THE OBJECTIVE
José García Domínguez

Vox: ¿lepenizarse o morir?

«Al contrario de lo que ocurre con Le Pen o con Alternativa por Alemania, Vox no atrae a las clases populares autóctonas, salvo a un pequeño nicho antisistema»

Opinión
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Vox: ¿lepenizarse o morir?

Santiago Abascal, líder de Vox. | Europa Press

Igual que los movimientos revolucionarios de derechas que irrumpieron en el escenario político europeo a partir del final de la Gran Guerra, todos animados por el propósito común de derrocar por la fuerza el viejo orden liberal, eran distintos entre sí (nada que ver, por ejemplo, el catolicismo devoto de la Falange con el neopaganismo hitleriano, menos aún con los devaneos vanguardistas del fascismo), lo mismo ocurre ahora con el sarampión soberanista y populista que les disputa su espacio electoral a los partidos centristas y conservadores clásicos del continente. Porque, aunque se parezcan, tampoco terminan de ser exactamente lo mismo el Fidesz de Orbán, la Agrupación Nacional de Le Pen, los Hermanos de Italia de Meloni o Vox. Y es que la naturaleza esencial de cada una de esas fuerzas representativas de la nueva extrema derecha, o de la derecha alternativa como la prefieren llamar otros, responde en todos los casos a circunstancias que remiten a sus respectivos contextos nacionales. De ahí que no posea demasiado sentido hablar del «modelo de Orbán» como guía a seguir por la formación de Santiago Abascal, sin reparar en que resulta imposible entender el éxito de Orbán y su políticas al margen de la realidad húngara posterior a la caída del comunismo y la ulterior integración del país en la Unión Europea

Y otro tanto cabría decir de los que aconsejan ahora a Vox que, por el contrario, se mire en el espejo francés de la muy obrerista y globófoba Marine. Porque tampoco la trayectoria ascendente de la hija díscola del paracaidista Le Pen se comprende sin, al tiempo, tomar en consideración la decadencia crepuscular de la antigua Francia industrial y la abatida desolación del mundo obrero que había habitado entre sus oxidadas cadenas de montaje. Orbán y Le Pen encarnan dos discursos políticos iliberales, tributarios ambos de la Ilustración oscura, que, por lo demás, apenas coinciden en eso, en su común repudio de los principios individualistas de la filosofía política que inspira los órdenes que rigen en Europa y Estados Unidos. Más allá de ese único punto de tangencia, Orbán y Le Pen habitan en planetas ideológicos distantes y distintos. Procede, pues, no engañarse con las palabras y con los discursos sacados de contexto. Orbán, el gobernante más popular de Europa con gran diferencia, alguien capaz de encadenar mayorías absolutas consecutivas y cada vez más aplastantes, posee como ejes programáticos prioritarios los relacionados con las guerras culturales, siempre desde una perspectiva compartida con los integrismos de matriz religiosa. 

«Ha transcurrido suficiente tiempo desde la irrupción en escena de Vox como para ir constatando ya su definitiva incapacidad de hacer algún daño al PSOE»

Repudio de las familias no tradicionales y del feminismo en sus muchas variedades, confrontación activa con lo woke, aborto, agendas LGTBI, multiculturalismo, inmigración islámica… Y triunfa. Pero todo eso lo hace no en España o Francia, sino en un país muy pequeño, Hungría; un país lo bastante pequeño y frágil como para obsesionarse con la posibilidad de acabar desapareciendo a causa de la debilidad crónica de su dinámica demográfica. En el planeta solo hay 10 millones de húngaros. Y 600.000 se han marchado a vivir lejos de las fronteras del país, además sin ofrecer señales de querer volver. Eso es lo que explica la obsesión con los gays y las lesbianas de Orbán y de los que votan a Orbán. Porque lo que más les inquieta es la gente que no va a engendrar hijos, o sea, nuevos húngaros. Nada que ver con España, absolutamente nada que ver. Por eso, lo que allí funciona, aquí no. Al igual que aquí tampoco presenta demasiadas trazas de que pudiera funcionar lo que sí lo hace en Francia. Porque ha transcurrido suficiente tiempo desde la irrupción en escena de Vox como para ir constatando ya su definitiva incapacidad de hacer algún daño al PSOE entre la base de su electorado clásico, el formado por trabajadores manuales con niveles de renta situados en el tramo medio-bajo y bajo. 

Al contrario de lo que ocurre con Le Pen o con Alternativa por Alemania, formación a la que votan ahora en masa los trabajadores no cualificados y los pensionistas más humildes de la antigua RDA, Vox no atrae a las clases populares de origen autóctono, salvo a un pequeño nicho antisistema situado en el último eslabón de la pirámide, el que linda con la pobreza absoluta y la exclusión social. Y la razón de esa excepción ibérica (en Portugal sucede lo mismo con Chega!, su partido equivalente) tiene que ver con la vigencia emocional de la memoria histórica, con el recuerdo todavía vivo en las familias de la guerra civil y la dictadura. No votan ni votarán nunca a Vox porque el abuelo combatió en el bando republicano durante la guerra y después sufrió las consecuencias. Es por eso. Pero, si ni Orbán ni Le Pen pueden marcar el camino a Abascal, ¿qué esperar de Vox a medio y largo plazo? Lo más probable es que el partido termine convertido en una especie de Izquierda Unida de derechas: una referencia que se resiste a desaparecer, pero que no logra trascender nunca los límites de su crónica representación testimonial en el Congreso. Vox será el (pequeño) Partido Nacionalista Español.

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