Histerismo punitivo
«El huracán peronista está convirtiendo todo lo que nos genera una necesidad en un derecho y todo lo que nos incomoda u ofende en un delito»
Septiembre de 2020. Mi admirada Cayetana Álvarez de Toledo, siempre lúcida, sintetizó de forma certera la situación política de nuestro país: «España no puede ser un tablero inclinado en el que las formaciones nacionalistas y la izquierda juegan con ventaja». Si por entonces el tablero estaba inclinado, ahora está boca abajo. La izquierda se ha arrogado la legitimidad para cambiar las reglas del juego a conveniencia. Donde antes había incongruencias y mentiras, ahora hay «cambios de opinión».
Su capacidad para monopolizar el debate público es fascinante, digna de estudio. Con dos tuits y un chasquido de dedos son capaces de fabricar una polémica, de propagarla en redes sociales y medios de comunicación y de capitalizarla política e institucionalmente. Es como ver a un virus mortal infectar un cuerpo enfermo, inmunodeprimido. Un espectáculo dantesco al tiempo que hipnótico.
Se trata de una infección que provoca ataques de hiperventilación colectiva y de histerismo punitivo. El feminismo identitario se ha convertido en la religión oficial del Estado y la transgresión de sus dogmas en pecados que deben expiarse penalmente. El cónclave feminista escoge al pecador y sus obispos mediáticos proceden a aplicarle la pena de infamia: la vapulean, lo degradan y lo calumnian. Pero peor que el pecado es la osadía del pecador que se revuelve y defiende.
«Que la carga de probar el delito y su autoría recaiga en la víctima es algo intolerable», proclamaba ayer una tertuliana en un programa matinal de nuestra televisión pública. Todos en el plató habían alcanzado una suerte de éxtasis místico participando del linchamiento de Rubiales. Donde cualquier persona racional o jurista honesto no vislumbra ningún delito, ellos veían una clarísima agresión. Porque el credo del «hermana, yo sí te creo» no puede ser cuestionado, ni tan siquiera por la realidad.
Es una auténtica desgracia que los periodistas, a los que las democracias habrían encomendado la función de informar objetivamente a los ciudadanos, se hayan convertido en correas de transmisión del poder y, como tales, en activistas de la desinformación. De cuarto poder a fanáticos evangelizadores feministas.
«Mientras surfeamos la ola de la última polémica hiperventilada teledirigida desde Moncloa, no somos conscientes del tsunami totalitario que se cierne sobre nuestras cabezas»
El entorno mediático español no está comprometido ni con la democracia ni con la verdad. Si así fuera, en lugar de predicar el evangelio de la ley del sólo sí es sí y repetir la oración del «consentimiento en el centro» de forma machacona, recordarían que no cabe referirse a nadie como culpable mientras no haya sido condenado en firme. Que la libertad de expresión y la de información tienen su límite en el derecho al honor y la presunción de inocencia. Que los ajusticiamientos son barbarie.
También habrían dado voz a profesionales del derecho que explicaran a su audiencia que para que un «pico» sea punible, no basta que no sea consentido —cuestionable en el caso de marras vistas las versiones contradictorias—, sino que también es necesario que se considere probado un ánimo o deseo sexual. Algo que a todas luces no existe.
Pero pasan los días y se van filtrando imágenes y vídeos de las celebraciones. También se evidencia el intento de las ministras de Podemos de redimirse a costa del affair Rubiales, soslayando su responsabilidad en las más de mil rebajas de condena a agresores sexuales por la ley del sólo sí es sí. Qué lejos quedan aquellos días en los que se refugiaban en el antipunitivismo para justificar la liberación de violadores: hoy no se puede ni tan siquiera cuestionar que el «pico» de la polémica sea un acto de violencia sexual. Es anatema. Los que reclaman dimisiones son los primeros que tendrían que dimitir.
Durante esta pasada semana han utilizado el triunfo internacional del fútbol femenino como un ariete feminista, y es posible que lo hayan dejado herido de muerte para siempre. También se han publicado listas con los nombres de quienes aplaudieron la intervención de Rubiales. Hasta se ha enumerado a deportistas y políticos a los que no les ha dado la gana pronunciarse sobre el particular. Pretendían convertirlos en los siguientes objetivos de la turba. España convertida en un manicomio de justicieros y ajusticiados.
El huracán peronista está convirtiendo todo lo que nos genera una necesidad en un derecho y todo lo que nos incomoda u ofende en un delito. Una idea que está en las antípodas de los cimientos de nuestro ordenamiento jurídico y estructura institucional. Mientras surfeamos la ola de la última polémica hiperventilada teledirigida desde Moncloa, no somos conscientes del tsunami totalitario que se cierne sobre nuestras cabezas.