La España de Sánchez
«De todo el daño que se le ha hecho a nuestra democracia en estos años, lo peor no es el debilitamiento de sus instituciones o la pérdida de legitimidad entre los ciudadanos. Lo peor es la pérdida de la moral»
La democracia española parece adentrarse en un periodo de incertidumbre como no ha conocido desde su nacimiento. Una repetición de las elecciones -sería la tercera vez en menos de una década- confirmaría el fracaso de nuestro modelo de representación política. La alternativa que se vislumbra para evitarlo, un Gobierno del PSOE con el apoyo de radicales y separatistas, representa un desafío sin precedentes a nuestra Constitución y nuestra convivencia. Siendo grave lo primero, algunos lo contemplan como un alivio considerando los previsibles efectos de lo segundo.
El Partido Popular ha fracasado en su intento de conseguir respaldo popular suficiente para gobernar el país. Ha acabado quedándose en terreno de nadie; ni terminó de construir un proyecto de centro capaz de atraer a votantes despolitizados y entenderse con el nacionalismo moderado ni apostó por una fuerte plataforma de derecha que le disputara la supremacía ideológica a la izquierda.
Sólo Pedro Sánchez tiene posibilidades de formar Gobierno. Y es probable que lo haga, aunque para ello tenga que barrer no sólo con lo que habían sido hasta hace poco los principios esenciales de su propio partido, sino también las normas y valores establecidos por nuestra Constitución.
Sería bueno recordar que, si hemos llegado a este punto, no es por voluntad de los electores, quienes, lejos de lo que se trata de decir, castigaron a los partidos radicales de derecha e izquierda, así como a los partidos independentistas de Cataluña. Darle a estos mismos partidos ahora poder de decisión sobre el poder Ejecutivo de España no es cumplir con el mandato de las urnas, sino quebrantarlo de la forma más grosera. Las urnas premiaron a los dos grandes partidos -especialmente al PP- y, si una interpretación debe de hacerse de esa votación, es la del deseo de un mayor entendimiento entre esas dos formaciones, por mucho que la propaganda oficial se empeñe en negarlo.
Pero lo cierto es que el mandato de las urnas, en el fondo, importa un comino en estos tiempos. Lo que importa es el poder, mantenerse en el poder, a toda costa, a todo precio. Es la marca de la casa. Lo ha sido desde el principio. La ausencia de escrúpulos, la inmoralidad. Con Pedro Sánchez al frente, nuestra democracia se ha debilitado en muchos aspectos, pero sobre todo ha perdido su brújula moral.
«Las urnas premiaron a los dos grandes partidos y, si una interpretación debe de hacerse de esa votación, es la del deseo de un mayor entendimiento entre esas dos formaciones, por mucho que la propaganda oficial se empeñe en negarlo»
Antes había simplemente cosas que no se podían hacer. Ya no. Ahora sabemos que todo puede ocurrir, porque todo va a ser refrendado por los órganos políticos correspondientes y todo va a ser aplaudido por los medios de comunicación adecuados. Los mismos que refrendarían y aplaudirían exactamente lo contrario si así lo exigiese el guión.
Quienes primero negaron los indultos para después firmarlos son los mismos que rechazaron la amnistía para ahora justificarla, los mismos que se opusieron al referéndum de autodeterminación para tal vez muy pronto buscarle un encaje constitucional.
Desde las elecciones del 23 de julio todo esto podrá hacerse, además, con el respaldo de los votantes socialistas, quienes quizá en 2019 se vieron desconcertados por el giro emprendido por su líder, pero que ahora no podrán aducir sorpresa ante lo que puede ocurrir.
De todo el daño que se le ha hecho a nuestra democracia en estos años, lo peor no es el debilitamiento de sus instituciones o la pérdida de legitimidad entre los ciudadanos. Lo peor es la pérdida de la moral. Como nuestra democracia es generosa y flexible, no descarto que resulten legales muchas de las cosas que se han hecho o se puedan hacer. Pero no tengo duda de que no son moralmente legítimas. No es moralmente legítimo dejar la gobernabilidad de España en manos de un fugado de la justicia y de un puñado de personajes condenados por sedición o por terrorismo.
Hasta The Washington Post ha entendido que el poder de presión de los independentistas debilita nuestro país y lo convierte en un objetivo atractivo de los enemigos de la democracia, como Putin. Nuestra democracia es débil, ciertamente, pero sobre todo porque actualmente no se rige por principios morales y carece por completo de convicciones. No digo que acabe rindiéndose a sus enemigos; ya antes ha demostrado capacidad de reacción ante las amenazas. Pero el momento es muy difícil. El país está sumido en una espiral indecorosa de poder. Sánchez ha convertido el sistema en un gran bazar donde todo se compra y se vende.