciendo el poder: el Ejecutivo, por supuesto, y también el Legislativo. No hablemos hoy del Judicial, pero hasta los españoles menos informados saben de sobra cómo lleva cinco años intentando acabar con la para él molesta separación de poderes y, en consecuencia, con lo que queda de la independencia de ese tercer poder del Estado, que tanto le incomoda.
«Cuando gritaba eufórico, sabía que esta vez no había engañado a nadie, como sí había hecho en noviembre de 2019»
Sabía que el poder era suyo y que había ganado las elecciones porque estaba dispuesto a juntarse con todos los que quieren acabar con España, sin el menor complejo. Además, cuando gritaba eufórico, sabía que esta vez no había engañado a nadie, como sí había hecho en noviembre de 2019. Recordemos, aunque todo el mundo lo recuerda, que entonces dijo que ni él ni el 95% de los españoles dormirían si hubiera ministros de Podemos, o que jamás pactaría con Bildu. Ahora se ha presentado a las elecciones haciendo alarde de haber gobernado con los comunistas bolivarianos, de haber dado el pésame a ETA por el suicidio de uno de sus asesinos, y de haber cambiado el Código Penal para que los golpistas catalanes le apoyaran. Porque no se ha cansado de decir que esas alianzas con comunistas, filoterroristas y golpistas son la clave para que España tenga un gobierno progresista y plurinacional.
Esta vez no ha habido mentiras. Los que el 23-J han votado PSOE sabían lo que votaban. Por eso saltaban de alegría en Ferraz aquella noche. Por eso y porque también saben que los 26 diputados electos de Junts, ERC, Bildu, PNV y BNG, es decir, los de todos los partidos que expresamente declaran que quieren romper España ni en sueños podrían encontrar un presidente del Gobierno más propicio que Sánchez a concederles todo lo que le pidan.
Son esos 26 los que, más o menos en la sombra, van a gobernar España. A no ser que, y aquí viene la sospecha más siniestra, sea Sánchez el que de verdad quiera acabar con la España Constitucional del 78 y convertir nuestra monarquía parlamentaria en una república federal o confederal o en una unión de repúblicas.
Antes he dicho que esta vez Sánchez se ha presentado sin engañar a nadie, pero para Sánchez la verdad es algo incompatible con su persona y, al reflexionar sobre lo que acaba de pasar en el Congreso y lo que va a pasar en la investidura, he caído en la cuenta de que también en estas elecciones Sánchez ha ocultado la verdad. La verdad es que su proyecto es el que no paran de proclamar sus socios de Sumar (ese engendro que el propio Sánchez se ha sacado de la manga para acabar con la arrogancia de Pablo Iglesias y sustituirlo por los modelos de pasarela de Yolanda Díaz, aunque manteniéndolo fiel al comunismo, sí, sí, al comunismo).
«¡Cómo se puede ser progresista con socios racistas y xenófobos como los nacionalistas vascos y catalanes!»
El voto de los españoles el 23-J, según los sumaritas, fue un voto en favor de un gobierno progresista (¡cómo se puede ser progresista con socios racistas y xenófobos como los nacionalistas vascos y catalanes!) y plurinacional (a saber qué querrán decir con eso, aunque quizás Patxi López, ese político que debe al PP todo lo que ha sido en esta vida y nunca se lo agradecerá, podría explicárnoslo, él que se lo preguntó a Sánchez cuando los dos optaban a la Secretaría General del PSOE).
Presidirá Armengol el Congreso y Sánchez seguirá en el Falcon, pero que no nos digan que, dando pasos hacia la república federal, están escuchando la voz de la mayoría de los españoles, sino la de los que quieren romper España.
Lo único bueno de este siniestro espectáculo al que estamos asistiendo, con Puigdemont abrazado a Sánchez, es que puede servir para que algunos españoles, que aún no se han caído del guindo, reaccionen y comprendan que con este PSOE España está condenada al desastre.