¿Adiós al aterrizaje suave?
«Cuando el mundo parece estar recuperándose del último batacazo, recibe otro que le aleja de la estabilidad que aparentemente estaba a punto de reconquistar»
El pasado 6 de octubre la directora general del FMI se mostraba optimista por las posibilidades de que la economía mundial pudiera ganar la lucha contra la inflación sin entrar en recesión. Lo dijo un día antes de los atroces ataques del grupo terrorista Hamás contra la población civil israelí. La respuesta de Israel contra la Franja de Gaza y la potencial extensión del conflicto al resto de Oriente Medio, la principal región exportadora de petróleo del mundo puede ahora complicar ese ansiado soft landing (aterrizaje suave). La guerra en la región que exporta el 32% del crudo que consumo es el último de los shocks que de forma encadenada han golpeado a la economía mundial desde la crisis financiera de 2008 y repite un odioso patrón. Cuando el mundo parece estar recuperándose del último batacazo, recibe uno nuevo que le aleja de la estabilidad que aparentemente estaba a punto de reconquistar.
Así ha ocurrido con la salida de la Gran Recesión (2008-13). Cuando por fin las políticas monetarias ultra laxas a ambos lados del Atlántico consiguieron compensar los efectos de la austeridad y sortear la entrada en una espiral deflacionista: crecimiento débil e inflación negativa. La pandemia del covid después puso en evidencia las dificultades para satisfacer el estallido de la demanda tras el colapso económico provocado en 2020-21. El repliegue de las cadenas de producción internacionales, provocado inicialmente por los efectos de la política comercial de Trump, sólo se intensificó. Así como la fragmentación del mundo en grandes bloques comerciales.
Las tensiones inflacionistas que se derivaron de todo ello se creían temporales: en cuanto se restableciera la oferta, a medida que la campaña de vacunación avanzaba rápidamente por el mundo, estas cesarían. Pero ocurrió la invasión rusa de Ucrania y la vulnerabilidad energética de Europa se puso en evidencia. Los precios del gas, del crudo se dispararon y con ellos, los de la electricidad, los alimentos y la mayoría de las materias primas. Pronto se trasladaron al resto de productos y servicios y en las economías avanzadas la inflación se situó en las tasas más altas de los últimos 40 años. Desde entonces, los bancos centrales han subido los tipos de interés de forma contundente y sin descanso aun a riesgo de frenar en exceso el crecimiento de la economía. En el caso del Banco Central Europeo (BCE), diez veces desde julio de 2022, de un 0,5% negativo a un 4,5%, el tipo más alto de su historia. Europa por su parte ha hecho unos esfuerzos titánicos por reducir su dependencia del gas y crudo rusos, pero sigue siendo dependiente de las importaciones de terceros.
«El repliegue de las cadenas de producción internacionales, provocado inicialmente por los efectos de la política comercial de Trump, sólo se intensificó. Así como la fragmentación del mundo en grandes bloques comerciales»
Cuando la inflación parecía estar bajo control, las tensiones en los precios del petróleo en los mercados internacionales a raíz de este nuevo y terrible capítulo del conflicto árabe israelí pueden complicar la labor de los bancos centrales. La inflación de la eurozona se situó en el 4,3% en septiembre. Aun siendo todavía algo más del doble del 2% de objetivo que tiene fijado la autoridad monetaria, están muy por debajo del 9,2% de inflación media que se registró en 2022. Pero esta tendencia se puede ver ahora truncada. El precio del barril de petróleo Brent, de referencia en los mercados internacionales, se ha disparado. Tras rozar los 96 dólares, el pasado viernes cerró en los 92,43 dólares, un 8% más caro que hace dos semanas. ¿Cuánto tiempo tardarán estas subidas en trasladarse a la inflación? Depende en gran parte de la evolución del conflicto. La posible participación de Irán, que alberga las mayores reservas de crudo del mundo, podría presionar aún más al alza los precios. Aunque su producción está limitada por las sanciones internacionales, exporta a China y a otras naciones y es un actor clave en el mercado mundial.
Para frenar las nuevas posibles presiones inflacionistas derivadas de esta escalada en el precio del crudo, no es descartable que los responsables de los bancos centrales se vean obligados a mantener los intereses altos durante más tiempo. Que la restricción monetaria se mantenga durante más tiempo, sin descartar incluso un posible endurecimiento, agudizaría los efectos depresores que ya está teniendo sobre la actividad económica. Se prolongaría la restricción del crédito y por tanto se retraería la inversión, el encarecimiento de las hipotecas se mantendría, con efectos negativos en la renta disponible de sus titulares, y la financiación de la deuda pública seguiría encareciéndose. Debido a la subida de los tipos de interés, el gasto en intereses rozará los 40.000 millones en 2024.
Son malas noticias para unas economías que han logrado sortear la recesión pero que reflejan un debilitamiento en su crecimiento en los últimos meses. Una fragilidad que organismos como el Fondo Monetario Internacional y el BCE vaticinan se intensificará en 2024. El FMI cree que el crecimiento mundial será del 2,9% el próximo año, por debajo del 3% de este año. El Banco de España ha rebajado cuatro décimas hasta el 1,8% su previsión de crecimiento de la economía española para el año que viene. Veremos si esas predicciones aguantan la volatilidad que vivirán en los próximos meses los mercados financieros debido a la inestabilidad de los precios del petróleo y las creciente tensiones geopolíticas derivadas del conflicto. Habrá que asumir que el aterrizaje no será tan suave como previsto, pero ¿será esta nueva guerra el desencadenante de una nueva recesión mundial?