THE OBJECTIVE
Carlos Granés

El peronismo de mercurio

«El peronismo administrará su propia ruina repartiendo dignidad y miseria, y nada impedirá, que se instale en la Casa Rosada durante una década más»

Opinión
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El peronismo de mercurio

Javier Milei contra Sergio Massa. | Alejandra Svriz

A veces se dice que es camaleónico e incomprensible, pero los acontecimientos recientes parecen demostrar que el peronismo en realidad es indestructible. No es que tenga varias caras o varias facciones que conviven bajo unas mismas siglas y se reciclan en el liderazgo. Se trata de otra cosa, de un fenómeno religioso capaz de deshacerse y recomponerse y de tomar cualquier aspecto o cualquier forma, casi como el Terminator de mercurio, dependiendo de las circunstancias. De otra forma no se explicaría que el Ministro de economía, Sergio Massa, que está al frente de una nave averiada, a punto de zozobrar bajo el peso de una inflación de 140% anual, unas cifras de pobreza que llegan al 40% y una moneda totalmente devaluada, haya logrado tomar distancia de ese paisaje de devastación y perfilarse como una imagen fresca y renovadora, capaz de tomar las riendas de un país que, lejos de reflotar, ha ayudado a degradar repartiendo dinero a mansalva. Como si él mismo no hubiera negociado con el FMI el control del gasto público, en estos meses de campaña destinó cinco billones de pesos para fidelizar sus clientelas. 

Es verdad que esta vez el peronismo lo tuvo fácil. La aparición de una bala perdida como Milei, muy bueno para la política salvaje que encandila a los sectores inconformes del electorado, pero inviable como una opción seria de gobierno, frenó el paso de Juntos por el Cambio, la única alternativa real que tenía Argentina. Ahora, forzado a aceptar el apoyo de Patricia Bullrich y a desdecirse de cuanto había predicado a gritos, Milei pasa de león a gatito y Juntos por el Cambio de partido centrista a radical. En ese trasvase de vicios ambos pierden y gana Massa. Los jóvenes que confundieron a Milei con una estrella del rock tal vez prefieran quedarse el 22 de octubre en casa viendo TikTok, y los sectores más centristas de Juntos por el Cambio –la Unión Cívica Radical-, enfurecidos por el pacto de su coalición con quien despreció a Alfonsín, quizá también prefieran hacer lo mismo. Mientras tanto, triunfales y papales, los peronistas acapararán las urnas.

¿Cómo se explica esta pervivencia? ¿Cómo se entiende que todos los proyectos políticos latinoamericanos del siglo XX, desde el priismo al castrismo, desde el getulismo al aprismo, estén finiquitados mientras el peronismo se renueva en medio de su propia decadencia? No hay una única respuesta, por supuesto, pero algo tiene que ver el hecho de que el peronismo sea una especie de resistencia o conjuro latino a la modernidad europea, profundamente antiliberal y muy ligado al catolicismo y a una forma de socialización corporativa y estamental. 

«Los acontecimientos recientes parecen demostrar que el peronismo en realidad es indestructible»

Argentina fue el primer país latinoamericano que ingresó a la modernidad, y con éxito rotundo, además. Sus intelectuales liberales, la generación de 1837 encabezada por Alberdi, Echevarría y Sarmiento, se convirtieron en referentes literarios y políticos de todo el continente, y con su visión aperturista de la economía y de las fronteras transformaron a la Argentina en un lugar de acogida para miles de migrantes europeos. Mientras los otros países tenían élites modernas y poblaciones tradicionales, en Argentina la migración modernizó la base social. La identidad tradicional se diluyó y el catolicismo se vio amenazado por ideas socialistas y anarquistas, y como reacción defensiva a estos cambios modernos surgió un nacionalismo católico, orgánico y autoritario, más propio de los tiempos de la colonia, del que derivó el peronismo de los años cuarenta. 

El mérito de Perón fue adaptar esta mentalidad reaccionaria a los procesos de cambio propulsados en el siglo XX. Asimiló la democracia representativa y se sirvió de los nuevos fenómenos de masas, convirtiendo a la primera en un rito donde se evidenciaba la relación de lealtad con el Conductor, y los segundos en los nuevos estamentos o corporaciones donde se diluía el individuo. El peronismo se fundó bajo esos pilares, en una relación de vasallaje con el líder, no importa cual, y en la promesa de dejar de ser un individuo autónomo para hacer parte de la nación católica, del pueblo auténtico y puro, de la patria de los trabajadores humildes y honrados. 

Esos sentimientos viejos se renuevan cada vez que hay una elección. Ya no importa qué rostro tenga el peronismo, si católico e hispanista, izquierdista y montonero, hortera y neoliberal o, como ahora con Massa, clásico y moderado, porque el pueblo verdadero refundará ese pacto de lealtad con el Conductor y con la patria dándole su voto. Milei, con sus promesas milagrosas y su conducta infantil, llegó a la política argentina a asegurarse de que este rito sobreviva. Su política salvaje sólo ha servido para estropear los largos años que le tomó a Juntos por el Cambio crear una alternativa real al peronismo. Es inútil predecir lo que va a ocurrir en la segunda vuelta, sobre todo con un electorado volátil, pero el camino parece libre y despejado. La pobreza no será un obstáculo ni la debacle un inconveniente. El peronismo administrará su propia ruina repartiendo dignidad y miseria, patria y hambre, y nada impedirá, sobre todo con opositores tan torpes, que se instale en la Casa Rosada durante una década más. 

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