THE OBJECTIVE
Antonio Caño

La victoria de Sánchez

«El líder del PSOE consigue deprimir a la oposición, anular toda disidencia y, sobre todo, imponer su marco moral»

Opinión
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La victoria de Sánchez

Pedro Sánchez, presidente del gobierno | EuropaPress

Las elecciones del 23 de julio dejaron un complejo panorama político, un grave problema de gobernabilidad en España y un único ganador: Pedro Sánchez.

Fue una victoria muy a su estilo, por sorpresa, perdiendo, con dieciséis escaños menos que el partido más votado, asumiendo el liderazgo de una maraña de partidos radicales a los que ningún político sensato de Europa osaría acercarse, pero una victoria, al fin y al cabo. Sánchez obtuvo un resultado que quizá le permita seguir presidiendo el Gobierno. Es el único que puede hacerlo. Incluso si tiene que acudir a la repetición de elecciones, irá con mejores cartas que el 23 de julio, como víctima de la intransigencia de Junts, el pobre. 

Aunque pírrica en sus cifras y peligrosa en su contexto, es también una victoria estratégica, puesto que le ha permitido desmoralizar y probablemente condenar a una crisis interna al Partido Popular, enmudecer de un vez a los díscolos dentro de sus propias filas -ya completamente prietas en su alabanza- y sancionar todos los desatinos cometidos durante la legislatura anterior, que ahora no se presentan como tales, sino como ejemplos de cara al futuro.

«La victoria de Sánchez es, además, la derrota de un esforzado grupo de socialistas que llevaba años alertando sobre los riesgos del personaje»

La victoria de Sánchez es, además, la derrota de un esforzado grupo de socialistas que llevaba años alertando sobre los riesgos del personaje. El 23 de julio un nutrido puñado de votantes de la nueva izquierda les mandó callar.

Como mandó callar a muchos columnistas, entre los que me encuentro, que igualmente se han dedicado con profusión a escribir y comentar sobre las cualidades de Sánchez y a criticar en términos más o menos contundentes una gestión que les pareció manifiestamente desastrosa.

La victoria de Sánchez es, por supuesto, la victoria del sectarismo y del radicalismo como formas legítimas de hacer política, muy por encima de la concordia y la moderación, valores hoy sospechosos de colaboracionismo con el enemigo. Cómo se pueden entender sino los ataques a quienes defienden un pacto PP-PSOE, opción relegada por las huestes triunfantes a la categoría de otra idea fascista.

Pero la victoria de Sánchez es, sobre todo, la victoria de su marco moral. Los votantes de izquierda han aceptado sus explicaciones sobre sus cambios de opinión a lo largo de estos años y, con ello, le han autorizado a seguir haciéndolo. Han pasado por alto las manifestaciones de arrogancia, de soberbia, incluso de abuso de poder. Le han concedido un cheque en blanco sobre su conducta y su proceder que pocos políticos obtienen en unas elecciones, incluso ganándolas.

«La izquierda fue la primera defensora de esos límites porque entendía que el mayor peligro a nuestra democracia provenía de la derecha»

La democracia española, que nació con la obsesión de evitar la repetición de nuestro trágico pasado, había establecido a lo largo de los años, con el fin de facilitar la convivencia, unos límites que los partidos no se atrevieron nunca a sobrepasar. Eso incluía el respeto al rival, el aislamiento de quienes había justificado el terrorismo o de quienes promulgaban el quebrantamiento del orden constitucional. En otros tiempos, la izquierda fue la primera defensora de esos límites porque entendía que el mayor peligro a nuestra democracia provenía de la derecha. Todo eso, desde luego, ha saltado por los aires. Nos vemos obligados a pactar con Bildu por la aritmética electoral, nos dicen bajo el nuevo paradigma ético. Con indultos y diálogo (léase concesiones) hemos pacificado Cataluña -aseguran los regidores del victorioso orden moral-, con la defensa de los derechos constitucionales de todos los catalanes, volvería a incendiarse.

Nunca compartí el término «sanchismo», no porque me pareciera insultante, sino porque, en mi ignorancia, no pensé que el susodicho diera para crear su propia corriente política. Pero el PP planteó la campaña electoral como una batalla contra el sanchismo y es justo reconocer, no sólo que la ha perdido, sino que, ahora sí, el sanchismo abre una nueva página en la historia de España.

Un mérito de Sánchez, por encima de todo, pero también de otros socialistas que acabaron aceptando sus reglas. Mérito igualmente de otras figuras en otros campos de influencia, especialmente el de la cultura y el periodismo, cuyo marco moral no es muy diferente al del presidente, y mérito, por último, de muchos miles de electores que se identifican como progresistas y que en el último momento debieron pensar que, después de todo, Sánchez también lo es. Enhorabuena a todos ellos. 

Le corresponde ahora a Sánchez y a quienes le apoyan gestionar esta victoria. Desde fuera se antoja una misión imposible, pero ya sabemos que eso no es algo que amilane a Sánchez ni a quienes confían ciegamente en sus capacidades. Aquellos que no las hemos descubierto hasta ahora, estamos llamados a observar los acontecimientos con atención. Algunos preferirán hacerlo también en silencio.

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