THE OBJECTIVE
Rebeca Argudo

Tías buenas

«Existe una subcategoría inquietante a la que he denominado ‘la autotía buena’ y que es la que se ve a sí misma y se comporta como tía buena, pero no lo es»

Opinión
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Tías buenas

Una mujer posa en traje de baño. | Unsplash

Por culpa de Alberto Olmos llevo tres días viendo fotos de tías buenas. No solo viéndolas, sino compartiéndolas con mis amigas. Me estoy comportando como el adolescente hiperhormonado y salido que nunca fui debido a una X de más y una Y de menos. «Mira esta, qué culo», le digo a una amiga por WhatsApp y le adjunto una captura de pantalla. Y también: «¿Cuánto crees que le han costado esas tetas?», foto que va. Y así echamos el día entre curros, columnas, compras, taxis, facturas, recados, lecturas. Y así se pasa la vida, como se viene la muerte: tan callando. Bueno, callando no. Que callar, lo que se dice callar, no callamos. Que hasta nos hemos llamado ante una duda apremiante, con lo poco que somos de llamar. Qué filtro utilizará, por ejemplo, para esta piel tan divina. O cuántas fotos malas habrá hecho para conseguir esa buena.

Incluso he subido una foto de una rusa a un grupo que tengo con amigos para pedirles su opinión profesional como hombres. Pero porque esa cintura no era de este mundo y yo necesitaba una mirada especializada. Tampoco la postura era ergonómica, en escorzo lateral con doble tirabuzón invertido y manifiesto riesgo de quebranto. «Es la postura de mi gato cuando me oye abrir la lata de atún a sus espaldas, pero está tan vago que no quiere levantar las patas de atrás, y sólo levanta las de delante», escribió C., desde el conocimiento empírico de la materia. 

Digo que la culpa es de Alberto Olmos porque ha publicado un ensayo (más que recomendable) titulado Tía buena y me lo he leído, claro. Pero ahora no puedo dejar de clasificar a las mujeres con las que me cruzo como tías buenas o no tías buenas. Y empiezo a ser muy exigente, como un estibador portuario antes del primer barretjat: diferencio entre follables, monas, guapas, atractivas y tías buenas. La escala está en constante revisión y perfeccionamiento. Y, además, he descubierto que existe una subcategoría inquietante a la que he denominado «la autotía buena» y que es la que se ve a sí misma como tía buena, se comporta como una tía buena pero, objetivamente, no lo es. Pero da igual, porque aquí la propia voluntad de serlo te aúpa a conseguirlo. Podría haberla llamado también Transtía buena.

«¿Te ofendes porque no te considera una tía buena consultable o te alegras porque no te cosifica?»

Lo preocupante de todo no es ya que yo vaya por la calle mirando culos y tetas, mirándolas en Instagram y compartiendo fotos por WhatsApp. Lo verdaderamente preocupante es que, con mi amiga J., hemos teorizado tanto sobre el hecho de ser o no ser una tía buena, desde un enfoque puramente filosófico y moral, que hemos llegado a plantear dilemas irresolubles y totalmente prescindibles al respecto. Por ejemplo: Eres una tía buena de libro. Angelina Jolie o algo así. Indiscutiblemente tía buena. Y tienes que elegir, por lo que sea (una tragedia de dimensiones épicas o la muerte dolorosísima de un hijo que se desencadenaría de no elegir) entre ser vieja, gorda o coja. Ojo, porque es jodidamente endiablada la disyuntiva.

Ten en cuenta que tu vida gira alrededor del tiabuenismo y que has invertido mucho tiempo, esfuerzo y dinero en serlo. Tenemos más: eres amiga de Olmos y no te ha preguntado tu parecer en calidad de tía buena. ¿Te ofendes porque no te considera una tía buena consultable o te alegras porque no te cosifica? ¿Refuerza tu amistad o la destruye? Otra: ¿Si una de las consultadas no es una tía buena, sino abiertamente lo contrario, convierte eso en enmendable el texto? 

Solo espero que caiga pronto en mis manos otro ensayo que me saque de este bucle en el que me veo inmersa, tan inquietante como divertido, lo admito. Pero muy poco feminista y sororo por mi parte, me temo. 

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