Verdades y tópicos sobre Argentina
«Sería bonito que esa historia tan repetida, la del peronismo y la ruina, fuese cierta. Porque entonces bastaría con empujar a un lado al peronismo para que Argentina volviese a resurgir en el acto de su postración»
A los españoles de una cierta edad la imagen extravagante que gasta Javier Milei, con esas patillas desmesuradas y esa pelambrera definitivamente envidiable, nos recuerda algo a Curro Jiménez, aquel mítico bandolero de Despeñaperros encarnado en la tele de la Transición por Sancho Gracia. Pero la chocante estética capilar del ultraliberal Milei con quien en verdad anda emparentada es con la del ultraperonista Carlos Saúl Menem. El muy peronista Menem y el muy libertario Milei, sí, disponían (Menem falleció en 2021) de cabezas similares por fuera. Aunque no solo por fuera. Porque ambas testas, contra lo que ordenan los tópicos y topicazos que circulan siempre en España sobre la política argentina, también resultaron ser bien parecidas por dentro. Parecidísimas.
De hecho, tan próximas se antojan las recetas macroeconómicas que predica ese discípulo porteño de Von Mises y la Escuela Austriaca, el candidato de La Libertad Avanza, a las aplicadas por el heredero de Perón durante su presidencia (1989-1999), tanto, que la gran promesa electoral de Milei consiste en que hará lo mismo que Menem: dolarizar Argentina. No por casualidad, el más entusiasta defensor de la figura política de Milei es ahora mismo Domingo Cavallo, el que fuera ministro de Economía en el Ejecutivo peronista del riojano y autor en primera persona de la célebre convertibilidad «uno a uno» entre el peso y el dólar. Ahí tenemos, pues, a peronistas y liberales pensando y actuando de modo idéntico en distintos instantes del tiempo.
Algo que quizá debiera empezar a hacernos sospechar del recurrente lugar común que atribuye la culpa de la decadencia de Argentina a lo largo de los últimos ochenta años, y en exclusiva además, a un simple partido político, el Justicialista por más señas. Porque quizá la historia del declive secular de Argentina no se pueda explicar con el guión de un cuento tan sencillo, casi pueril. A fin de cuentas, Argentina no deja de ser un país que en el mejor momento de su existencia como nación independiente, allá a finales del siglo XIX y principios del XX, basaba su aparente riqueza en exportar a Europa y Estados Unidos dos productos tan básicos como el trigo y la carne de vaca. La Argentina que todavía sigue creyendo a estas horas que fue la primera potencia económica del mundo en sus años de esplendor, en realidad solo vendía trigo y carne de vaca.
«Algo debiera hacernos sospechar del lugar común que atribuye en exclusiva la culpa de la decadencia de Argentina a un partido político. Porque quizá la historia del declive secular de Argentina no se pueda explicar con el guión de un cuento tan sencillo, casi pueril»
Y nadie que se limitase a exportar trigo y carne de vaca pudo ser tomado en serio nunca como primera potencia económica del planeta. Así, cuando tanto europeos como norteamericanos decidieron proteger a sus agricultores y ganaderos cerrando los respectivos mercados domésticos a las importaciones procedentes de Argentina tras la Segunda Guerra Mundial, toda la supuesta riqueza inmensa de Argentina se desvaneció en el aire de un día para otro. No obstante, a los argentinos les gusta engañarse, tanto que todavía siguen transmitiendo de padres a hijos el mito. Un mito germinal, el de la enorme riqueza de Argentina despilfarrada por unos políticos siempre malvados e incompetentes, que, por lo demás, es lo que dota de contenido desde hace décadas al relato canónico dominante sobre el origen del estado de postración del país.
La estadística internacional comparada certifica, sin embargo, que el PIB per cápita de Argentina ya empezó a alejarse del promedio propio de los países desarrollados de Occidente hacia 1930, un par de décadas antes de la llegada de Perón a la Casa Rosada. La decadencia, pues, venía de mucho antes; si bien la gran divergencia, el hundimiento definitivo y sin paliativos del país en el pozo sin fondo de la pobreza estructural, se certificaría únicamente a partir de 1970 en adelante, o sea, tiempo después del periodo de la hegemonía absoluta del Partido Justicialista en las instituciones del Estado con el propio Perón al mando. Sería bonito que esa historia tan repetida, la del peronismo y la ruina, fuese cierta. Porque entonces bastaría con empujar a un lado al peronismo para que Argentina volviese a resurgir en el acto de su postración. Pero resulta que el verdadero lastre de Argentina no se llama Perón, sino subdesarrollo.