THE OBJECTIVE
Francisco Sierra

Sánchez todavía seguía allí

«Todo son riesgos, ilegalidades o trampantojos. Son pesadillas que rompen la unidad de España, la igualdad ante la ley y suponen la voladura de la Constitución»

Opinión
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Sánchez todavía seguía allí

Ilustración de Alejandra Svriz.

El lunes, el rey Felipe VI iniciará una nueva ronda de conversaciones con los representantes de los partidos políticos presentes en el Congreso de los Diputados para decidir una nueva investidura de presidente de gobierno tras el fracaso de la de Alberto Núñez FeijóoEl martes, el Rey habrá escuchado a todos y tendrá que decidir de manera fría y constitucional a quién se lo encarga. Y solo hay un nombre. Un Pedro Sánchez que sólo le puede comunicar tres escenarios:

La primera posibilidad es que le diga al monarca que no ha conseguido cerrar los apoyos necesarios porque se niega a ceder a las demandas de los partidos independentistas catalanes. Que las peticiones de amnistía y de un referéndum de autodeterminación son exigencias tan ilegales que no puede acordarlas y menos concederlas por escrito. Esto supondría nuevas elecciones a las que llegaríamos con un panorama en el que Sánchez cambiaría de nuevo de piel y volvería a la de cordero de hace dos meses. Eso sí, presentándose otra vez como un político de estado que ha podido hacerlo y no lo ha hecho. A su favor un Sumar inconsistente y roto por la crisis segura con Podemos. En Cataluña venderá que lo ha intentado hasta el final, en el resto de España que no ha cedido al chantaje. En contra tendría un Feijóo más fuerte de lo que pensaba que podría estar por no haber conseguido la investidura. No parece este escenario el más posible.

La segunda opción se basaría en un Sánchez que garantizara al Rey que tiene ya totalmente cerrados y seguros los apoyos de Junts, ERC y Bildu. En esta tesitura el Rey tendría que hacer un acto de confianza ciega en lo que le diga Pedro Sánchez porque ninguno de esos partidos se va a dignar a acudir al palacio de la Zarzuela a confirmar al monarca su decisión. Un desprecio al jefe del Estado que se repite ya con tanta frecuencia que parece normal y a nadie escandaliza, cuando en realidad es una disfunción total de los mecanismos y protocolos democráticos.

¿Debería el Rey creer a Sánchez? No lo digo por la adicción de Sánchez a mentir, o a cambiar de opinión, en un mínimo margen de tiempo sobre todo tipo de declaración o promesa. Pocos humanos quedan que crean ya en la palabra del presidente en funciones. Otra razón fundamental para esa duda del Rey sería que los chantajistas independentistas podrían cambiar esa promesa a lo largo del debate para incrementar su lista de reclamaciones o para exigir de manera formal, ya sea escrita u oral, que fuera el propio Pedro Sánchez el que defendiera la amnistía y el referéndum en la forma y plazos que ellos quieren. Sería como esos secuestrados a los que sus captores obligan a leer un comunicado con sus peticiones para poder ser liberado. Este segundo escenario nos deja el problema abierto desde el principio porque las aseveraciones de Sánchez al monarca de que cuenta con los votos no sólo serían una posibilidad que podrían luego reventar, sino que también implicaría que Sánchez ha accedido al chantaje. Y eso nos lleva al escenario tres.

La tercera posibilidad es que Sánchez confirme al monarca que tiene totalmente cerrados los apoyos de los independentistas porque ha acordado ya con ellos todo. Y estos podrían ratificarlo oficialmente haciendo públicos los documentos en los que se confirmara que el partido de Sánchez ha aceptado todas las exigencias y han cumplido las formas, los tiempos y los mecanismos que hayan exigido. 

«Pronto escucharemos llamar al referéndum de otra forma. Se dirá que es solo una consulta no vinculante. Y esta será ya la trampa mortal definitiva»

Aquí el dilema del monarca sería todavía más complejo. Su deber como jefe de Estado de una monarquía parlamentaria es no interferir en las decisiones políticas que apruebe el Parlamento. Simplemente firmarlas. Pero, ¿debe un monarca constitucional permitir que un candidato vaya a ser nombrado presidente sabiendo que si es así es porque va a vulnerar la Constitución, va a romper la separación de poderes, destruir la respetabilidad del poder judicial y hacer desaparecer la igualdad de todos los españoles ante la ley? 

Una cuestión política, jurídica y moral. Felipe VI demostró su gran altura política en aquel famoso discurso que hizo en defensa de la Constitución en mitad de la crisis del procés. Ante la pasividad de Mariano Rajoy, el monarca puso las primeras líneas de contención de aquella locura independentista. Fue el despertador de muchos políticos que parecían asustados o bloqueados. Su discurso abrió la respuesta y consolidó entre las dos principales fuerzas democráticas, PP y PSOE, una medida tan urgente como el famoso 155 que devolvió la legalidad y la normalidad democrática a Cataluña.

Tres escenarios posibles tras esta segunda ronda de conversaciones. Incluso en el más terrible para la democracia española, una amnistía antidemocrática y un referéndum ilegal, el Tribunal Supremo tiene la capacidad de paralizar o denunciar al Tribunal Constitucional e incluso al Tribunal de Justicia de la Unión Europea. Pero los tiempos juegan en contra. 

Todo puede ser verdad o todo puede ser distracción. O las dos cosas. Se exige el máximo para que se trague con la amnistía. Se exige el referéndum y será otra distracción tramposa. Pronto escucharemos llamar al referéndum de otra forma. Se dirá que es solo una consulta no vinculante. Y esta será ya la trampa mortal definitiva. Ante la tesitura de que no sea vinculante habrá mucho voto que no piense realmente en las consecuencias. Y si por una mínima posibilidad saliera que sí, no habría ya quien lo frenara y se convertiría en oficial en cuestión de minutos. Nadie lo pararía. Ni Sánchez.

Una cuarta opción es que Felipe VI considere que no se dan las condiciones para una nueva investidura y vayamos a elecciones. Pero esta opción también abriría los cielos sanchistas. Todo son riesgos, ilegalidades o trampantojos. Son pesadillas que rompen la unidad de España, la igualdad ante la ley y que suponen la voladura moral y política de la Constitución del 78. Pesadillas cada día más reales porque, como pasaba con el dinosaurio de Augusto Monterroso, «cuando despertamos, Sánchez todavía seguía allí».

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