La Inteligencia Artificial ya estaba aquí
«Estábamos preparados para la IA porque vivíamos en su prehistoria. Y en la razón de ser de esa existencia anidaba la envidia igualitaria y la usura de los demás»
Cuando oigo hablar de la Inteligencia Artificial, tengo la sensación de que estamos ante algo ya viejo. Como si la IA fuera la apoteosis de la impostura humana y al llegar a ese puerto la impostura asfixiara de una vez para siempre lo humano. O lo que es lo mismo, la originalidad de lo humano, su diferencia, su verdad, que serían —si no lo son ya— innecesarias. A su lado, el robot HAL, de 2001, una odisea en el espacio, sólo es un narcisista con pulsión criminal. Lo de la IA viene de más atrás y es más complejo que aquel robot pionero, popularizado por Arthur C. Clarke primero y Stanley Kubrick después.
Ahora las hipótesis: la IA es una sofisticada maniobra que suprime de una vez por todas el talento personal y de ahí que los guionistas de Hollywood estén tan preocupados ante la posible pérdida de su trabajo: saben que no tienen nada que hacer porque la IA es el mejor guion de ciencia-ficción que se les haya ocurrido nunca. Tan bueno es, que van a ser liquidados por ese guion que ninguno de ellos ha escrito. Pero no sé de qué nos sorprendemos ante su amenaza —sin olvidar que las primeras cosas que se publicaron fue la lista de profesiones en peligro debido a la IA y era para echarse a temblar— pues, sin saberlo, la teníamos prevista. Sus consecuencias, las iremos viendo mientras nos dejen.
Vayamos a los avisos más recientes, los que ya anunciaban la que nos iba a caer encima. Sólo citaré unos cuantos: la colectivización del conocimiento —o de un conocimiento impostado—, que tiene su mejor metáfora en Google; el manejo de idiomas que no se han estudiado a través de aplicaciones telefónicas; la afición a llamar Academia –así con mayúscula y a veces con el Real delante– a grupos de aficionados que nada tienen que ver con la tradición de sabiduría académica; la compra de títulos universitarios cumplimentando unos examencitos de tres al cuarto; la vigencia generalizada de la aplaudida intertextualidad, que es otra forma de plagio; la tan celebrada —y falsa— identificación entre cultura e información; la paparruchada de que las ideas están en el aire y sólo hay que atraparlas; la negación de la propiedad privada en el talento; la usurpación del trabajo de los demás y su uso como propio; la anestesia de la mente… en fin, no acabaríamos nunca y nunca se pensó que todo esto eran señales del advenimiento de la Inteligencia Artificial: estábamos preparados para su existencia porque ya se vivía en lo que podemos llamar su prehistoria; o su placenta, como quieran. Y en la razón de ser de esa existencia anidaba también el igualitarismo, o su peor derivada: la envidia igualitaria y la usura de los demás.
«La IA es una consecuencia natural, fruto de tanta artificialidad»
Si todos somos artistas, el arte ha dejado de existir. Si todos somos cultos es que ya no hay cultos y cuando tanto se abusa de la palabra cultura es que la cultura es un zombi para avispados. ¿La IA? Lo que nadie haría con el dinero propio —la sangre correría por las aceras—, se hace con el talento, que al fin y al cabo «sólo es un servicio que se puede comprar». O sea, robar. Pero miremos donde miremos ya estaba ahí: de Facebook y sus likes a Instagram y otras redes. La IA es una consecuencia natural, fruto de tanta artificialidad. Y ahora resulta que nos da miedo.
Cualquier posibilidad que se nos ocurra respecto a un mundo dominado por la IA ya está —o estará— más que diseñada y perfeccionada por la IA misma. O sea que los guionistas de Hollywood llevan razón. Ellos son los que saben hasta dónde han contribuido a alimentar el imaginario de la máquina. Ante una película de trama truculenta, mi madre solía decir: «No sé porque hacen estas películas: sólo dan ideas». Como los guionistas con la IA. Pero la máquina no paga traidores y no se lo ha tenido que enseñar la Roma antigua. Estaremos atentos, qué remedio.