Hacia la corrosión de la democracia
«Estamos en una situación política crítica y empezamos un trimestre complicado. ¿Somos conscientes de ello? Me temo que no, al menos a tenor de las elecciones»
Desde hace algunos años se habla mucho, y con fundamento, de la erosión constitucional. Erosión es un término que alude a un cierto desgaste de un material que puede ser restaurado si se toman las medidas adecuadas para así volver a su estado original. Distinto es el sentido del término corrosión: ya no se trata de un simple deterioro más o menos progresivo y reversible sino de un desgaste más profundo como consecuencia de una ataque persistente con voluntad desintegradora y destructiva.
En estos momentos de la política española me temo que estamos transitando de la erosión a la corrosión. Determinadas fuerzas políticas, con la colaboración imprescindible del PSOE, están contemplando la ocasión que buscaban: destruir el régimen del 78, es decir, nuestra democracia constitucional.
No les está resultando fácil ni las perspectivas indican que lo sea. Pero la historia enseña que las sorpresas existen y hay condiciones para que estas sorpresas se den: la economía mundial, especialmente la europea, se tambalea; también la Unión Europea está profundamente dividida y debilitada por la guerra de Ucrania y a la crisis energética que ha provocado; además, la inteligencia estratégica en política internacional ha desaparecido del planeta y las convulsiones abarcan todos los continentes.
Así pues, peligros hay por todas partes. Ni el movimiento populista español —ahora dirigido por Yolanda Díaz, como se comprueba a diario no menos populista que Iglesias y Montero— ni los partidos nacionalistas del País Vasco y Cataluña cejarán en su empeño de situar a España al borde del abismo. Y el abismo existe. Ni la política interior, ni las perspectivas económicas, ni la situación internacional, ofrecen seguridades y certezas sino todo lo contrario: son profundamente inquietantes.
Por tanto, si antes el proceso político conducía hacia la erosión de las instituciones, ahora estamos entrando en la fase de la corrosión, intencionada y con fines destructivos. La erosión ha sido ya denunciada desde múltiples instancias.
Desde hace más de cinco años, el Círculo Cívico de Opinión ha publicado múltiples documentos en este sentido con nula influencia en la práctica. Desde hace unos meses está en las librerías España: una democracia menguante, un libro colectivo patrocinado por el Colegio Libre de Eméritos y coordinado por el profesor Manuel Aragón que advierte de las disfunciones de nuestras instituciones políticas. Asociaciones como La España que reúne denuncia en su boletín quincenal todos estos peligros. Hablo sólo de instancias en las que participo y conozco de cerca. Sin duda hay muchas más y de distintos colores políticos e ideológicos. No hay que olvidar, por supuesto, la opinión pública que se expresa cotidianamente a través de los medios de comunicación.
«Quizás hasta que venga una fuerte crisis económica no reaccionaremos, también quizás sea ya demasiado tarde»
Por tanto, existen múltiples voces discrepantes con la marcha del país que repiten una y otra vez que vamos en la mala dirección. Pero por lo visto son pocas y las recientes elecciones no han resuelto con claridad el problema. La política de bloques es un mal congénito del sistema político que se inició en 2017 al ascender Sánchez a la secretaría general del PSOE por segunda vez con su famoso eslogan del «no es no» y se consumó en la desgraciada moción de censura de 2018. Allí empezó de forma seria la erosión de las instituciones y quizás estamos ahora en los comienzos de la corrosión: la intencionada voluntad de derribar el sistema constitucional si la ocasión se presenta. Acentuando el desgaste la ocasión se presentará y alcanzaremos la fase de corrosión.
Anotemos que el desgaste ha aumentado visiblemente en este mes de agosto. Sólo dos apuntes que han pasado casi desapercibidos porque ya las erosiones constitucionales son aceptadas como habituales y no desatan protestas.
La nueva presidenta del Congreso, la señora Francina Armengol, aceptó esta singular manera de jurar el cargo de diputados populistas y nacionalistas que consiste en contradecir lo que prescribe el Reglamento del Congreso de los Diputados y su interpretación por el Tribunal Constitucional. Ya se ha convertido en normal jurar por la Tercera República o por una Cataluña independiente. Nos vamos adaptando a lo que no debería ser ni normal ni aceptado. La presidenta ha perdido autoridad y respeto, la Constitución también.
Pocos días después, cuatro grupos políticos con representación en el Congreso no acudieron a la convocatoria del Rey para que éste pueda formarse un criterio para designar al candidato a presidente del Gobierno. No es sólo un desprecio a la Jefatura del Estado sino un obstáculo para que funcionen las instituciones. Pero poco importa, no sólo los diputados afines, PSOE y Sumar, hicieron crítica alguna, sino que el irrespetuoso gesto inconstitucional es apenas criticado por los medios de comunicación. Como el anterior de la presidenta del Congreso respecto al juramento, éste también tiene ya antecedentes, se ha convertido en una costumbre, ilegal por cierto, contra legem. Pero nada importa o, mejor, hay que fomentar este tipo de gestos, así se irá desgastando el sistema hasta corroerlo y destruirlo.
Podríamos añadir algo más difuso: el desprestigio del Tribunal Constitucional que se pone de manifiesto cada vez que se interpone un recurso. Con total naturalidad, sin necesidad de explicitarlo, ya se da por supuesto que el TC fallará a favor del Gobierno… «porque tiene mayoría». Este es quizás el mayor instrumento de corrosión: desaparecen los controles.
Según los periódicos, se está elaborando un anteproyecto de ley de amnistía por parte de los más prestigiosos (y secretos) juristas —según la señora Díaz— que nadie duda que pasará todos los controles porque se debe complacer al señor Puigdemont, líder del quinto partido de Cataluña en las últimas elecciones, pero pieza básica para que el PSOE siga gobernando. ¿Una sorpresa? No, no, algo natural, legítimo, normal…
Queridos lectores, estamos en una situación política crítica y empezamos un trimestre muy complicado. ¿Somos conscientes de ello? Me temo que no, al menos a tenor de las últimas recientes elecciones. Quizás hasta que venga una fuerte crisis económica no reaccionaremos, también quizás sea ya demasiado tarde. Del desgaste estamos pasando a la corrosión de las instituciones, la mejor manera de contribuir a destruir la democracia.