Osebol: una excursión hacia 'la Suecia vacía'
«La periodista sueca Marit Kapla levanta un monumento de papel a su pequeño pueblo natal sin aportar ella ni una sola palabra»
Mezcla equilibrada de antropología, Historia, poesía y memoria, he aquí un libro realmente distinto e impactante, donde la periodista sueca Marit Kapla (Osebol, 1970) levanta un monumento de papel a su pequeño pueblo natal sin aportar ella ni una sola palabra (sólo las muy pocas de la lacónica nota epilogal). Todo lo demás son testimonios directos de casi todos los habitantes que vivían entre 2016 y 2017 en el minúsculo pueblo de Osebol, en el centro de Suecia, junto a la frontera con Noruega y mucho más cerca de Oslo que de Estocolmo.
La disposición del texto (y de paso la de los mapas) es de un minimalismo estremecedor, muy significativo. En lo que fue su ópera prima, publicada en Suecia en 2019 y merecedora de mil y un premios (incluido alguno de ficción, algo cuando menos llamativo), Kapla reproduce las palabras de sus entrevistados sin ninguna intervención por su parte, y dispone además el texto en forma tradicionalmente poemática, lo cual refuerza lo mucho que el asunto hubiera tenido de potencia lírica incluso aunque hubiéramos leído cada una de esas intervenciones en la maquetación habitual, e incluso si la entrevistadora interviniese. El efecto es tremendo, y hace que no sea un disparate colocar este libro en las estanterías de poesía.
Aparte, cada una de las, digamos, conversaciones, viene precedida por un escueto plano del pueblo en el que sólo figuran las pocas casas y granjas, apenas veinticinco, que lo forman, y se marca en negrita, sin más, cuál es la casa donde vive quien va (o quienes van) a hablar a continuación.
Como entre los habitantes hay de todo, desde ancianos que han vivido toda la vida allí y han conocido tiempos todavía más duros, hasta parejas jóvenes que se han instalado allí en busca de silencio o de sentido, pasando por inmigrantes alemanes que huyeron del nazismo (o, después, de los rusos)…, el efecto de microcosmos es realmente nítido, un mosaico mínimo que, como quien no quiere la cosa, da cuenta de muchas tribulaciones humanas ante la fascinación creciente del lector. «Escribe sobre un campesino o una lavandera de tu pueblo y estarás escribiendo sobre toda la Humanidad», decía alguien, y aquí se consigue claramente eso, aunque el objetivo inicial era retener o salvaguardar o preservar de algún modo algo que, según la autora, tan vinculada a aquel lugar, se estaba perdiendo para siempre de una forma irreversible.
«El efecto de microcosmos es realmente nítido, un mosaico mínimo que, como quien no quiere la cosa, da cuenta de muchas tribulaciones humanas ante la fascinación creciente del lector»
Supongo que la autora, aparte de en la «versificación» (es decir, en el modo en el que reproducía los cambios de tono o los silencios con saltos de párrafo o interlineados), ha intervenido algo, aunque sólo sea omitiendo algunas palabras, pues en algunos casos el «poema» resultante es realmente sorprendente, por su calidad, por su exactitud o por su gracia. O por su misterio, como en este «escrito» por el anciano Eivor Halvarsson: «Cuando uno va al bosque / a buscar arándano rojo / es como jugar a la lotería».
Otras páginas traen algo parecido a microcuentos, bocetos sugerentes, como el de Anna-Karin Larsson: «Cuando una era joven / y había un montón de gente a la que preguntar / no me interesaba mucho. // Ahora que he empezado a pensar / un poco en mis antepasados… / ya no queda nadie a quien preguntar».
No se sabe muy bien cómo se consigue todo lo que se construye en este libro, traducido por Carmen Montes Cano para la editorial Capitán Swing, pero para quienes vivimos enamorados de la literatura nórdica esto es una juerga enorme, una fiesta de ochocientas páginas que, sin embargo, se lee fácilmente en dos sentadas, en dos sesiones. Ya no es sólo que aparezca aquí el paisaje, el frío, la nieve, los perros, la soledad, el aislamiento, el silencio, la repostería o el particular modo de entender la religión que nos traslada automáticamente a aquellas latitudes tan sublimes como casi inhabitables, sino que, disgregado, disperso por todo el volumen, hay algo más sutil y extraño que transmite la psicología de aquellas comunidades.
Por un lado algo hará la propia mirada de la autora, que, aunque es una mirada «deliberada», una mirada «calculada», una mirada «con un proyecto»… no deja de ser también una mirada implicada, indígena, la de alguien que conoce bien el asunto y, aunque ha salido de él y se ha alejado, regresa para intentar entenderlo mejor y, con ello, hacerle un homenaje muy hermoso. Pero lo que más importa es la aportación de cada una de esas «voces de un pueblo sueco» de las que habla el subtítulo, y no sólo por lo obvio, por lo que tiene de polifonía, sino porque Marit Kapla consigue que todas ellas suenen como oráculos modestos, como palabras sagradas.
Supongo que por eso ha elegido la forma poemática, que instintivamente nos hace pensar en algo más duradero, más solemne, más definitivo. Y eso es así tanto cuando parece que estamos leyendo a Emily Dickinson («Después empezamos con la recogida de las bayas. // Dios santo qué cantidades recogíamos. //llegaba una al bosque y estaba todo rojo»…) como cuando, un poco descontextualizadas (quiero decir dispuestas en verso), se logra que extrayéndolas de lo cotidiano se multiplique la fuerza que tienen para cantar y preservar la verdadera y profunda y enigmática cotidianeidad de ese espacio. Lo dice, por ejemplo, una de las «estrofas» de la inmigrante alemana Armgard zu Pulitz: «No hay ningún lugar / más tranquilo en el mundo».